Cine, filosofía, gratitud, belleza, fe, filósofo, teología. odio, duda.

sábado, 19 de octubre de 2019

Reputación y manipulación de la credibilidad.


Dice un viejo refrán, “¡Crea fama y échate a dormir!”. En el mismo se alude a las consecuencias del prestigio; éste antecede a toda persona que lo padece sin importar la escala, es decir en bien o en mal. En otras palabras, el prestigio es la fama que trasciende a la persona; el mismo abre o cierra puerta antes de que pise en algún lugar en cuestión. Por ejemplo, si va a una oficina y se presenta ante los incumbentes, al decir su nombre le dice “¡Ah es usted…! ¡Ya lo conocía de referencia!
A esa fama que antecede a toda persona se le conoce como reputación. La misma se rea mediante una trayectoria conductual que se lleva a cabo acentuando la cualidad de la misma.
La reputación, en sentido llano, es el prestigio que trasciende a la persona. La misma va más allá de su existencia y resulta una carta de presentación por adelantado. Quien la comprende y entiende su dimensión asume por completo la expresión de Robert Green[1] (1998) cuando sostiene que todo depende del prestigio por lo que éste debe ser defendido bajo cualquier costo.  Cuando el prestigio es empañado, parafraseando al autor citado, lo que continúa es la vulnerabilidad.
El prestigio es un arma poderosa cuando el mismo es construido sobre el pedestal de la moralidad. Cuando esto sucede, basta citar el nombre de quien lo posee, para que toda una aureola de aplausos y refrendos aparezcan libre de dudas. Incluso, este tipo de personas es un referente que aparece sin “defecto” en cualquier argumento de autoridad; nadie cuestiona cuando se le nombre; por el contrario (aunque parezca una exageración) omitir su nombre podría constituir una falla imperdonable.
La reputación, cuando es positiva, provee al beneficiario de toda credibilidad; difícilmente se le cuestione cualquier planteamiento, y menos si el mismo campea sobre los rieles de la moralidad. Las personas que gozan de buena reputación, con sólo mencionar su nombre, valida cualquier argumento.
Cuando se tiene en grado positivo, la reputación es un tesoro, es la solvencia moral que trasciende no sólo a la persona, sino que también afecta a quienes le rodean. El alcance de la misma es en diferentes dimensiones y sentidos, tanto crea un historial para el futuro como garantiza el respeto de los de arriba y la admiración de los de abajo.
Pero la reputación tiene un gran problema: es cuando se utiliza para destruir a otros. Es tal el peligro porque su beneficiario, al ser libre de toda duda goza de libertad para perjudicar a los demás. Y como nadie duda de lo que diga, tiene la facultad de decir lo que mejor le parezca con el peligro de ser ovacionado.
Si bien es cierto que el prestigio es producto de un “día a día” de relación con los demás en el marco del respeto y la dignidad, también lo es que hay quienes lo alcanzan trepando, esto es, valiéndose de las circunstancias, arrimándose de otros para ser cubiertos por su sombra. 
Para este tipo de personas la sombra es favorable porque permite ocupar sus mañas y malas intenciones. La clandestinidad les permite enquistarse sobre el triunfo ajeno gracias a que aprovechan en las revueltas donde la anarquía opera por defecto y, desde esta posición, actúan en silencio, pero no aportando nada sino sembrando la inquina, con prudencia, para que nadie os advierta, sembrando la discordia con tal sigilo que, solamente, aquellos que los conocen bien de cerca reconoce su protagonismo en semejante fechoría.
Desde este ángulo, conocen todos los entuertos que en aras del bien común afloraron en los “movimientos sociales”; y como son los únicos sobrevivientes de esa camada de “mártires”, pues nunca arriesgaron el pellejo para defender una causa, se promueven así mismos como la panacea de una trayectoria de lucha política y social, aderezando su currículum ficticio de hechos que nadie recuerda, excepto ellos mismos.
Una vez enquistados en esa fama utópica, dan riendas sueltas a una serie periplos hablando de temas de los que nada saben con precisión pues nada han leído al respecto, sino que lo recogen de la oralidad que proviene de moda; es decir, saben algo porque, como es el tema del momento y los medios de comunicación masiva los manosean para mantenerse sobre el tapete, llega a ellos sin dificultad alguna. Y, gracias a que medran en lugares donde los incautos son mayorías y la ignorancia es una virtud, se erigen a sí mismos como la panacea de la moralidad, el compromiso social y la frontalidad discursiva; todo esto además de autoproclamarse como “únicos sobrevivientes de una generación modélica de la que sólo ellos tienen memoria.
Una vez alcanzado semejante prestigio -por cierto, muy mal habido- se abren paso en todo escenario promoviendo su inflada persona. Convencidos de sus propias mentiras, se pasean por cualquier escenario, mirando despectivamente a los demás, ensimismados en su prestigio utópico.  Si alguien, bajo cualquier pretexto, los ignora o no le rinde pleitesía, corre el riesgo de ser objeto de sus enconos y desmanes.
El peligro de todo esto está en que estas personas, carentes de eticidad, pero dotado de un prestigio que no les costó ni el más mínimo esfuerzo (pero que están conscientes de su valor agregado) son capaces de utilizarlo sin el más mínimo escrúpulo en perjuicio de cualquiera que no se deje enredar de sus habladurías.
En este sentido el prestigio es pernicioso, porque en manos de quien no lo ha trabajado honestamente es una verdadera bomba de tiempo que amenaza a todos. Cualquiera que padezca de las condiciones prescritas y que no tenga ni el más mínimo sentido del respeto puede utilizar esta condición con el fin de dañar, pero con el riesgo de ser aplaudido.
El prestigio, cuando procede de personas inescrupulosas, puede dañar a cualquiera con el riesgo de que semejante situación halle correspondencia en la mayoría. Porque una vez alcanzado, nadie duda de quien lo posee y menos si lo que dice es una mentira. He aquí donde queda demostrado que no es del todo cierto que la mayoría tenga la razón, sino todo lo contrario que la mayoría, con frecuencia, se equivoca.
Cuando alguien ha calado en la sociedad de manera turbia, y de esa manera consigue el respeto y la admiración de muchos (que casi siempre, en su mayoría, son incautos), se corre el riesgo de pluralizar el mal, porque si este individuo actúa en desmedro de cualquiera que se le antoje, su acción difícilmente sea corregida o sancionada porque en la mente de los más torpes la acción termina siendo justificada; incluso dirán “se trata de fulano quien difícilmente comete un error”, o “por algo actúa así, alguna razón justificada tiene”, lo que deja a las verdaderas víctimas muy mal paradas.
Aquellos son verdaderos manipuladores del prestigio; constantemente recuentan sus ficciones para mantener en expectativa a los demás, para mantenerse en su subconsciente como la panacea de la moralidad y la virtud. Desde este ángulo manipulan la atención y la admiración de los demás en favor de su periplo destructivo de la liquidez moral de quienes se resistieron a doblegarse ante su mitomanía megalómana. 
Son aquellos, los primeros quienes convencen que hay que tener cuidado delas personalidades prestigiosas, los que con sus actos convencen que las apariencias son peligrosas, máxime en quienes son pregoneros des sus propias virtudes callando al mismo tiempo sus defectos.

Por: José E. Flete-Morillo


[1] Las 48 leyes del poder. Ley No. 5.

miércoles, 9 de octubre de 2019

El mentalista: destrucción y regeneración del héroe



Lo persiguió durante un largo trayecto. Había logrado herirlo de un disparo, pero, cuando iba a darle muerte, uno de los cómplices de la víctima se interpuso frustrando así su cometido, situación que aprovechó aquella para huir. Pero era tan grande su sed de venganza que él no midió obstáculo y siguió tras el herido quien iba desesperado, angustiado por su proximidad a la muerte mientras que él iba tras él paciente, sin apresurar tanto su paso, ya que sabía que su plan orquestado hace más de nueve años por fin tendría cumplimiento. La víctima, por su parte, no pudiendo más, cayo próximo al lago que fungía como barrera que impedía su paso; una vez en el suelo suplicando piedad, pero su vengativo adversario, ignorando su clamor se le sentó encima, inutilizando de esta forma cualquier posible movimiento de su víctima. Una vez ésta dominada, asió su cuello con su mano izquierda, sosteniendo con la otra la pistola que traía; apretó un poco su garganta y le preguntó con paciencia letal, propia de quien sabe cómo matar, si había matado a su esposa e hija; al este confesar, fue estrangulando con lentitud al que por más de nueve años lo había sumergido en la soledad más tortuosa; lo fue apretando lentamente, como si disfrutara el sabor de la venganza. Muerto aquél, procede a llamar a su amiga y le dice, “ya todo acabó”. Con la muerte del ahora asesino confeso, terminó una persecución de casi una década.
Este relato se corresponde con una de las series televisivas más vistas de este siglo. El mentalista (The Mentalist)[1]. La misma trata de un personaje, Patrick Jane quien, tras perder a sus esposa e hija, producto de un crimen, entra como asesor del BIC (Buró de Inteligencia de California) con el fin de dar con el perpetrador conocido como Red John, estadía que se prolonga por más de nueve años, pero que le sirve de apoyo a la institución en la búsqueda soluciones de una serie crímenes difíciles de resolver.



-. El concepto de la venganza.

Aquí, la venganza es presentada de una forma un tanto peculiar; la misma se anuncia equidistante entre el remordimiento y la plena satisfacción por haber logrado lo cometido. Durante toda la serie, el problema de la sed de venganza se muestra como un elemento recurrente que, conforme avanza, recrudece.
En cada episodio está latente el conflicto con “el-otro”; y es en esa relación que surge una serie de desavenencias entre las que resalta la sed de venganza, encarnada en el protagonista quien ha hecho de su enemigo su contraparte; Red John, excepto en el episodio donde muere, es una especie de leyenda que surge de vez en cuando sólo para lograr que el espectador se identifique con el héroe. Red John es el enemigo y asesino silente y desconocido, que mata cuando quiere y a quien quiere haciendo sentir su poder (es como si en el director existiera la leve intención de mostrarlo casi omnipotente); todos saben de él, pero de referencia; está en todas partes y en ninguna; puede ver a todos, pero nadie a él.
 Lo indescifrable Red John, asesino en serie, y causante de la sed de venganza en el héroe, va generando angustia en el espectador quien, una vez apreciado el primer episodio, se identifica con el héroe, Patrick Jane, y esa simpatía se va consolidando en la medida que avanza la serie. Durante ese trayecto el espectador ha tomado el lugar del personaje y así llega a la conclusión de que no hay alternativa que eliminar al villano que tanto dolor y pesar ha causado.
El caso es que Red John es caracterizado a través del enigma que gira en torno a su figura. Todos quieren saber cómo es a pesar de que es una constante en la serie, pero una constante con prácticamente omitida. Si bien el espectador desea su muerte como un alivio a los sufrimientos de Patrick, también es muy cierto que subyace el deseo por saber de quién se trata.
El repetitivo sufrimiento por el que pasa el protagonista en cada episodio, como el misterio desesperante que gira en torno al asesino (que por cierto sigue matando con toda naturalidad), hacen que la venganza sea, a fin de cuentas, un mal necesario, situación que justifica la perpetración de la misma bajo cualquier circunstancia y en cualquier momento.



-. El  amor como aliciente del dolor

El amor es un tema recurrente en toda la serie. Cada personaje de la misma, comenzando por Jane y Teresa Lisbon hasta culminar en los personajes de relleno, experimenta un momento idílico que suaviza los resquemores que abundan en la obra.
El drama amoroso de cada personaje es como una escapada a otro mundo en el que los crímenes no existen sino el imperio de los sentimientos eróticos que en cada escena hacen recordar que, en el mundo, si bien el mal cobra cuerpo, también es muy cierto que hay personas que aman y cuidan a los demás.
Son numerosas las escenas en las que, tanto Teresa como sus colegas, se caracterizaron por su cariño y cuidado hacia Patrick Jane; son numerosas las escenas en las que resaltó ese momento emotivo en los que lo noble se superpuso a la maldad latente imperante en el momento. El hombre que tenía sed de venganza, que no daba tregua en su búsqueda implacable de su archienemigo, que entró lleno de odio e indiferencia por las puertas del BIC (Buró de Inteligencia de California) ha ido experimentando un sentimiento distinto y, en capítulos posteriores, sabrá corresponderles con igual deferencia.
La relación que existe entre los integrantes del BIC, especialmente en los cercanos a Patrick Jane, constituye la evidencia de que, en el mundo del héroe, no todo está perdido. Quizás luzca un poco cursi, pero lo cierto es que el amor es suficiente evidencia para poder creer en los demás sin importar que la pérdida del sentido de empático amenace con perderse.



-. El sabor de la venganza

Es en los capítulos en los que se acrecienta, y amenaza con resolverse, el enigma del personaje de Red John. Próximo al desenlace, aparece una serie de distractores que permiten advertir los tentáculos de la mafia que operaba en el BIC y lo entramado de la misma, así como su complicada dimensión.
Red John es   el archienemigo, la contraparte de Patrick Jane.  Como individuo constituye el personaje que da sentido a la personalidad del héroe; pero visto desde el concepto del mal, el cómo opera y se disemina por el aparato burocrático, constituye el ente colectivo cuya forma está descrita en la institucionalidad misma.
En los episodios que giran en torno al desvelamiento de la mafia que operaba dentro del BIC, existe una especie de inquietud, situación que causa en el espectador desesperación y a la vez quietud ante el anuncio del fin de mal, pues el héroe (en quien él mismo se proyecta) por fin tendría su venganza cumplida.
Por fin llega el momento. Ya Patrick sabe quién es Red John y puso al descubierto la inmensa red criminal y mafiosa que operaba dentro del BIC. Antes John jugaba al gato y al ratón con Jane, pero, en este preciso instante en el que todo el imperio de Red John se derrumba, es el segundo que camina paciente, satisfecho de que por fin tiene ante sí al asesino de su esposa e hija.
La imagen del asesino huyendo es impactante. Se trata de del temible asesino lleno de temor; es una paradoja de del miedo. En el momento en que Patrick Jane emano sobre su cuello para estrangularlo, le ordena mirarle y le pregunta si teme morir, respuesta que le llena de satisfacción. El causante te tantas muertes, ahora teme a la suya; quien antes disfrutaba sembrando terror, ahora sufre al padecerlo.
Patrick Procede a estrangularlo; durante el acto la cámara se aleja del rostro del asesino y se enfoca en el vengativo héroe. Se escucha un crujir de algo que aprieta mezclado con la interjección, producto de la asfixia, que padece el asesino y, mientras todo eso sucede, se presenta el rostro de Jane, satisfecho. Esta escena describe la satisfacción del que busca y obtiene venganza. Aquí se afirma que la venganza tiene sabor, pero todo depende de quién la ejerce y de quién la recibe.



-. Epílogo: Patrick Jane reivindicado

Como héroe, Patrick Jane cometió una acción que maculó su investidura de héroe: él mató. En lo que respecta al héroe de cualquier película, el homicidio es una acción nefasta para su figura.
 Previo a la ejecución de su antagónico personaje, Jane ya había ejecutado a otro por error en su sed de justicia. Lo cierto es que la víctima era también un criminal en serie, pero él, Patrick Jane, era un héroe y como tal estaba consagrado a la justicia y ese fallo para él era imperdonable.
Aunque por breve instante purgó su pena en prisión; esta vez aún pudo dar con el verdadero asesino de su familia, la mácula que apenas se borraba de su trayectoria se hizo más notable, dejando en entre dicho su reputación. Ahora el héroe, con o sin razón es un asesino cualquiera que disfrutó matar. Y, para empeorar las cosas, se dio a la fuga completando así la metamorfosis de asesino. Con su huida, el ciclo estaba cerrado, Patrick Jane había pasado de héroe a asesino convicto. Red John había dejado de ser el más buscado, aquél lo superó.
La figura del héroe está mancillada, así que, el productor, Bruno Heller, busca la alternativa para reivindicarlo y devolverlo perfecto al espectador. Así que lo que sigue es hacerlo pasar por una odisea en la que, en tierras lejanas, hace vida común diseminándose entre los lugareños, llevando una vida trivial, perdida entre saludos y misivas sin respuestas.
Allí, lejos de su país es alcanzado por el FBI y, entre condiciones, enrolado en el servicio federal donde se produce un nuevo nacimiento. El hecho de que el BIC sea desintegrado y el héroe enrolado a la nueva institución, indica que se busca restaurar la condición emblemática del mismo.
El procedimiento consiste en darle al personaje un nuevo ambiente de trabajo, pero con los mismos amigos, reapareciendo viejos enemigos con el atenuante de que los enfrenta sin perder su pulcritud. Aquí es perseguido a muerte, pero sus principios se imponen y deja que la justicia haga su trabajo.
Pero son dos aspectos los que han de purificar al héroe devolviéndole impoluta su investidura: su amistad con Dennis Abbott y su furtivo amor por Teresa Lisbon. En cuanto al primero, jefe austero y moralmente vertical, entabla una relación que, en la medida que avanza la serie se va tornando más cerrada y amistosa, al punto que Abbott confía plenamente en su instinto; hay un episodio en que éste es asediado por un antiguo conocido y Jane sale en su defensa exigiendo respeto para “mi amigo”.
En lo que respecta a su relación con Teresa, Jane debe padecer el tormento de los celos ya que esta centra su atención en otra persona dejando en vilo al héroe; varias veces recibe un trato displicente; pero es entendible, el héroe debe ser resarcido y la manera de hacerlo es mediante todo lo que implica el amor. En el episodio del beso Patrick corre tras Teresa y vulnera toda la seguridad de la aerolínea; en ese episodio realiza un acto de temeridad en el que su tobillo es lesionado. Esa lesión es la evidencia de un sacrifico que culmina con una humillación aún mucho mayor que su ego, pues suplica por amor. Igual que otras veces es detenido pero esta vez se trata de un mártir. 
La escena del beso, el único entre Patrick y Teresa antes de la declaración del primero, representa la reivindicación del héroe; antes era atormentado por la pérdida de su familia, pero ahora ha vuelto a nacer. Pero es en la boda donde se completa la trasformación del héroe quien se casa y pronto ha de tener un hijo. Patrick Jane ha sido resarcido.

Por: José E. Flete Morillo.-



[1] es una serie estadounidense, de la firma CBS, cuyo estreno fu en septiembre de 2008; su creador es Bruno Heller y es estelarizada por Simon Baker quien interpreta al personaje central conocido como Patrick Jane.



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