Algunos tienden a confundir la
idiotez con la estupidez, la torpeza o la brutalidad cuando, en realidad, son
totalmente distintas. Cada una se remite a su particularidad máxime cuando
quienes las padecen las manifiestan en los momentos más insospechados. Los
procederes son distintos y su peculiaridad se pone en relieve cuando el espacio
de acción determina su contenido
semántico.
Anteriormente he tratado el tema
de la estupidez; en el ensayo La invasión
de las moscas describo el proceder de aquellos que son revestido por la
estupidez; el texto de Carlos A. Cipola[1],
como el de otros ensayistas, me sirven de fundamento para describir esos
personajes que infestan nuestra
sociedad, además de corromperla gracias a ese apetito milenario que se convierte en su razón de ser y hace[2].
De igual forma en El zángano o la
mitificación del torpe, trabajo ese personaje que no sabe distinguir entre el bien y el mal y, empero, hace las
veces de zancadilla para estropear cualquier proyecto y, en consecuencia,
convertirlo de un adefesio, y todo ello sin proponérselo, porque se tratara de
una forma natural de ser.
El idiota, en cambio, tiene el
beneficio de la trascendencia; su personalidad posee ciertas cualidades
metafísicas esto así porque se escapa de la apreciación real haciendo que
quienes le rodeen, anquilosados por la compasión, ignoren lo nocivo de su
medrar. Es aquí donde el idiota se confunde con el estúpido quien, gracias a su
virtud de camuflajearse es inadvertido en su accionar. Y no debe ser así porque
el idiota es natural en su forma de ser; y por eso trasciende; por eso
sobrevive, en diferentes personas y épocas, sin despertar la más mínima
sospecha de que se están ante un ser nefasto y ostensiblemente retorcido.
Lo más inquietante del idiota es
su impredecibilidad. No se sabe con qué saldrá ni que hará. Es capaz de
cualquier cosa sin importar el grado de moralidad con que actúe (otro punto en
el que coincide con el estúpido). Como el estúpido, puede hacer un bien o un
mal sin proponérselo, con la salvedad de que su durabilidad, en oposición al
primero, es muy breve. Un ejemplo de esto figura en el film La cena de los idiotas (película que
cité en La invasión de las moscas).
El personaje central, quien hace el papel de idiota, salva a su reciente amigo de un divorcio pero, no bien
transcurrido unos escasos segundos, lo echa a perder todo siendo el postrer
estado peor que el primero. En el film, el papel del personaje central, en esto
caso el idiota, incurre en una serie de actos insospechado dejando a los demás
en una situación totalmente vulnerable.
El chispazo, ese leve haz de luz
que suele ocurrir como un milagro en la
cabeza del estúpido y, en escasas ocasiones del torpe, son totalmente ausentes
en el idiota. Cualquier acción es totalmente instintiva gracias a que ha dejado de evolucionar
mentalmente estancándose en aquellos saberes básicos que nos separan de los
demás animales. Su accionar es totalmente primitivo, lo mismo que su forma de
entender el mundo: todo gira en torno a necesidades insatisfecha: comida,
vestimenta, así como cualquier cosa que acatara su atención pero que, debido a
sus limitantes económicas, nunca pudo saciar. Es este instinto lo que lo orienta;
por tal motivo, no puede entender las cosas desde el marco de la ética sino
desde sus propias necesidades, lo que explica el por qué atenta contra el bien
común sin sentir ni manifestar el más leve remordimiento.
Como carece aún del más mínimo
ápice de entendimiento, no tiene meta ni sueños, excepto que lograr aquellas
cosas de las que fue privado, cosas básicas que se pueden conseguir durante se
forja el futuro anhelado. Esto explica a todas luces su prontitud para hacer lo
que "sea"; no importa que se trate de urdir un plan de lesa humanidad, o que se ponga en total
peligro su propia comunidad; si puede sacar algo de ventaja pues, ¡manos a la
obra! Lo abrumador de su apetito primitivo le
inhibe sospesar las posibles consecuencias de sus actos. Tener es el fin
último; su felicidad gira en torno a esto, así sea que el suelo se hunda bajo
sus pies.
El idiota carece de sentido
gregario; la posibilidad de que existen otros como él no le quita el sueño ni
le mueve a la alegría. En esto asemeja a la rémora, animal marino que se
adhiere a cualquier pez de mayor tamaño en el que vive parasitariamente.
Estamos diciendo que la forma de convivir del idiota es asunto de costumbre: se
acostumbró a "vivir del otro", no "con el otro". Nótese que
no hablo de "aprendizaje" sino de "costumbre"; el
aprendizaje implica cierto esfuerzo mental, y en esto se quedó corto; pero la
costumbre es un habito que se adquiere a fuerza de tiempo, o sea que una vez
adquirido el hábito se procede de manera automática, prácticamente empujado por
una fuerza de orden natural; es como si la costumbre asemejara a esas
necesidades biológicas de las que podemos desprendernos solamente con la
muerte.
Homero Simpson es la
representación por excelencia del idiota. Sus acciones son insospechadas. Es
capaz de una acción noble como de la peor idiotez, todo esto al margen de la
razón; sin proponérselo; solamente porque obedece a una fuerza natural que
procede de cualquier parte de su cuerpo menos de su cerebro. Es fiel a su
esposa, pero no porque lo entiende como un deber sino producto de una
costumbre. El amor por sus hijos es equiparable al aprecio que
"siente" por una lata de cerveza. En cierta ocasión March, su esposa,
lo abandonó y él casi cae en la locura porque no conocía otro estilo de vida que el acostumbrado al lado de ella.
El idiota no tiene noción del
peligro. Puede atentar contra el bien común como poner su vida por la humanidad
entera sin la más leve sospecha de lo que hace. Es por eso que puede
"desbaratar con los pies lo que hizo con las manos", porque no
distingue entre una cosa y otra. Parece como si una especie de desprendimiento
lo apremiara; pero no es así, recordemos que todo su accionar es primitivo y
que tiene una única meta: saciar su hambre
milenaria.
Lidiar con un idiota es algo que
no se le recomienda a nadie, salvo que se trate de una venganza. Al idiota se
le trata con distancia; permitirle proximidad equivale a un suicidio. Lo mejor
es dejarle en sus idioteces sin cruzarse en su camino. Aprendamos de Nerd
Flanders, amigo de Homero: su vida no es la misma, vive en el peor de los
infiernos, su matrimonio se fue a pique, no tiene libertad ni para el más
secreto de sus pensamientos. Desde que Flanders hizo contacto con Homero, su
vida no pasa de ser una vulgaridad.
Por: José E. Flete-Morillo.
[1] Ma non tropo
[2]
. Razón de hacer puesto que cualquier acción que ejecuta está orientada en
función de satisfacer esas necesidades que, de alguna forma, se constituyeron
en una especie de hueco insaciable pero que les obliga a caminar en pos de
ella.
4 comentarios:
Me encanto esta lectura muy interesante y las comparaciones que se encuentra en ellas excelente
Muy buena lectura me gusto
Felicitaciones excelente lectura.
Felicitaciones excelente lectura.
Publicar un comentario