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viernes, 18 de enero de 2019

Feo de día, lindo de noche: entre el mercantilismo y el racismo ingenuo.-


Por fin pude ver la película, gracias a las advertencias de racismo y otros componentes que atentan directamente contra el componente étnico de los dominicanos. ¡Pura promoción gratuita! A estas horas el director debe estar frotándose las manos gracias al marcado interés, con resultados contrapuestos, de aquellos que apostaban a una mala propaganda panfleteando, por diferentes medios, una finalidad ríspida y descabellada: pues denunciaban que el film “Feo de día, lindo de noche” se trataba una producción puramente racista y manipuladora.
Como dije, los resultados fueron contrapuestos, pues las filas anunciaban el interés de miles de dominicanos quienes, ajenos a su identidad étnica, buscaban un momento prolongado de hilaridad, no importaba que el mismo se cifrara en menos de dos horas. Dudo mucho de la intencionalidad del director, pero queda demostrado que la cúpula de la Roma clásica tenía razón que la forma perfecta para obnubilar al pueblo era surtiéndolo de “pan y circo”. Juzgando a partir del público con el que compartía la sala, a nadie le interesaba el “contenido nocivo” de la película: la gente sólo quería reír, nadie se interesó en dar su punto de vista, ni siquiera a la salida (todo lo contrario, como si se tratara de un hechizo, el público abandonaba la sala tarareando las bandas sonoras: “…El teke-teke”, “…Me gusta mi feo” “Feo de día, lindo de noche” era lo que emergía de los labios hilarantes del público. Pero, por lo que pude apreciar, ningún comentario crítico, ninguna resistencia a admitir como bueno y válido un “cliché” que por tanto tiempo ha saturado nuestras conciencias enseñándonos que “lo feo” o “lo bello” radica en elementos étnicos. Nadie dijo nada, solamente tarareaban, nada más.  
Pero más allá de una comedia absurda existen elementos que merecen ser reflexionados ya que, de alguna forma, nos remiten a situaciones que ponen en entredicho nuestra percepción de lo que es la dominicanidad. No obstante este señalamiento es pertinente señalar que dicho film se sale de lo “inocente” para resaltar una situación cínica y simplista; claro está que hay que colegir dichos detalles en función de la intención del director; esto así porque, en caso de una intencionalidad, la película sería una estupenda creación de corte realista; pero conociendo el mercantilismo que se teje tras de todo esto no tendríamos otra cosa que no sea una producción simplona y repetitiva. En lo adelante puntualizaremos al respecto.


Una paráfrasis de “Cenicienta”.-
Se trata de una película dirigida y producida por Alfonso Rodríguez. La misma trata de un hombre, Don Lorenzo, quien a pesar de sus logros, sociales y personales, a temprana edad, estaba insatisfecho ya que su condición física obstruía el triunfo sobre las mujeres “más hermosas” que conocía; una noche, una mujer, especie de hada madrina, se le acerca y, después de oír sus quejas amatorias, pone fin a sus lamentos concediéndole un hechizo que, con el tiempo complicaría su vida.
Ésa es la sinopsis de la película. Como se puede ver, no se trata más que de aquel cuento de hadas en el que se retoza con la situación de la heroína y se le priva de la capacidad de salir a flote por sus propios medios ya que su posibilidad para “ser feliz” radica en un milagro inesperado del destino: una hada madrina se le aparece no se sabe de dónde y pone fin a la calamitosa situación de la jovencita colocándola en la ruta que la catapultaría hacia la realización. ¡Nada más perfecto! La película no es menos de ahí, es el mismo caso de la Cenicienta pero vista a lo dominicano: lleno de “chercha” coloquialidad.
Hay que admitir que en el film existe una marcado desprecio por lo cursi: se pone en evidencia gracias a la trivialidad con que sus personajes tratan los problemas sentimentales. Los asuntos de la cotidianidad subyacen al erotismo; un ejemplo claro lo constituye la escena en la que el personaje, de camino a la empresa, entra en una especie de letargo: se imaginaba asediado por las “sensuales mujeres”. Dicha escena, vista desde Aristóteles[1], denuncia que la felicidad de aquél “exitoso” profesional radicaba en un poco de atención femenina: nada le importaba, lo único que anhelaba era placer, a la manera exótica.
Bajo esta condición, Lorenzo hacía las veces de la hermanastra de Cenicienta; frente al espejo hacía las veces de su propio verdugo reparando en la “carencia de encanto masculino” y, con una melancolía eufemística, pues remitía a la burla y al desprecio, miraba lo contradictorio que resultaba su figura entre las indumentarias femeninas que acompañaban su reflejo en el espejo.  A pesar de la brusquedad de escena, deja entre ver cierta intencionalidad de parte del autor ya que la misma es reiterativa en el asunto: es prácticamente la misma escena que se presenta al principio (el hombre meditabundo que mira su figura grotesca entre las prendas femeninas). Es una especie de alusión al relato de “La bella y la bestia”, donde la situación del héroe resulta desesperante y prácticamente nos induce a considerar la posibilidad de que se trata de una especie de maldición.
Las “ratas” de Cenicienta no son ausentes en este relato fílmico. En diferentes escenas se habla de lo retorcido que resulta la vida de Carlitos, o Carlos, desde el punto de vista moral: es el individuo hedonista cuya vida radica en la búsqueda insatisfecha de placeres; éste cambia de pareja como si se tratara de una indumentaria; es un individuo totalmente carente de proyectos, su vida no tiene más norte que la lubricidad[2].
No obstante el personaje libidinoso que nos ocupa, aparecen otros que replican a los roedores cenicienticos: los vendedores ambulantes, el parqueador del bar, el vigilante del muelle y el vendedor nocturno de flores; todos ellos, principalmente el último, denuncian la mentalidad clasista del director, pues la presentación de estos resulta un tanto vulgar: lo muestras como individuos sin ninguna aspiración más que la de resolver sus preocupaciones inmediatas (lo que quieren es conseguir algo, para ellos un carro del año es el fin último, el componente básico de su felicidad). Asemejan a esos personajes de los filmes basados en el Medioevo donde la vida es tosca, vacía y sin ninguna situación relevante más que el de la supervivencia. Para estos la vida pasa sin ninguna trascendencia, su comportamiento es primitivo: sólo piensan en comer y dormir.
En el relato clásico la metáfora del reloj, más que replicada, se hiperboliza, el protagonista da un doble uso al reloj: la primera alarma le avisa de su mutación y la segunda, que es la que encaja en la con la metáfora original, le avisa de la inesquivable cercanía de su “triste realidad”; cuando esta última se activa, sale despavorido procurando no ser descubierto en su original condición. ¿Y de qué otra forma podemos entender la metáfora del “reloj que advierte” que no sea como una fatal advertencia? Pues se advierte que lo que simulamos no es más que una ficción que se desvanece con el correr del tiempo; basta una breve espera y lo que en realidad somos emergerá de la nada denunciando nuestra hipocresía, nuestra falsa manera de vivir.
Pero no sería justo dejar al margen a un hada madrina que cuya personalidad dista mucho de aquel ser fantástico cuya espiritualidad cohíbe a cualquiera de asimilarle con lascivia. Esta hada es totalmente opuesta a la que originalmente se nos presenta: ésta es una mezcla de lo diabólico con lo sensual; se trata de un ente cuya pureza espiritual es nula. El protagonista la deplora pues advierte que su evidente voluptuosidad asemeja a la de cualquier ramera; incluso, duda de su buena fe y desconoce, hasta cierto punto, la consistencia de sus argumentos. Es con el tiempo que advierte que ella es mucho más de lo que él se imaginaba. Honestamente, cualquier hombre con un poco de imaginación la preferiría a ella y despreciaría el hechizo[3].
Finalmente, en lo que se refiere al parafraseo, tenemos el asunto contextual. El director repite el mismo contexto del personaje clásico: el asunto laboral, el flagelo que se infringe hacia el personaje[4], la argumentación autocompasiva de parte del personaje (con la diferencia de que en el film, los personajes que rodean al héroe resultan ostensiblemente plagosos con sus cumplidos laborales). Por otro lado, el ambiente festivo: repitamos la escena (a propósito, muy bien recreado por Disney): el personaje mutado en un ser “atractivo” entra al salón de baile y todos susurran a sus respectivos contertulios procurando saber algo sobre la identidad desconocida del personaje que recién llega. De ser menos que los demás, pasó a ser el centro de atención de la fiesta: toda conversación pasó a ser menos que una trivialidad, la presencia del “hombre transformado” asemeja una revelación prácticamente divina y no se puede hacer nada más que argumentarla.

Reduccionismo, hedonismo y trivialidad.-
El reduccionismo es muy típico de este tipo de comedias porque aquí suele trivializarse en demasía el contexto en el que se desarrolla la vida del personaje. Hasta cierto punto se maneja con algo de menosprecio los problemas que dan a la vida algún tinte de seriedad; problemas como la muerte, la depresión económica, la desintegración de la familia y la dignificación del individuo, en cualquiera de sus renglones, son ridiculizados al grado de presentar a quien los padece como ajenos a los mismos; o sea, que el individuo, a pesar de que está al borde del abismo, se comporta como un perfecto idiota que no hace nada en su favor.
Me explico. Al inicio de la película, se presenta un escenario laboral, con sus preocupaciones cotidianas, empleados casi corrientes; Lorenzo, según se presenta, con rango mayor, los mira con trivialidad, como si se tratara de algo que lo hastía; como un chubasco de agua fría que lo despierta de su sueño lascivo. Los saluda y, lleno de hastío, llama a dos de sus subalternas quienes con acostumbrado trato, un tanto indiferente, lo ponen al corriente de la agenda del día. Hay muchas cosas que hacer, las labores son atosigantes, pero él lo que quiere es sexo. Y prácticamente acosa a las empleadas hablándoles de cosas que son ajenas a lo laboral.
Aquí se subraya un manejo brusco y grotesco de las relaciones laborales; algo aparentemente sano pero que atenta contra el status quo de unas empleadas que tienen que comportarse como idiotas ante las insinuaciones cínicas de su jefe. Y es lo que puede leerse a partir de lo que conocemos, porque sabemos que, llevando esa escena a la realidad, si ellas intentan siquiera ponerlo en su lugar las consecuencias serían desastrosas para ellas; así que lo más coherente, para ellas, es asumir los cumplidos de éste lujurioso como algo trivial, como cumplidos benignos sin ningún tipo de malicia.
Toda la vida de este hombre gira en torno al placer; no le importa nada de sus logros; todo lo contrario la importancia hacia estos subyace a la de unas horas de placer. Admira, más bien, al histriónico que lo recibe en el pasillo y le habla de fiestas y jolgorios, pues éste “se da” todas las mujeres elegantes que se cruzan en su camino; éste se dibuja como su héroe y su mentor pues lo asesora en asuntos pasionales; aquí el hombre instruido es arredilado por un cínico que, a su vez se trona en su acólito. Aunque no lo expresa, se sugiere un claro interés de ser como él: hábil y exitoso con las mujeres.
Lo irrisorio de la temática de esta película es que el personaje se haya sumido en un constante lamento que  lo disocia de sus responsabilidades: todo queda reducido a un deseo. Lo que quiere es placer; nada de obligaciones; cuestiona las decisiones de la empresa, pero lo hace obedeciendo a su estado de ánimo. Refuta las incongruencias que allí se hace, pero no porque riñen con lo racional sino con él. Esto nos encamina a considerar que en esta producción el director del film reduce en mundo de su héroe a una obsesión lúdica sin ningún tipo de pudor en lo que respecta a éste.
Si asumimos al pie de la letra la posibilidad real de un personaje como éste no tardaríamos en concluir que se nos hace necesario el recomendarle a nuestro amigo la atención algún especialista de la conducta ya que su situación excede a lo ordinario. No es por exageración ni nada por el estilo, pero creo que un individuo con dos dedos de frente, y más si es dominicano, al mal tiempo le pone buena cara y resuelve sus incontinencias con aquellas mujeres que hacen llevadera, según él mismo afirma, su azarosa situación; pero en este film no sucede así, sino que, el héroe, empujado por su agravada concepción de “sexo refinado”, espeta indecencias contra aquéllas, demostrando con ello bajeza moral y pobreza intelectual[5].

Perfil psicológico de Lorenzo.-
El personaje central de un film reúne una serie de cualidades que hacen de él un personaje peculiar. Cualquier personaje, no importa el género cinematográfico, es lo que su director nos quiere presentar; no es una figura que surge como producto del azar o de un chispazo sino el producto de una maquinación; es una idea. Es decir, el héroe es un producto serio y bien concebido de lo que el director nos quiere transmitir. Actúa de tal o cual manera porque su creador  así lo quiere. Es como si el primero fuera el alter ego del segundo.
¿Qué es lo que transmite el personaje de Lorenzo de Alfonso Rodríguez? ¿Por qué ese ensimismamiento alienado en un personaje que a primera vista se nos vende como triunfante, cuya posición de privilegio es admirada y deseada por otros? En primer lugar, nada es coincidencial; recordemos que “de la abundancia del corazón habla la boca” y lo que el personaje vive es lo que considera el director; segundo, insisto en esa marcada posición clasista de Rodríguez, o sea, en la forma como presenta a los personaje de clase baja (es como si recreara algún escenario de novela romántica en la que los personajes del Medioevo son presentados como singulares en su forma de subsistir en la vida[6]. Es decir que la creación de equis personajes es producto de una muy reflexionada maquinación de alguien que se vale del film para expresar una determinada posición.
En toda obra cinematográfica existe un marcado interés de parte del director de arrastrarnos en pos de él: quiere hacernos partícipe de su concepción de la vida y sus caprichos, de ahí que insista en restregarnos en la cara nuestras debilidades, fungiendo  nuestro juez o nuestra conciencia interior, esto es por un lado; porque hay ocasiones en que nada le importa y simplemente nos cuestiona sin que le importe un carajo lo que opinemos de él[7].
Sin embargo, me atrevo a decir que, debido al carácter mercantilista de Alfonso Rodríguez, ningunas de las posiciones anteriores les son propias; no digo que lo que nos plantea en Feo de día, lindo de noche  sea producto de la casualidad sino, más bien, un resultado de un producto sociocultural bastante tratado y asimilado en nuestro país. ¿Cómo comprobar esto? Hay una escena en la que el protagonista, Lorenzo,  se encuentra en una sección de negocios donde se le presenta diferentes modelos, entre esos el del personaje que encarna Frank Perozo; Lorenzo cuestiona por qué este modelo (blanquito, con el cabello  lambidito) y no un negrito como él, a lo que se le responde que este modelo responde a los estándares internacionales de belleza masculina. La respuesta debe ser asimilada como emanada del director quien se encuentra representado en el personaje que defiende la propuesta de la empresa.
Nos resulta fácil reconocernos en el protagonista porque somos víctimas de los mismos conflictos, o sea, de los mismos deseos reprimidos. La condición es que hagan conscientes en un momento en el que el juicio racional está disminuido por estar el espectador preso de sus emociones. De esta manera, el dramaturgo nos transporta a la patología y nos obliga a seguirlo en el desarrollo de su obra (Liébana, 2003. Pp 20).
Quien haya visto el film, y coincida étnicamente con figura de Lorenzo, es seguro que habrá percibido la inquietud que se le atribuye al protagonista en dicha escena. Máxime si ha padecido de de algún tipo de rechazo debido a su condición étnica.
Lo que quiero decir es que la situación por la que atraviesa el héroe  nos es conocida por lo que nos resulta fácil entender sus desvaríos en sus diferentes contextos. Esto es entendible. Sin embargo: la forma como lo presenta el director es como si se tratara de un pusilánime en quien el amor propio brilla por su ausencia. Es esta actitud la que, en vez de arrastrarnos en pos, nos distancia de la perspectiva del director a tal grado que nos hace dudar de su intencionalidad. Solamente que se trate de una crítica en contra de personajes de esta mentalidad, lo cierto es que Rodríguez presenta a un individuo carente de autoestima y persistencia.
En un estilo reticente que apunta al desprecio que el personaje siente hacia sí mismo; se trata de las escenas en las que el personaje pasa frente al espejo y, por breves instantes, contempla su reflejo; el gesto que presenta, en ese momento, manifiesta hastío y desencanto; una especie de desencanto se pone en evidencia con el atenuante de que sabe quién es el culpable: está en el espejo. Todo un drama de melancolía se vive en el espejo creando en el espectador algo de condescendencia ante ese “adefesio[8]” que vive el drama del espejo. En esta escena, el narcicismo encuentra su antítesis: en vez de admiración por el reflejo, lo que el héroe siente es desprecio. La gesticulación del protagonista se torna desiderativa ante la posibilidad de no ser “lo que es”, todo sería distinto, no lo que es en el momento.
No hay contentamiento de ser lo que es; quiere, aunque lo omite, ser otro. Busca con afán un modelo que lo equipare pero lo hace con pesimismo porque asume que su “condición” le es privativa. Conversando con su amigo, Carlitos, manifiesta cierta resignación de cargar con el peso “irremediable” de ser de una apariencia física “no privilegiada”. Nada lo motiva: ni profesión, ni reputación. Lo que quiere, en el fondo es ser “atractivo”, cumplir con ese “estándar internacional” de belleza del que se habló en la empresa. En definitiva, su felicidad solamente se consigue teniendo mujeres, pero su posibilidad de lograrlo está muy lejos por las razones anteriormente expuestas.
Lorenzo, a partir lo observado, es una persona sin ningún tipo de interés por sí mismo. Su sentido de dignidad muere en la incidencia de una cultura cuya apreciación de la belleza es de procedencia transcultural; formación adquirida mediante los medios de comunicación masiva[9]. No tiene sentido de autopertenencia, otro es el que lo dirige y quien le dice lo que tiene que hacer ante situaciones determinada. Es susceptible a las ofensas y subestimaciones, tanto que se torna perceptivo cuando simplemente se sugiere. Es de esos tipos de “hombre masa” que sigue el camino de los demás: hace y actúa por imitación no por convicción ni nada por el estilo. Cuando la depresión lo apremia, tiende al ensimismamiento cayendo en una especie de desprecio hacia todo lo que le rodea; cuando se encuentra en ese estado no discrimina entre una cosa y la otra, todo es lo mismo, todo le da igual.  Todo esto producto de una autoestima patética.  

El problema de la fealdad: ¿un planteamiento racista?
El problema del racismo es lo que más ha suscitado la crítica acérrima contra esta película de Alfonso Rodríguez; de diferentes formas se trató de impedir que la misma tuviera algún teniendo al final un resultado contrapuesto, como ya comentamos al principio de este ensayo. El que se le imputara de racista ocasionó una acre respuesta de su director quien planteaba que “para criticarla primero se debía verla”, sentencia que de alguna forma cuestionaba la actitud absurda de criticar una obra de arte sin un previo vistazo. Y tiene razón en ello ya que solamente se contaba con el triller de la película, spot publicitarios y algunas que otras declaraciones faranduleras de la prensa.
Pero yo pude ver la película; durante dos horas pude apreciar su contenido y llegar a conclusiones como las que hasta el momento se han expuesto en este breve ensayo. Y no creo oportuno ni coherente concluir con el mismo sin antes tratar el problema que durante unas semanas ha acaparado la atención de la opinión pública ante la que el referido director ha asumido una postura defensiva de su ópera póstuma. Es resulta imperante tratar este tema asumiendo una postura neutra que es la más necesaria para tales fines.
En párrafos anteriores he insistido en señalar la postura clasista que asume Rodríguez en el film Feo de día, lindo de noche, especificando las escenas que respaldan mi señalamiento. De igual manera fueron abordados otros temas. Pero, ¿qué decir del problema del racismo? ¿Es racista la referida película? ¿Es intencional el manejo de este problema en este film? O, ¿simplemente, todo ello obedece a un problema recurrente en nuestro subconsciente forjado por una sociedad acomplejada?
El racismo, en lo que se refiere a la “práctica de la discriminación, segregación, persecución o dominación de personas debido a una supuesta diferencia racial o étnica[10], en nuestro país es abordado con cierta timidez, tanto así que su denuncia es acogida con indiferencia. Las denuncias al respecto son numerosas, pero nadie toma la iniciativa de enfrentar el asunto; todo queda como algo de nuestra cotidianidad, como una situación más de otras tantas. Se comenta el asunto, se hacen foros de discusiones donde se planteas posibles soluciones; pero nada más que eso. El tiempo se encarga de encerrarlo en el anonimato; nadie sabe de lo que se trata; aunque se notifica por los medios de comunicación, todos están inmersos en sus problemas.
Pero eso no significa que el problema no sea latente; está ahí. Todos los conocen, principalmente los que lo sufren[11]; estos saben del asunto, pero lo callan, y cuando lo refieren lo hace como si se tratara de un tema tabú. Algunas veces emplean términos eufemísticos para referirse al asunto; términos como “por ser prieto”, por ejemplo.
El caso es el problema del racismo, no obstante su eufemización, es real en nuestro país. Es real y latente; y aunque no lo traten de forma directa, ni exista una ley que diga que los negros tienen espacios restringidos, es un asunto preocupante y lesivo. Es verdad que no se persigue a nadie por su condición física, pero hay una sugerencia; por ejemplo, cuando se estigmatiza a la persona por ser “prieto”. Cuando se emiten juicios de valor aludiendo a ello; por ejemplo, sentencias como: “tenía que ser un negro”, “el nada más es prieto”, “hay que refinar la raza”, entre otras.
 Los mismos medios de comunicación, por su parte, también han incidido en ello ya que nos han sembrado un modelo de belleza basado en los rasgos físicos caucásicos; además de enseñarnos que palabras como “prieto” y “blanco” antónimas entre sí y sinónimas de “feo” y “lindo” respectivamente. Siempre nos vendieron este concepto de belleza, llevándonos a la autosubestimación, enseñándonos que para triunfar hay que ser blanco. Recuerden los programas semanales, quiénes estaban en la pantalla chica animando los programas televisivos, diciendo, “si quieres ser bella como yo…”. Incluso los anuncios estaban condicionados por lo étnico[12].
En función de esto podemos decir que, aunque no existe un discurso racista per se en nuestro diario vivir, inconscientemente lo manifestamos por las razones anteriormente expuestas. De alguna forma dejamos fluir eso que nos fue inculcado a través de diversas vías de educación; quizás nos cohibamos de emitir juicios de corte racista, hacia los demás o hacia uno mismo, pero en nuestro subconsciente existen esos valores que nos empuja a mirar a los demás, y a nosotros mismos, en función del cristal de se nos impuso.
Cuando miramos una o un modelo, ¿bajo cuáles criterios lo hacemos que no sean (como dice Alfonso Rodríguez a través del alter ego, encarnado por el farandulero Domingo Bautista) “los estándares internacionales”? Me explico: las actitudes y manifestaciones racistas no son intencionales sino provenientes de un subconsciente forjado culturalmente durante años mediante un proceso educativo que va más allá de las aulas: la religión, las comerciales televisivos, los programas semanales de televisión, las telenovelas, las imágenes de los productos que consumimos a diario, los textos escolares, entre otros medios de información masiva.  
De igual forma, podríamos afirmar que, en Feo de día, lindo de noche, el racismo es frecuente pero de manera inconsciente. Lo que se dice no responde a un racismo intencional, es decir a la manera de,  David W. Griffith en El nacimiento de una nación; no aparece una doctrina que diga “éste o aquél es malo por tales o cuales condiciones”, ni existe una persecución contra individuos de determinada etnia. Sin embargo, sí existe un racismo inconsciente, producto de un trasfondo cultural como expliqué en incisos anteriores; se persiste mucho en lo étnico como determinante de la belleza; se plantea que una persona es fea porque es negra; no importa los méritos ni los logros, es negra por lo tanto fea. Por otra parte se sugiere un rechazo por tal condición (hay una escena, en la del baile, él, Lorenzo, invita a bailar a una muchacha, de esas que en la película se resaltan como “tronco de mujeres”, ella le dice que por el momento no quiere bailar, pero que vuelva en un rato; él no bien da la espalda cuando ella está bailando con un muchacho “blanco”). El rechazo no es verbal, no hay  un discurso racista contra Lorenzo, pero sí una actitud, y está en este ejemplo.
Otra forma de racismo se manifiesta en la condescendencia con la que el director trata al héroe: “lo quieren”, “lo aceptan” a pesar del desprecio que éste siente hacia sí mismo. El trato es como si se quisiera demostrar un afecto meramente fingido; el amigo quiere ayudarlo a conseguir mujeres (porque el “pobrecito” no pega una), las compañeras de labores fingen afectividad (esta es una forma en la que el director quiere demostrar que es afectivo con quienes no han sido agraciados por la Naturaleza, demostrando, además,  que no tiene acepción de persona).
Pero todo ello no pasa de ser una acción inconsciente: no hay elementos racistas que procedan de una previa planificación, esta película es producto de una situación social que vivimos día a día a la que, al parecer estamos tan acostumbrados que la vemos como normal. Problema que el director llevó a la pantalla gigante porque es un tema atractivo y asegura una asistencia masiva de parte de un público que lo único que quiere es reír.  Trabajó el problema sociocultural sin saber un ápice del problema; es una mercantilista del celuloide, no hay un criterio específico del asunto que trata, sólo sabe que es algo que puede gustar y, por ende, representa un éxito taquillero. Y tuvo toda la razón.

José E. Flete-Morillo.-




[1]. Ética a Nicómaco.
[2] . Recomiendo en todo caso el film Alfie de…. Donde se presenta a un personaje cuya finalidad es el placer mismo. Este personaje es útil para comprender la consistencia del personaje que Alfonso Rodríguez nos presenta en Carlitos.
[3] . Aquí se registra una nota discordante, pues el personaje central, no advierte la voluptuosidad de su hada madrina y la trata con indiferencia; ésta situación puede considerarse una incongruencia puesto que, si él realmente estaba “desesperado” por tener una aventura con una mujer que llenara sus expectativas culturales, no hubiera perdido ni un segundo en cortejar a esa voluptuosidad que se acercó a él voluntariamente.
[4] . Este flagelo viene de él mismo, recordemos que él es víctima de sí mismo; él odia al personaje que ve en el espejo: se ve a sí mismo como una representación grotesca de su propia existencia.
[5] Lo absurdo de todo eso que en aquella sala donde yo me encontraba había mujeres, a pesar de que encajaban perfectamente en la burlesca descripción que presentaba el director a través de su personaje, se reían a boca llena representando con ello un goce masoquista. 
[6] . Recomiendo la película El nombre de la rosa donde los personajes del pueblos son presentados en su estado meramente primitivo.
[7] . Actitud de este tipo lo manifiesta Hitchcock en Marnie, la ladrona. Ver: Hitch y yo de Edward Hunter.
[8] Es así como lo presenta el director; la actitud del héroe despierta la sospecha de que él mismo se desprecia.
[9] Repetimos la escena de la sección de negocios, allí donde se habla de “estándares internacionales”, concepto que remite a una validez convencionalista, o sea, que por ser de carácter internacional es lo verdadero. 
[10] . Coalición internacional de sitios de conciencia, http://www.sitesofconscience.org/es/temas/racismo.
[11] . Un ejemplo de ello lo constituye el hecho de que las personas con rasgos africanos son vejados, por citar un caso, en lo laboral: a pesar de su formación perciben un salario menor que el de rasgos caucásicos; en el Estado esto es muy evidente, allí nombramientos son por capricho sobre todo en lo referente a lo racial; hay casos en que los cargos altos son designados por asunto de imagen. Recuerdo un caso de mi experiencia, en un evento cultural del país: se me solicitó que buscara estudiante apara tales fines y lo hice procurándolos de un sector populoso de la capital, me los rechazaron por sus rasgos físicos justificando que del país invitado al evento vendrían personas de rasgos caucásicos y se llevarían una impresión desagradable. Nadie hizo nada al respecto, ni siquiera las autoridades responsables del evento cultural. Todo pasó como algo trivial, de poco interés.
[12] . Entre a YOUTUBE.COM y busque los anuncios dominicanos de los 80´s hacia abajo y verá que estaban restringidos a los “prietos” (uso este dominicanismo adrede), estos eran vistos en anuncios deprimentes como el spot publicitario del antiguo periódico “Sol” (El canillita) o el spot político de Corporán De los Santos. 


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