Cine, filosofía, gratitud, belleza, fe, filósofo, teología. odio, duda.

sábado, 17 de agosto de 2024

 

INCIDENCIA DEL CINE EN LA RELIGIÓN

Prof. José Flete

 



En primera instancia, el título "Tratamiento de la religión en el cine" puede parecer inadecuado, ya que no refleja plenamente la complejidad del tema. Alternativas como "El cine como medio de propaganda de la religión" o "Teología del cine" podrían ser más precisas. La primera sugiere un análisis de cómo las películas promueven doctrinas religiosas e influyen en la opinión pública, mientras que la segunda implica explorar cómo el cine aborda cuestiones teológicas fundamentales, fusionando estudios cinematográficos y teológicos.

Sin embargo, el objetivo principal es analizar el fenómeno religioso en el cine. Esto implica entender cómo el cine no solo presenta la religión, sino que también la reconfigura en el imaginario colectivo. Las películas pueden llevar la religión a los límites comprensivos del espectador mediante narrativas visuales, sonoras y emocionales que trascienden las formas tradicionales de enseñanza religiosa. Este análisis debe considerar cómo diferentes géneros cinematográficos influyen en la representación de lo religioso y cómo los espectadores interpretan y son influenciados por estas representaciones, explorando el papel del cine en la secularización o revitalización de la religiosidad en la sociedad.

Es indudable que el cine permite la materialización de las ideas; los pensamientos y aspiraciones encuentran en el séptimo arte una forma de concreción. Mientras que otras artes lograron representar conceptos con ciertas limitaciones, el cine ofrece una manera de concretizar esas ideas de manera más completa. Por ejemplo, la retorcida historia de Robert Louis Stevenson en El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede resultar intrigante en su forma escrita, pero verla en el cine se torna sobrecogedora. En el cine, el espectador puede apreciar los detalles no solo del proceso de transformación, sino de la historia en su totalidad. Este ejemplo ilustra el impacto del cine en la materialización de las ideas, mostrando cómo este medio permite una experiencia más rica y detallada que trasciende las limitaciones de las representaciones artísticas tradicionales.


El cine, además de servir como plataforma de difusión de la religión, permite materializar las abstracciones de los presupuestos religiosos. Un ejemplo clásico es Los diez mandamientos de Cecil B. DeMille (Estados Unidos, 1956). Este filme de corte cristiano rompe los paradigmas de la artificiosidad cinematográfica al representar la maldición divina de las diez plagas y el sobrecogedor milagro de dividir el Mar Rojo en dos, abriendo un camino y logrando que el espectador satisfaga su deseo reprimido de ver el fondo del mar sin mojarse siquiera los talones. Otro ejemplo lo encontramos en Mel Gibson, quien con La pasión de Cristo (Estados Unidos, 2004) describe, mediante el poder de la imagen, lo descarnado del padecimiento del Redentor y Salvador del género humano, Jesús de Nazaret. Lo que en los evangelios se describe con la elegancia del lenguaje literario, Gibson lo recrea desde el naturalismo, mostrando los horrores de la destrucción del cuerpo del Dios hecho hombre.

Otra manifestación de la materialización que emplea el cine en relación con la religión, específicamente dentro del ámbito del cristianismo y todas sus implicaciones, se observa cuando temas tan abstractos como el problema del bien y el mal se presentan de manera tangible y accesible. El cine no solo permite al espectador apreciar estos conceptos, sino también comprenderlos en una dimensión más profunda que antes. Un claro ejemplo de esto es El exorcista de William Friedkin (Estados Unidos, 1973), donde se presenta la lucha constante entre el bien y el mal, personificados en las figuras del padre Merrin y de Megan. En esta última, el cine ilustra la posesión de manera paulatina y progresiva. Lo que en la narrativa discursiva era una abstracción, se convierte en una representación gráfica, como se observa en la escena del Padre Nuestro, donde ambas entidades se manifiestan: el bien, en la persona del cura exorcista, y el mal, en la imagen de la niña que, bajo la posesión demoníaca, levita en el aire. El director logra así crear una atmósfera asfixiante que satura los sentidos del espectador, intensificando la experiencia de esta lucha trascendental.

Pero este trato del cine no es privativo del cristianismo. Cabe recordar que la religión, como fenómeno social, se manifiesta de diversas formas, operando dentro de los diferentes esquemas de cada sociedad. Por eso hablamos de la religión como un fenómeno popular, con prácticas sociales emanadas desde el centro de la cultura donde se practica. A partir de esto, la religión popular, cualquiera que sea, opera con matices llanos; es la teología la que la depura y le añade un discurso refinado, fundamentado en el argumento de autoridad.

Desde esta óptica, estableciendo una distancia entre la observación dogmática y la racional, podemos advertir que, al igual que en el cristianismo, otras religiones también gozan del favor que el séptimo arte les prodiga. Un caso explícito lo constituye La serpiente y el arcoíris (Estados Unidos, 1988) de Wes Craven. En esta obra fílmica, el vudú, sus ritos, sus acólitos y el sentido de su teología tribal quedan plasmados con el debido detalle; el director no deja lugar a la imaginación y sumerge al espectador en la realidad del personaje central.

El trato del cine hacia la religión no se reduce únicamente a la materialización del fenómeno, sino que también hace que el sujeto prescinda de los presupuestos anteriores y actúe frente a los actuales como si fuesen la única realidad. En otras palabras, esta última desplaza a la realidad primera. Jean Baudrillard, en Cultura y simulacro (1977), explica esto bajo el concepto de hiperrealidad, una realidad que, al manifestarse —como sucede con el séptimo arte respecto a la religión—, desplaza a la otra, confinándola a la innecesaridad. Baudrillard señala:

En el truco visual no se trata nunca de confundirse con lo real, sino de producir un simulacro, con plena conciencia del juego y del artificio. Se trata, mimando la tercera dimensión, de introducir la duda sobre la realidad de esta tercera dimensión y, mimando y sobrepasando el efecto de lo real, de lanzar la duda radical sobre el principio de realidad. (P.30).

Es decir que ante el cine tenemos el desplazamiento de la realidad del sujeto para abordarse un distinta, una cuyos efectos suplanta en el imaginario del sujeto la realidad que está viviendo. Es lo que sucede con la religión: el artilugio del de la gran pantalla acerca aquella realidad que se encontraba distante y la transforma ya no desde la perspectiva del sujeto sino de una que es la que el director ha concebido. De seguro que, a partir de aquí, se puede comprender la mutación disímil que sufre una obra o historia determinada cuando cae en las fauces del celuloide.

En lo que respecta a la relación cine-religión, el artificio desplaza los presupuestos religiosos y, a partir de ellos crea uno propio amparado en lo visual, dando forma y colorido a lo intangible, materializando lo puramente ideal y conceptual, al tiempo que desplaza la realidad primera para otorgar una ya depurada y fácil de asimilar por el espectador. De aquí que, cuando éste último refiere el fenómeno religioso no lo hace desde lo sagrado, o sea el ritual mismo, sino atendiendo a la imagen que quedó grabada gracias a la magia del séptimo arte.

 

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