INCIDENCIA
DEL CINE EN LA RELIGIÓN
Prof.
José Flete
En primera instancia, el título "Tratamiento de la religión en el cine" puede parecer inadecuado, ya que no refleja plenamente la complejidad del tema. Alternativas como "El cine como medio de propaganda de la religión" o "Teología del cine" podrían ser más precisas. La primera sugiere un análisis de cómo las películas promueven doctrinas religiosas e influyen en la opinión pública, mientras que la segunda implica explorar cómo el cine aborda cuestiones teológicas fundamentales, fusionando estudios cinematográficos y teológicos.
Sin embargo, el objetivo
principal es analizar el fenómeno religioso en el cine. Esto implica entender
cómo el cine no solo presenta la religión, sino que también la reconfigura en
el imaginario colectivo. Las películas pueden llevar la religión a los límites
comprensivos del espectador mediante narrativas visuales, sonoras y emocionales
que trascienden las formas tradicionales de enseñanza religiosa. Este análisis
debe considerar cómo diferentes géneros cinematográficos influyen en la
representación de lo religioso y cómo los espectadores interpretan y son
influenciados por estas representaciones, explorando el papel del cine en la
secularización o revitalización de la religiosidad en la sociedad.
Es indudable que el cine permite la materialización de las ideas; los pensamientos y aspiraciones encuentran en el séptimo arte una forma de concreción. Mientras que otras artes lograron representar conceptos con ciertas limitaciones, el cine ofrece una manera de concretizar esas ideas de manera más completa. Por ejemplo, la retorcida historia de Robert Louis Stevenson en El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede resultar intrigante en su forma escrita, pero verla en el cine se torna sobrecogedora. En el cine, el espectador puede apreciar los detalles no solo del proceso de transformación, sino de la historia en su totalidad. Este ejemplo ilustra el impacto del cine en la materialización de las ideas, mostrando cómo este medio permite una experiencia más rica y detallada que trasciende las limitaciones de las representaciones artísticas tradicionales.
El cine, además de servir
como plataforma de difusión de la religión, permite materializar las
abstracciones de los presupuestos religiosos. Un ejemplo clásico es Los diez
mandamientos de Cecil B. DeMille (Estados Unidos, 1956). Este filme de
corte cristiano rompe los paradigmas de la artificiosidad cinematográfica al
representar la maldición divina de las diez plagas y el sobrecogedor milagro de
dividir el Mar Rojo en dos, abriendo un camino y logrando que el espectador
satisfaga su deseo reprimido de ver el fondo del mar sin mojarse siquiera los
talones. Otro ejemplo lo encontramos en Mel Gibson, quien con La pasión de
Cristo (Estados Unidos, 2004) describe, mediante el poder de la imagen, lo
descarnado del padecimiento del Redentor y Salvador del género humano, Jesús de
Nazaret. Lo que en los evangelios se describe con la elegancia del lenguaje
literario, Gibson lo recrea desde el naturalismo, mostrando los horrores de la
destrucción del cuerpo del Dios hecho hombre.
Otra manifestación de la
materialización que emplea el cine en relación con la religión, específicamente
dentro del ámbito del cristianismo y todas sus implicaciones, se observa cuando
temas tan abstractos como el problema del bien y el mal se presentan de manera
tangible y accesible. El cine no solo permite al espectador apreciar estos
conceptos, sino también comprenderlos en una dimensión más profunda que antes.
Un claro ejemplo de esto es El exorcista de William Friedkin (Estados
Unidos, 1973), donde se presenta la lucha constante entre el bien y el mal,
personificados en las figuras del padre Merrin y de Megan. En esta última, el
cine ilustra la posesión de manera paulatina y progresiva. Lo que en la
narrativa discursiva era una abstracción, se convierte en una representación
gráfica, como se observa en la escena del Padre Nuestro, donde ambas entidades
se manifiestan: el bien, en la persona del cura exorcista, y el mal, en la
imagen de la niña que, bajo la posesión demoníaca, levita en el aire. El
director logra así crear una atmósfera asfixiante que satura los sentidos del
espectador, intensificando la experiencia de esta lucha trascendental.
Pero este trato del cine
no es privativo del cristianismo. Cabe recordar que la religión, como fenómeno
social, se manifiesta de diversas formas, operando dentro de los diferentes
esquemas de cada sociedad. Por eso hablamos de la religión como un fenómeno
popular, con prácticas sociales emanadas desde el centro de la cultura donde se
practica. A partir de esto, la religión popular, cualquiera que sea, opera con
matices llanos; es la teología la que la depura y le añade un discurso
refinado, fundamentado en el argumento de autoridad.
Desde esta óptica,
estableciendo una distancia entre la observación dogmática y la racional,
podemos advertir que, al igual que en el cristianismo, otras religiones también
gozan del favor que el séptimo arte les prodiga. Un caso explícito lo
constituye La serpiente y el arcoíris (Estados Unidos, 1988) de Wes
Craven. En esta obra fílmica, el vudú, sus ritos, sus acólitos y el sentido de
su teología tribal quedan plasmados con el debido detalle; el director no deja
lugar a la imaginación y sumerge al espectador en la realidad del personaje
central.
En
el truco visual no se trata nunca de confundirse con lo real, sino de producir
un simulacro, con plena conciencia del juego y del artificio. Se trata, mimando
la tercera dimensión, de introducir la duda sobre la realidad de esta tercera
dimensión y, mimando y sobrepasando el efecto de lo real, de lanzar la duda
radical sobre el principio de realidad. (P.30).
Es decir que ante el cine
tenemos el desplazamiento de la realidad del sujeto para abordarse un distinta,
una cuyos efectos suplanta en el imaginario del sujeto la realidad que está
viviendo. Es lo que sucede con la religión: el artilugio del de la gran
pantalla acerca aquella realidad que se encontraba distante y la transforma ya
no desde la perspectiva del sujeto sino de una que es la que el director ha
concebido. De seguro que, a partir de aquí, se puede comprender la mutación
disímil que sufre una obra o historia determinada cuando cae en las fauces del
celuloide.
En lo que respecta a la
relación cine-religión, el artificio desplaza los presupuestos religiosos y, a
partir de ellos crea uno propio amparado en lo visual, dando forma y colorido a
lo intangible, materializando lo puramente ideal y conceptual, al tiempo que
desplaza la realidad primera para otorgar una ya depurada y fácil de asimilar
por el espectador. De aquí que, cuando éste último refiere el fenómeno
religioso no lo hace desde lo sagrado, o sea el ritual mismo, sino atendiendo a
la imagen que quedó grabada gracias a la magia del séptimo arte.