La muerte: una realidad ineludible
(Prof. José Flete)
El
antiguo filósofo Epicuro sostenía que preocuparse por la muerte era absurdo, ya
que esta era la certeza más sólida de la existencia. En cambio, argumentaba que
era más sensato preocuparse por la vida, dada su brevedad, lo que demandaba
atención y cuidado por parte de los individuos.
Es
innegable que la vida debe ser nuestra mayor preocupación. Sin embargo, la
muerte, inevitablemente, nos hace reflexionar sobre la importancia de las
cosas, cuya finitud adquiere relevancia ante un evento inexorable. A pesar de
ser despreciada, temida u odiada, la muerte nos impulsa a valorar aquello que,
paradójicamente, gana importancia por estar próximo a su fin.
La muerte amplifica el valor de las cosas, especialmente el de la vida, sobre todo cuando afecta a nuestros seres queridos. Contemplamos con dolor cómo la muerte se cierne como un siniestro presagio sobre aquellos a quienes amamos profundamente.
Conscientes
de nuestra propia finitud, nos vemos compelidos a mirar más allá de nuestras
propias vidas y a apreciar todo lo que nos rodea con un ansia insaciable.
Aunque el tiempo nos sea adverso, luchamos por evitar lo inevitable, expresando
nuestro amor y afecto hacia aquellos que forman parte de nuestras vidas,
buscando perpetuar su recuerdo en nuestras memorias.
Es
en este contexto que cobra sentido la nostalgia, pues al reconocer la fugacidad
del tiempo y la inevitable desaparición de lo querido, recurrimos al poder del
pensamiento para preservar los momentos que nos han hecho valorar nuestra
humanidad.
La
muerte se presenta ante nosotros como una sombra inevitable que nos persigue
desde nuestros primeros pasos en la existencia. Aunque la veamos como un
enemigo feroz y el aliado maldito de la soledad, en realidad se convierte en
nuestro mejor maestro, enseñándonos a comprender que la vida es más que un mero
suspiro inexplicable, sino un conjunto de experiencias que nos permiten vivir
coherentemente en este breve relato.
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