¿QUÉ ES UNA BUENA PELÍCULA?
(Prof. José Flete)
Constantemente, entre nosotros, referimos películas con cierta valoración. El argumento al que apelamos para calificarlas de “buenas”. Si atendemos a este calificativo concluiremos que el término es muy abierto ya que, es muy basto el número de filmes que se recomiendan bajo este criterio.
Cada vez que alguien recomienda una producción de este género artístico, lo
hace convencido de que su apreciación no es menos cierta. Otros, en cambio, acuciados
por cierto aire intelectualoide, se refugian en el concepto de “culto” para
supra o infravalorar una producción; es incontable el número de casos en el que
estos espectadores se ufanan porque han visto tal o cual película de equis
director de “culto”. … Y puede ser que
sí, por el prestigio del director quien ha resaltado por sentar uno que otro
precedente en el universo del séptimo arte. Y hay algunos que llegan mucho más lejos,
aquellos que bajo el entendido de mencionar el término “cine de culto”,
consideran que ya con eso han captado la atención del interlocutor.
Pero ¿qué es una película de culto? Luego, ¿realmente es esto condición
suficiente para tal calificativo? De acuerdo con Marián Ortiz (s.f.), una
especialista en el mundo del cine y medios audiovisuales sostiene que el
término “película de culto” son aquellas que “simplemente” rompieron con una
tradición fílmica tan sólo sentaron un precedente afín. Sostiene la especialista:
En términos generales, se entiende como
aquella obra cinematográfica de cualquier género que, bien por novedosa o por
transgresora, ha conseguido la adoración popular o de grupos reducidos con el
paso del tiempo.
Normalmente, los filmes de culto se
caracterizan por mantenerse al margen de las convenciones narrativas y técnicas
de la industria, también resultan controvertidos por su temática y, la mayoría,
fueron un fracaso en taquilla[1].
Sin embargo, esta
apreciación de Marián Ortiz excluye al espectador de a pie, al sujeto común que
no conoce nada de paradigmas, ni de las técnicas cinematográficas, y menos la
genialidad innovadora de algún director cinematográfico. Es claro que, al
hablar de grupos reducidos, significa a una determinada élite intelectual
versada, si no en los asuntos del séptimo arte, por lo menos, en aquellos que
demandan una sólida lectura; continúo hablando del quehacer intelectual.
Si habláramos de una película de culto a secas, la afirmación de la citada
escritora gozaría hasta cierto punto de irrefutabilidad. Pero lo que aquí se discute es sobre la
posibilidad de una buena película y se discute, de paso, si el término “película
de culta”, en función de los criterios citados. Es suficiente para calificar una película de “buena”.
El cine como, creador obras de arte mediante la combinación de imagen y
movimiento, en función de una historia guionizada, a pesar de la impronta de la
física, está subordinada a la subjetividad; director y espectador, se
intersectan mediante la subjetividad tomando como escenario lúdico la sala de
cine. Si el primero bien se “inspira” para una determinada producción, el
espectador la recibe jubiloso, procurando encontrar en ella alguna que otra
experiencia placentera. He aquí el problema de la subjetividad.
Pero la trascendencia del director no la determina su producción, sino que es
el espectador quien lo hace transcender por la valoración que atribuye a su
obra. Lo mismo sucede con las “películas de culto”, son impresionantes no por
el concepto sino por el espectador que fue capaz de captar, incluso, aquello
que el director no pensaba ni tenía planeado.
Lo mismo sucede con el espectador llano, el sujeto que entiende el cine
como una magia que no puede explicar. Sólo sabe que allí, en aquella gran sala
se presenta una película de “las que les gustan”; no repara en el género, ni
siquiera le importan las técnicas con sus innovaciones cinematográficas.
Solamente le interesa aquella obra que se corresponde con sus planteamientos
existenciales.
Hay un caso muy cercano que me sirve para ejemplificar este breve ensayo
antes de su culminación. Se trata de mi padre, un hombre de campo cuyos padres
se trasladan a la ciudad capital para una mejor vida, se topa con la realidad
de la Guerra de Abril de 1965. Contando con no más de veinte años, pudo ver de
cerca lo que los libros de historia de cuarto de primaria, su grado más
elevado, no le mostraron. En la década de los setenta, más de una década
después, se estrenaba en las salas de los cines de la Avenida Duarte, una
película italiana titulada Los héroes de Mesa Verde (Giù la testa. Sergio Leone: Italia, 1971), película
ambientada en a la Revolución Mexicana (1910-1920). Por lo tanto, es de
comprenderse que mi padre asociaba la película con los hechos tan cercanos como
los de la Gesta de Abril del 1965.
Para muchos, atendiendo al criterio de Ortiz, la obra constituye un
verdadero “filme de culto”, razón más que suficiente para bien calificarla. Sin
embargo, para mi padre, era una “buena película”, algo sin precedente. ¿La
razón?, porque en ella rememoraba tiempos heroicos; allí podía ver aquellos
hechos que en su memoria se recreaban una y otra vez, y por fin aparecía
alguien, Sergio Leone, que podía darle cuerpo a aquella obra. Es cierto que las
fechas distaban mucho, lo mismo que el escenario geográfico; pero él veía algo
más; no los artificios del director, ni la espectacularidad de los actores.
Allí, en la gran pantalla, veía la guerra, esta vez desde afuera, podía ver los
detalles de las explosiones sin que muriera nadie a su lado ni que su vida estuviera
en peligro.
Igual que mi padre, hay muchos que sin importar la magistralita
artística del director, ni la madia de la cámara cinematográfica, disfrutan de
una “buena película” solamente porque encuentran en ella una correspondencia
existencial. O simplemente porque pueden tener un buen momento de escapada a la
realidad tortuosa que enfrentan en ese momento. En el momento que entran al
cine, cuando las luces se apagan, empiezan un viaje cuyo fin termina con la
muerte de algo que, en la persona del héroe, hacía su vida miserable.
La “buena película”, es aquella en la que el espectador logra
satisfacción al contemplarla. Quizás para muchos de nosotros sea un verdadero fiasco,
pero aquél que comparte con nosotros el escenario, está absorto, disfrutando y
sufriendo las bienaventuranzas y miserias, respectivamente del héroe. De modo
que, la “buena película” no está determinada por los criterios que en la cúpula
de alguna intelectualidad se teje, sino que lo está porque el espectador la
valora según su propia versión, criterio más que suficiente para calificarla según
su parecer.

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