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sábado, 2 de marzo de 2024

 

La muerte: una realidad ineludible

(Prof. José Flete)


Uno de los grandes dilemas metafísicos de la filosofía se encuentra en la contemplación de la muerte. Desde que el ser humano se abre a la conciencia del mundo, la preocupación por este fenómeno acompaña su existencia. Esta inquietud impregna su vida cotidiana, llevándolo a desarrollar diversos medios para lidiar con ella. Entre estos medios se encuentra la medicina, donde el médico, asemejándose a una divinidad griega, se enfrenta a la muerte en la sala de hospital, buscando mitigar sus efectos. Mientras tanto, el paciente, en un punto intermedio, deposita su esperanza en que el médico emplee su conocimiento para imponer la objetividad científica desde una perspectiva subjetiva, cumpliendo así con su deseo.

El antiguo filósofo Epicuro sostenía que preocuparse por la muerte era absurdo, ya que esta era la certeza más sólida de la existencia. En cambio, argumentaba que era más sensato preocuparse por la vida, dada su brevedad, lo que demandaba atención y cuidado por parte de los individuos.

Es innegable que la vida debe ser nuestra mayor preocupación. Sin embargo, la muerte, inevitablemente, nos hace reflexionar sobre la importancia de las cosas, cuya finitud adquiere relevancia ante un evento inexorable. A pesar de ser despreciada, temida u odiada, la muerte nos impulsa a valorar aquello que, paradójicamente, gana importancia por estar próximo a su fin.


La muerte amplifica el valor de las cosas, especialmente el de la vida, sobre todo cuando afecta a nuestros seres queridos. Contemplamos con dolor cómo la muerte se cierne como un siniestro presagio sobre aquellos a quienes amamos profundamente.

Conscientes de nuestra propia finitud, nos vemos compelidos a mirar más allá de nuestras propias vidas y a apreciar todo lo que nos rodea con un ansia insaciable. Aunque el tiempo nos sea adverso, luchamos por evitar lo inevitable, expresando nuestro amor y afecto hacia aquellos que forman parte de nuestras vidas, buscando perpetuar su recuerdo en nuestras memorias.

Es en este contexto que cobra sentido la nostalgia, pues al reconocer la fugacidad del tiempo y la inevitable desaparición de lo querido, recurrimos al poder del pensamiento para preservar los momentos que nos han hecho valorar nuestra humanidad.

La muerte se presenta ante nosotros como una sombra inevitable que nos persigue desde nuestros primeros pasos en la existencia. Aunque la veamos como un enemigo feroz y el aliado maldito de la soledad, en realidad se convierte en nuestro mejor maestro, enseñándonos a comprender que la vida es más que un mero suspiro inexplicable, sino un conjunto de experiencias que nos permiten vivir coherentemente en este breve relato.

 

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