“PENSAMOS
EN ESPAÑOL DOMINICANO”
Prof.
José Flete
Sin embargo, quiero
disentir de los ponentes ya mencionados en lo que respecta a la lengua como
elemento fundamental identitario; no porque su señalamiento sea erróneo, sino
porque su planteamiento quedó abierto —quizás por la brevedad del tiempo y la
euforia discursiva— como si concluyeran que la lengua española fuera el cenit
de nuestra dominicanidad.
Si bien es cierto que la
ciencia y la cultura occidental vinieron en la lengua del conquistador, en
nuestro caso de España, también lo es el hecho de que de esta lengua se
desprendieron una serie de variantes, las cuales cobran la forma de las
comunidades que la hicieron suyas en función de sus respectivas realidades
idiosincráticas. La lengua que hizo su aparición en la América precolombina fue
segmentada en veintiún países hispanohablantes, de los cuales cada uno hizo de
ella una realidad sociocultural única en su especie.
Es del total conocimiento
de los ponentes, en especial del Dr. Bartolo García, que la lengua es un
fenómeno social; que su concreticidad emerge de la sociedad a la que
caracteriza comunicativamente. En función de esto, se puede afirmar que el
individuo que allí se educa, lo hace en función de los códigos sociales; que,
como bien señalara Scott Hans (2020) en La primera sociedad: el matrimonio y
la restauración del orden social, es la familia donde el individuo tiene el
primer contacto social, donde recibe las primeras instrucciones y —esto lo digo
yo— donde, por ende, las recibe en el idioma, en la variante española que la
construye a imagen y semejanza de su identidad sociocultural.
Repito, no se niega la herencia lingüística española, y menos la transferencia cultural que la misma lengua trae consigo; lo que digo es que esa herencia mutó en una realidad muy propia, que, si bien es cierto que contamos con un inventario invaluable e incontable de palabras, también lo es el hecho de que a partir de aquellos préstamos hemos construido una realidad propia; como dijera el filósofo Andrés Avelino (1921) en su manifiesto postumista: “hemos levantado la estatua con el barro grotesco de nuestra América. Si acaso caen chaparrones que nos la deformen, nos queda mucho barro, mucho barro que es nuestro ideal universalizado.
Continuaremos modelando la estatua, aunque tengamos más espejos donde mirarse que en el del cristal de las charcas”. Si aterrizamos esta metáfora a la realidad del discurso, podremos entender que hemos aprendido a pensar por nuestra propia cuenta; no ya en el español de Cervantes, sino en el español que cada pueblo conservó como una heredad indesprendible.
Sin embargo, si
aterrizamos, si aplatanamos, esta metáfora postumista, entenderemos de una vez
por todas que nuestra realidad lingüística, a pesar de lo indiscutible del
legado lingüístico español, posee una realidad lingüística que nos
particulariza y, por ende, caracteriza al punto de que el colectivo imaginario
asocia indefectiblemente con la silueta del mapa político dominicano y con los
símbolos patrios que nos representan.
Coincidiendo con los
ponentes, en modo particular con la Dra. Saint-Amand y el Dr. Bartolo García,
nos incorporamos en la trayectoria histórica y cultural de Occidente desde las
gradas del idioma de Cervantes; sin embargo, debo disentir de mis maestros —pues
lo fueron a lo largo de mis estudios universitarios— en el sentido de que hubo
un desprendimiento identitario a partir del preciso momento en que los
dominicanos nos vimos en la impostergable tarea de hacernos responsables y
artífices de nuestro propio destino diseminado en la realidad sociocultural que
tuvimos que afrontar a lo largo de nuestra historia, específicamente a partir
de finales del siglo XVI, época en que los habitantes de nuestra isla habían
nacido y se habían multiplicado en nuestro suelo sin más referente social que
el propio.
Cuando pensamos en
español, lo hacemos desde nuestra propia perspectiva construida y
contextualidad sociocultural construidas a lo largo de más de quinientos años;
iniciando con las colonias y reforzando con las batallas independentistas,
incluyendo las que en diferentes ocasiones celebramos contra los principales
imperios de Europa y Norteamérica.
De modo que, cuando
pensamos en español, lo hacemos en dominicano, estrictamente en dominicano;
guardando los límites geográficos que quedan grabados en el colectivo
imaginario y en el imaginario colectivo; cuando pensamos en español lo hacemos
conjugando todo lo que nos hace lo que somos, dominicanos, evitando a toda
costa cualquier dejo entreguista que quiera mancillarlo. Pensamos en la forma
en que transmitimos nuestros valores, creencias y apetencias: lo hacemos desde
el español dominicano.