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sábado, 17 de agosto de 2024

 

“PENSAMOS EN ESPAÑOL DOMINICANO”

Prof. José Flete


En el cierre del precongreso llevado a cabo en la Facultad de Humanidades por la Escuela de Filosofía, los ponentes resaltaron lo imprescindible de la lengua en cuanto a la concepción, difusión y defensa de la identidad de cualquier cultura. Cada ponente —Eulogio Silverio, Elsa Saint-Amand y Bartolo García Molina— defendió desde su formación investigativa la relevancia de la herencia lingüística, al tiempo que sostenía la imposibilidad de pensar el aquí y el ahora fuera de los límites del idioma. En ese momento, el título de este precongreso, "Pensar en español, apuesta por la identidad dominicana", se concretizó de tal forma que dejó abierta una gran expectativa de lo que será el VI Congreso Dominicano de Filosofía, Santo Domingo 2025.

Sin embargo, quiero disentir de los ponentes ya mencionados en lo que respecta a la lengua como elemento fundamental identitario; no porque su señalamiento sea erróneo, sino porque su planteamiento quedó abierto —quizás por la brevedad del tiempo y la euforia discursiva— como si concluyeran que la lengua española fuera el cenit de nuestra dominicanidad.

Si bien es cierto que la ciencia y la cultura occidental vinieron en la lengua del conquistador, en nuestro caso de España, también lo es el hecho de que de esta lengua se desprendieron una serie de variantes, las cuales cobran la forma de las comunidades que la hicieron suyas en función de sus respectivas realidades idiosincráticas. La lengua que hizo su aparición en la América precolombina fue segmentada en veintiún países hispanohablantes, de los cuales cada uno hizo de ella una realidad sociocultural única en su especie.


Es indudable que entre los países hispanohablantes de América existe una conectividad lingüística, que sin el menor esfuerzo podemos comprendernos, asumir discursos, o disentir de ellos, disfrutar entre nosotros de una comunicación amena sin límite de tiempo. No obstante, es una realidad latente el hecho de que la lengua madre ha sufrido una segmentación histórica al ser diseminada de veintiuna formas, respondiendo cada variante a los esquemas socioculturales construidos a lo largo del devenir histórico del que cada pueblo de la geografía américo-hispanohablante se constituyó en artífice de su propia realidad sociocultural.

Es del total conocimiento de los ponentes, en especial del Dr. Bartolo García, que la lengua es un fenómeno social; que su concreticidad emerge de la sociedad a la que caracteriza comunicativamente. En función de esto, se puede afirmar que el individuo que allí se educa, lo hace en función de los códigos sociales; que, como bien señalara Scott Hans (2020) en La primera sociedad: el matrimonio y la restauración del orden social, es la familia donde el individuo tiene el primer contacto social, donde recibe las primeras instrucciones y —esto lo digo yo— donde, por ende, las recibe en el idioma, en la variante española que la construye a imagen y semejanza de su identidad sociocultural.

Repito, no se niega la herencia lingüística española, y menos la transferencia cultural que la misma lengua trae consigo; lo que digo es que esa herencia mutó en una realidad muy propia, que, si bien es cierto que contamos con un inventario invaluable e incontable de palabras, también lo es el hecho de que a partir de aquellos préstamos hemos construido una realidad propia; como dijera el filósofo Andrés Avelino (1921) en su manifiesto postumista: “hemos levantado la estatua con el barro grotesco de nuestra América. Si acaso caen chaparrones que nos la deformen, nos queda mucho barro, mucho barro que es nuestro ideal universalizado.


Continuaremos modelando la estatua, aunque tengamos más espejos donde mirarse que en el del cristal de las charcas”. Si aterrizamos esta metáfora a la realidad del discurso, podremos entender que hemos aprendido a pensar por nuestra propia cuenta; no ya en el español de Cervantes, sino en el español que cada pueblo conservó como una heredad indesprendible.

Sin embargo, si aterrizamos, si aplatanamos, esta metáfora postumista, entenderemos de una vez por todas que nuestra realidad lingüística, a pesar de lo indiscutible del legado lingüístico español, posee una realidad lingüística que nos particulariza y, por ende, caracteriza al punto de que el colectivo imaginario asocia indefectiblemente con la silueta del mapa político dominicano y con los símbolos patrios que nos representan.

Coincidiendo con los ponentes, en modo particular con la Dra. Saint-Amand y el Dr. Bartolo García, nos incorporamos en la trayectoria histórica y cultural de Occidente desde las gradas del idioma de Cervantes; sin embargo, debo disentir de mis maestros —pues lo fueron a lo largo de mis estudios universitarios— en el sentido de que hubo un desprendimiento identitario a partir del preciso momento en que los dominicanos nos vimos en la impostergable tarea de hacernos responsables y artífices de nuestro propio destino diseminado en la realidad sociocultural que tuvimos que afrontar a lo largo de nuestra historia, específicamente a partir de finales del siglo XVI, época en que los habitantes de nuestra isla habían nacido y se habían multiplicado en nuestro suelo sin más referente social que el propio.


En consecuencia, no es verdad que pensaremos nuestra identidad a partir del español de Cervantes. No es cierto que discursaremos nuestra realidad desde la lengua del imperio que nos conquistó y transfirió la herencia occidentalista. Sabemos y entendemos y replicamos que tenemos un legado occidental que no podemos, ni debemos, ignorar. Pero debemos ser correctos en aclarar que hemos construido nuestra realidad sociocultural, ya no con el barro de América como dijera Avelino, sino que, reduciéndolo más a nuestra inmediatez, lo hemos construido con el barro de nuestras cordilleras. Y no digo de nuestra isla, para que no se incluya la cultura haitiana, sino que la excluyo porque cuando hablamos de nuestra propia realidad, lo hacemos en términos estrictamente dominicanos.

Cuando pensamos en español, lo hacemos desde nuestra propia perspectiva construida y contextualidad sociocultural construidas a lo largo de más de quinientos años; iniciando con las colonias y reforzando con las batallas independentistas, incluyendo las que en diferentes ocasiones celebramos contra los principales imperios de Europa y Norteamérica.

De modo que, cuando pensamos en español, lo hacemos en dominicano, estrictamente en dominicano; guardando los límites geográficos que quedan grabados en el colectivo imaginario y en el imaginario colectivo; cuando pensamos en español lo hacemos conjugando todo lo que nos hace lo que somos, dominicanos, evitando a toda costa cualquier dejo entreguista que quiera mancillarlo. Pensamos en la forma en que transmitimos nuestros valores, creencias y apetencias: lo hacemos desde el español dominicano.

 

  Dr. José Flete RENÉ FORTUNATO Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA DOMINICANA A TRAVÉS DEL CINE DOCUMENTAL RESUMEN: El documental ...