Por fin pude ver la película, gracias a las advertencias de
racismo y otros componentes que atentan directamente contra el componente
étnico de los dominicanos. ¡Pura promoción gratuita! A estas horas el director
debe estar frotándose las manos gracias al marcado interés, con resultados
contrapuestos, de aquellos que apostaban a una mala propaganda panfleteando,
por diferentes medios, una finalidad ríspida y descabellada: pues denunciaban
que el film “Feo de día, lindo de noche”
se trataba una producción puramente racista y manipuladora.
Como dije, los resultados fueron contrapuestos, pues las
filas anunciaban el interés de miles de dominicanos quienes, ajenos a su
identidad étnica, buscaban un momento prolongado de hilaridad, no importaba que
el mismo se cifrara en menos de dos horas. Dudo mucho de la intencionalidad del
director, pero queda demostrado que la cúpula de la Roma clásica tenía razón
que la forma perfecta para obnubilar al pueblo era surtiéndolo de “pan y circo”. Juzgando a partir del
público con el que compartía la sala, a nadie le interesaba el “contenido
nocivo” de la película: la gente sólo quería reír, nadie se interesó en dar su
punto de vista, ni siquiera a la salida (todo lo contrario, como si se tratara
de un hechizo, el público abandonaba la sala tarareando las bandas sonoras: “…El teke-teke”, “…Me gusta mi feo” “Feo de
día, lindo de noche” era lo que emergía de los labios hilarantes del
público. Pero, por lo que pude apreciar, ningún comentario crítico, ninguna
resistencia a admitir como bueno y válido un “cliché” que por tanto tiempo ha
saturado nuestras conciencias enseñándonos que “lo feo” o “lo bello” radica en
elementos étnicos. Nadie dijo nada, solamente tarareaban, nada más.
Pero más allá de una comedia absurda existen elementos que
merecen ser reflexionados ya que, de alguna forma, nos remiten a situaciones
que ponen en entredicho nuestra percepción de lo que es la dominicanidad. No
obstante este señalamiento es pertinente señalar que dicho film se sale de lo
“inocente” para resaltar una situación cínica y simplista; claro está que hay
que colegir dichos detalles en función de la intención del director; esto así
porque, en caso de una intencionalidad, la película sería una estupenda
creación de corte realista; pero conociendo el mercantilismo que se teje tras
de todo esto no tendríamos otra cosa que no sea una producción simplona y
repetitiva. En lo adelante puntualizaremos al respecto.
Una paráfrasis de “Cenicienta”.-
Se trata de una película dirigida y producida por Alfonso
Rodríguez. La misma trata de un hombre, Don
Lorenzo, quien a pesar de sus logros, sociales y personales, a temprana
edad, estaba insatisfecho ya que su condición física obstruía el triunfo sobre
las mujeres “más hermosas” que conocía; una noche, una mujer, especie de hada
madrina, se le acerca y, después de oír sus quejas amatorias, pone fin a sus
lamentos concediéndole un hechizo que, con el tiempo complicaría su vida.
Ésa es la sinopsis de la película. Como se puede ver, no se
trata más que de aquel cuento de hadas en el que se retoza con la situación de
la heroína y se le priva de la capacidad de salir a flote por sus propios
medios ya que su posibilidad para “ser feliz” radica en un milagro inesperado
del destino: una hada madrina se le aparece no se sabe de dónde y pone fin a la
calamitosa situación de la jovencita colocándola en la ruta que la catapultaría
hacia la realización. ¡Nada más perfecto! La película no es menos de ahí, es el
mismo caso de la Cenicienta pero vista a lo dominicano: lleno de “chercha”
coloquialidad.
Hay que admitir que en el film existe una marcado desprecio
por lo cursi: se pone en evidencia gracias a la trivialidad con que sus
personajes tratan los problemas sentimentales. Los asuntos de la cotidianidad
subyacen al erotismo; un ejemplo claro lo constituye la escena en la que el
personaje, de camino a la empresa, entra en una especie de letargo: se
imaginaba asediado por las “sensuales mujeres”. Dicha escena, vista desde
Aristóteles[1],
denuncia que la felicidad de aquél “exitoso” profesional radicaba en un poco de
atención femenina: nada le importaba, lo único que anhelaba era placer, a la
manera exótica.
Bajo esta condición, Lorenzo
hacía las veces de la hermanastra de Cenicienta; frente al espejo hacía las
veces de su propio verdugo reparando en la “carencia de encanto masculino” y,
con una melancolía eufemística, pues remitía a la burla y al desprecio, miraba
lo contradictorio que resultaba su figura entre las indumentarias femeninas que
acompañaban su reflejo en el espejo. A
pesar de la brusquedad de escena, deja entre ver cierta intencionalidad de
parte del autor ya que la misma es reiterativa en el asunto: es prácticamente
la misma escena que se presenta al principio (el hombre meditabundo que mira su
figura grotesca entre las prendas femeninas). Es una especie de alusión al
relato de “La bella y la bestia”,
donde la situación del héroe resulta desesperante y prácticamente nos induce a
considerar la posibilidad de que se trata de una especie de maldición.
Las “ratas” de Cenicienta
no son ausentes en este relato fílmico. En diferentes escenas se habla de
lo retorcido que resulta la vida de Carlitos, o Carlos, desde el punto de vista
moral: es el individuo hedonista cuya vida radica en la búsqueda insatisfecha
de placeres; éste cambia de pareja como si se tratara de una indumentaria; es
un individuo totalmente carente de proyectos, su vida no tiene más norte que la
lubricidad[2].
No obstante el personaje libidinoso que nos ocupa, aparecen
otros que replican a los roedores cenicienticos: los vendedores ambulantes, el
parqueador del bar, el vigilante del muelle y el vendedor nocturno de flores;
todos ellos, principalmente el último, denuncian la mentalidad clasista del
director, pues la presentación de estos resulta un tanto vulgar: lo muestras
como individuos sin ninguna aspiración más que la de resolver sus
preocupaciones inmediatas (lo que quieren es conseguir algo, para ellos un
carro del año es el fin último, el componente básico de su felicidad). Asemejan
a esos personajes de los filmes basados en el Medioevo donde la vida es tosca,
vacía y sin ninguna situación relevante más que el de la supervivencia. Para
estos la vida pasa sin ninguna trascendencia, su comportamiento es primitivo:
sólo piensan en comer y dormir.
En el relato clásico la metáfora del reloj, más que
replicada, se hiperboliza, el protagonista da un doble uso al reloj: la primera
alarma le avisa de su mutación y la segunda, que es la que encaja en la con la
metáfora original, le avisa de la inesquivable cercanía de su “triste
realidad”; cuando esta última se activa, sale despavorido procurando no ser
descubierto en su original condición. ¿Y de qué otra forma podemos entender la
metáfora del “reloj que advierte” que
no sea como una fatal advertencia? Pues se advierte que lo que simulamos no es
más que una ficción que se desvanece con el correr del tiempo; basta una breve
espera y lo que en realidad somos emergerá de la nada denunciando nuestra
hipocresía, nuestra falsa manera de vivir.
Pero no sería justo dejar al margen a un hada madrina que
cuya personalidad dista mucho de aquel ser fantástico cuya espiritualidad
cohíbe a cualquiera de asimilarle con lascivia. Esta hada es totalmente opuesta
a la que originalmente se nos presenta: ésta es una mezcla de lo diabólico con
lo sensual; se trata de un ente cuya pureza espiritual es nula. El protagonista
la deplora pues advierte que su evidente voluptuosidad asemeja a la de
cualquier ramera; incluso, duda de su buena fe y desconoce, hasta cierto punto,
la consistencia de sus argumentos. Es con el tiempo que advierte que ella es
mucho más de lo que él se imaginaba. Honestamente, cualquier hombre con un poco
de imaginación la preferiría a ella y despreciaría el hechizo[3].
Finalmente, en lo que se refiere al parafraseo, tenemos el
asunto contextual. El director repite el mismo contexto del personaje clásico:
el asunto laboral, el flagelo que se infringe hacia el personaje[4],
la argumentación autocompasiva de parte del personaje (con la diferencia de que
en el film, los personajes que rodean al héroe resultan ostensiblemente
plagosos con sus cumplidos laborales). Por otro lado, el ambiente festivo:
repitamos la escena (a propósito, muy bien recreado por Disney): el personaje
mutado en un ser “atractivo” entra al salón de baile y todos susurran a sus
respectivos contertulios procurando saber algo sobre la identidad desconocida
del personaje que recién llega. De ser menos que los demás, pasó a ser el
centro de atención de la fiesta: toda conversación pasó a ser menos que una
trivialidad, la presencia del “hombre transformado” asemeja una revelación
prácticamente divina y no se puede hacer nada más que argumentarla.
Reduccionismo, hedonismo
y trivialidad.-
El reduccionismo es muy típico de este tipo de comedias
porque aquí suele trivializarse en demasía el contexto en el que se desarrolla
la vida del personaje. Hasta cierto punto se maneja con algo de menosprecio los
problemas que dan a la vida algún tinte de seriedad; problemas como la muerte,
la depresión económica, la desintegración de la familia y la dignificación del
individuo, en cualquiera de sus renglones, son ridiculizados al grado de
presentar a quien los padece como ajenos a los mismos; o sea, que el individuo,
a pesar de que está al borde del abismo, se comporta como un perfecto idiota
que no hace nada en su favor.
Me explico. Al inicio de la película, se presenta un
escenario laboral, con sus preocupaciones cotidianas, empleados casi
corrientes; Lorenzo, según se
presenta, con rango mayor, los mira con trivialidad, como si se tratara de algo
que lo hastía; como un chubasco de agua fría que lo despierta de su sueño
lascivo. Los saluda y, lleno de hastío, llama a dos de sus subalternas quienes
con acostumbrado trato, un tanto indiferente, lo ponen al corriente de la
agenda del día. Hay muchas cosas que hacer, las labores son atosigantes, pero
él lo que quiere es sexo. Y prácticamente acosa a las empleadas hablándoles de
cosas que son ajenas a lo laboral.
Aquí se subraya un manejo brusco y grotesco de las relaciones
laborales; algo aparentemente sano pero que atenta contra el status quo de unas
empleadas que tienen que comportarse como idiotas ante las insinuaciones
cínicas de su jefe. Y es lo que puede leerse a partir de lo que conocemos,
porque sabemos que, llevando esa escena a la realidad, si ellas intentan
siquiera ponerlo en su lugar las consecuencias serían desastrosas para ellas;
así que lo más coherente, para ellas, es asumir los cumplidos de éste lujurioso
como algo trivial, como cumplidos benignos sin ningún tipo de malicia.
Toda la vida de este hombre gira en torno al placer; no le
importa nada de sus logros; todo lo contrario la importancia hacia estos
subyace a la de unas horas de placer. Admira, más bien, al histriónico que lo
recibe en el pasillo y le habla de fiestas y jolgorios, pues éste “se da” todas
las mujeres elegantes que se cruzan en su camino; éste se dibuja como su héroe
y su mentor pues lo asesora en asuntos pasionales; aquí el hombre instruido es
arredilado por un cínico que, a su vez se trona en su acólito. Aunque no lo
expresa, se sugiere un claro interés de ser como él: hábil y exitoso con las
mujeres.
Lo irrisorio de la temática de esta película es que el
personaje se haya sumido en un constante lamento que lo disocia de sus responsabilidades: todo
queda reducido a un deseo. Lo que quiere es placer; nada de obligaciones;
cuestiona las decisiones de la empresa, pero lo hace obedeciendo a su estado de
ánimo. Refuta las incongruencias que allí se hace, pero no porque riñen con lo
racional sino con él. Esto nos encamina a considerar que en esta producción el
director del film reduce en mundo de su héroe a una obsesión lúdica sin ningún
tipo de pudor en lo que respecta a éste.
Si asumimos al pie de la letra la posibilidad real de un
personaje como éste no tardaríamos en concluir que se nos hace necesario el
recomendarle a nuestro amigo la atención algún especialista de la conducta ya
que su situación excede a lo ordinario. No es por exageración ni nada por el
estilo, pero creo que un individuo con dos dedos de frente, y más si es
dominicano, al mal tiempo le pone buena cara y resuelve sus incontinencias con
aquellas mujeres que hacen llevadera, según él mismo afirma, su azarosa
situación; pero en este film no sucede así, sino que, el héroe, empujado por su
agravada concepción de “sexo refinado”, espeta
indecencias contra aquéllas, demostrando con ello bajeza moral y pobreza
intelectual[5].
Perfil psicológico de Lorenzo.-
El personaje central de un film reúne una serie de cualidades
que hacen de él un personaje peculiar. Cualquier personaje, no importa el
género cinematográfico, es lo que su director nos quiere presentar; no es una
figura que surge como producto del azar o de un chispazo sino el producto de
una maquinación; es una idea. Es decir, el héroe es un producto serio y bien
concebido de lo que el director nos quiere transmitir. Actúa de tal o cual
manera porque su creador así lo quiere.
Es como si el primero fuera el alter ego
del segundo.
¿Qué es lo que transmite el personaje de Lorenzo de Alfonso Rodríguez? ¿Por qué ese ensimismamiento alienado
en un personaje que a primera vista se nos vende como triunfante, cuya posición
de privilegio es admirada y deseada por otros? En primer lugar, nada es coincidencial;
recordemos que “de la abundancia del
corazón habla la boca” y lo que el personaje vive es lo que considera el
director; segundo, insisto en esa marcada posición clasista de Rodríguez, o
sea, en la forma como presenta a los personaje de clase baja (es como si
recreara algún escenario de novela romántica en la que los personajes del
Medioevo son presentados como singulares en su forma de subsistir en la vida[6].
Es decir que la creación de equis personajes es producto de una muy
reflexionada maquinación de alguien que se vale del film para expresar una
determinada posición.
En toda obra cinematográfica existe un marcado interés de
parte del director de arrastrarnos en pos de él: quiere hacernos partícipe de
su concepción de la vida y sus caprichos, de ahí que insista en restregarnos en
la cara nuestras debilidades, fungiendo
nuestro juez o nuestra conciencia interior, esto es por un lado; porque
hay ocasiones en que nada le importa y simplemente nos cuestiona sin que le
importe un carajo lo que opinemos de él[7].
Sin embargo, me atrevo a decir que, debido al carácter
mercantilista de Alfonso Rodríguez, ningunas de las posiciones anteriores les
son propias; no digo que lo que nos plantea en Feo de día, lindo de noche sea producto de la casualidad sino, más bien,
un resultado de un producto sociocultural bastante tratado y asimilado en
nuestro país. ¿Cómo comprobar esto? Hay una escena en la que el protagonista, Lorenzo, se encuentra en una sección de negocios donde se
le presenta diferentes modelos, entre esos el del personaje que encarna Frank
Perozo; Lorenzo cuestiona por qué
este modelo (blanquito, con el cabello lambidito) y no un negrito como él, a lo que se le responde que este modelo responde a
los estándares internacionales de belleza masculina. La respuesta debe ser
asimilada como emanada del director quien se encuentra representado en el
personaje que defiende la propuesta de la empresa.
Nos resulta fácil reconocernos en el
protagonista porque somos víctimas de los mismos conflictos, o sea, de los
mismos deseos reprimidos. La condición es que hagan conscientes en un momento
en el que el juicio racional está disminuido por estar el espectador preso de
sus emociones. De esta manera, el dramaturgo nos transporta a la patología y
nos obliga a seguirlo en el desarrollo de su obra (Liébana, 2003. Pp 20).
Quien haya visto el film, y coincida étnicamente con figura
de Lorenzo, es seguro que habrá percibido
la inquietud que se le atribuye al protagonista en dicha escena. Máxime si ha
padecido de de algún tipo de rechazo debido a su condición étnica.
Lo que quiero decir es que la situación por la que atraviesa
el héroe nos es conocida por lo que nos
resulta fácil entender sus desvaríos en sus diferentes contextos. Esto es
entendible. Sin embargo: la forma como lo presenta el director es como si se
tratara de un pusilánime en quien el amor propio brilla por su ausencia. Es
esta actitud la que, en vez de arrastrarnos en pos, nos distancia de la
perspectiva del director a tal grado que nos hace dudar de su intencionalidad. Solamente
que se trate de una crítica en contra de personajes de esta mentalidad, lo
cierto es que Rodríguez presenta a un individuo carente de autoestima y
persistencia.
En un estilo reticente que apunta al desprecio que el
personaje siente hacia sí mismo; se trata de las escenas en las que el
personaje pasa frente al espejo y, por breves instantes, contempla su reflejo;
el gesto que presenta, en ese momento, manifiesta hastío y desencanto; una
especie de desencanto se pone en evidencia con el atenuante de que sabe quién
es el culpable: está en el espejo. Todo un drama de melancolía se vive en el
espejo creando en el espectador algo de condescendencia ante ese “adefesio[8]”
que vive el drama del espejo. En esta escena, el narcicismo encuentra su
antítesis: en vez de admiración por el reflejo, lo que el héroe siente es
desprecio. La gesticulación del protagonista se torna desiderativa ante la
posibilidad de no ser “lo que es”, todo sería distinto, no lo que es en el
momento.
No hay contentamiento de ser lo que es; quiere, aunque lo
omite, ser otro. Busca con afán un modelo que lo equipare pero lo hace con
pesimismo porque asume que su “condición” le es privativa. Conversando con su
amigo, Carlitos, manifiesta cierta
resignación de cargar con el peso “irremediable” de ser de una apariencia
física “no privilegiada”. Nada lo motiva: ni profesión, ni reputación. Lo que
quiere, en el fondo es ser “atractivo”, cumplir con ese “estándar internacional”
de belleza del que se habló en la empresa. En definitiva, su felicidad solamente
se consigue teniendo mujeres, pero su posibilidad de lograrlo está muy lejos
por las razones anteriormente expuestas.
Lorenzo, a partir lo observado, es una persona
sin ningún tipo de interés por sí mismo. Su sentido de dignidad muere en la
incidencia de una cultura cuya apreciación de la belleza es de procedencia
transcultural; formación adquirida mediante los medios de comunicación masiva[9].
No tiene sentido de autopertenencia, otro es el que lo dirige y quien le dice
lo que tiene que hacer ante situaciones determinada. Es susceptible a las
ofensas y subestimaciones, tanto que se torna perceptivo cuando simplemente se
sugiere. Es de esos tipos de “hombre masa” que sigue el camino de los demás:
hace y actúa por imitación no por convicción ni nada por el estilo. Cuando la
depresión lo apremia, tiende al ensimismamiento cayendo en una especie de
desprecio hacia todo lo que le rodea; cuando se encuentra en ese estado no discrimina
entre una cosa y la otra, todo es lo mismo, todo le da igual. Todo esto producto de una autoestima
patética.
El problema de la
fealdad: ¿un planteamiento racista?
El problema del racismo es lo que más ha suscitado la crítica
acérrima contra esta película de Alfonso Rodríguez; de diferentes formas se
trató de impedir que la misma tuviera algún teniendo al final un resultado
contrapuesto, como ya comentamos al principio de este ensayo. El que se le
imputara de racista ocasionó una acre respuesta de su director quien planteaba
que “para criticarla primero se debía verla”, sentencia que de alguna forma
cuestionaba la actitud absurda de criticar una obra de arte sin un previo
vistazo. Y tiene razón en ello ya que solamente se contaba con el triller de la
película, spot publicitarios y algunas que otras declaraciones faranduleras de
la prensa.
Pero yo pude ver la película; durante dos horas pude apreciar
su contenido y llegar a conclusiones como las que hasta el momento se han
expuesto en este breve ensayo. Y no creo oportuno ni coherente concluir con el
mismo sin antes tratar el problema que durante unas semanas ha acaparado la
atención de la opinión pública ante la que el referido director ha asumido una
postura defensiva de su ópera póstuma. Es
resulta imperante tratar este tema asumiendo una postura neutra que es la más
necesaria para tales fines.
En párrafos anteriores he insistido en señalar la postura
clasista que asume Rodríguez en el film Feo
de día, lindo de noche, especificando las escenas que respaldan mi
señalamiento. De igual manera fueron abordados otros temas. Pero, ¿qué decir
del problema del racismo? ¿Es racista la referida película? ¿Es intencional el
manejo de este problema en este film? O, ¿simplemente, todo ello obedece a un
problema recurrente en nuestro subconsciente forjado por una sociedad
acomplejada?
El racismo, en lo que se refiere a la “práctica de la discriminación, segregación, persecución o
dominación de personas debido a una supuesta diferencia racial o étnica[10], en nuestro país es abordado con cierta timidez, tanto así que
su denuncia es acogida con indiferencia. Las denuncias al respecto son
numerosas, pero nadie toma la iniciativa de enfrentar el asunto; todo queda
como algo de nuestra cotidianidad, como una situación más de otras tantas. Se
comenta el asunto, se hacen foros de discusiones donde se planteas posibles
soluciones; pero nada más que eso. El tiempo se encarga de encerrarlo en el
anonimato; nadie sabe de lo que se trata; aunque se notifica por los medios de
comunicación, todos están inmersos en sus problemas.
Pero eso no
significa que el problema no sea latente; está ahí. Todos los conocen,
principalmente los que lo sufren[11];
estos saben del asunto, pero lo callan, y cuando lo refieren lo hace como si se
tratara de un tema tabú. Algunas veces emplean términos eufemísticos para
referirse al asunto; términos como “por
ser prieto”, por ejemplo.
El caso es el
problema del racismo, no obstante su eufemización, es real en nuestro país. Es
real y latente; y aunque no lo traten de forma directa, ni exista una ley que
diga que los negros tienen espacios restringidos, es un asunto preocupante y
lesivo. Es verdad que no se persigue a nadie por su condición física, pero hay
una sugerencia; por ejemplo, cuando se estigmatiza a la persona por ser “prieto”. Cuando se emiten juicios de
valor aludiendo a ello; por ejemplo, sentencias como: “tenía que ser un negro”, “el nada más es prieto”, “hay que refinar la
raza”, entre otras.
Los mismos medios de comunicación, por su
parte, también han incidido en ello ya que nos han sembrado un modelo de
belleza basado en los rasgos físicos caucásicos; además de enseñarnos que
palabras como “prieto” y “blanco” antónimas entre sí y sinónimas
de “feo” y “lindo” respectivamente. Siempre nos vendieron este concepto de
belleza, llevándonos a la autosubestimación, enseñándonos que para triunfar hay
que ser blanco. Recuerden los programas semanales, quiénes estaban en la
pantalla chica animando los programas televisivos, diciendo, “si quieres ser bella como yo…”. Incluso
los anuncios estaban condicionados por lo étnico[12].
En función de
esto podemos decir que, aunque no existe un discurso racista per se en nuestro diario vivir,
inconscientemente lo manifestamos por las razones anteriormente expuestas. De
alguna forma dejamos fluir eso que nos fue inculcado a través de diversas vías
de educación; quizás nos cohibamos de emitir juicios de corte racista, hacia
los demás o hacia uno mismo, pero en nuestro subconsciente existen esos valores
que nos empuja a mirar a los demás, y a nosotros mismos, en función del cristal
de se nos impuso.
Cuando miramos
una o un modelo, ¿bajo cuáles criterios lo hacemos que no sean (como dice
Alfonso Rodríguez a través del alter ego,
encarnado por el farandulero Domingo Bautista) “los estándares internacionales”? Me explico: las actitudes y
manifestaciones racistas no son intencionales sino provenientes de un
subconsciente forjado culturalmente durante años mediante un proceso educativo
que va más allá de las aulas: la religión, las comerciales televisivos, los
programas semanales de televisión, las telenovelas, las imágenes de los
productos que consumimos a diario, los textos escolares, entre otros medios de
información masiva.
De igual forma,
podríamos afirmar que, en Feo de día,
lindo de noche, el racismo es frecuente pero de manera inconsciente. Lo que
se dice no responde a un racismo intencional, es decir a la manera de, David W. Griffith en El nacimiento de una nación; no aparece una doctrina que diga “éste
o aquél es malo por tales o cuales condiciones”, ni existe una persecución
contra individuos de determinada etnia. Sin embargo, sí existe un racismo
inconsciente, producto de un trasfondo cultural como expliqué en incisos
anteriores; se persiste mucho en lo étnico como determinante de la belleza; se
plantea que una persona es fea porque es negra; no importa los méritos ni los
logros, es negra por lo tanto fea. Por otra parte se sugiere un rechazo por tal
condición (hay una escena, en la del baile, él, Lorenzo, invita a bailar a una muchacha, de esas que en la película
se resaltan como “tronco de mujeres”, ella le dice que por el momento no quiere
bailar, pero que vuelva en un rato; él no bien da la espalda cuando ella está
bailando con un muchacho “blanco”). El rechazo no es verbal, no hay un discurso racista contra Lorenzo, pero sí una actitud, y está en
este ejemplo.
Otra forma de
racismo se manifiesta en la condescendencia con la que el director trata al
héroe: “lo quieren”, “lo aceptan” a pesar del desprecio que éste siente hacia
sí mismo. El trato es como si se quisiera demostrar un afecto meramente
fingido; el amigo quiere ayudarlo a conseguir mujeres (porque el “pobrecito” no
pega una), las compañeras de labores fingen afectividad (esta es una forma en la
que el director quiere demostrar que es afectivo con quienes no han sido
agraciados por la Naturaleza, demostrando, además, que no tiene acepción de persona).
Pero todo ello
no pasa de ser una acción inconsciente: no hay elementos racistas que procedan
de una previa planificación, esta película es producto de una situación social
que vivimos día a día a la que, al parecer estamos tan acostumbrados que la
vemos como normal. Problema que el director llevó a la pantalla gigante porque
es un tema atractivo y asegura una asistencia masiva de parte de un público que
lo único que quiere es reír. Trabajó el
problema sociocultural sin saber un ápice del problema; es una mercantilista
del celuloide, no hay un criterio específico del asunto que trata, sólo sabe
que es algo que puede gustar y, por ende, representa un éxito taquillero. Y
tuvo toda la razón.
José E.
Flete-Morillo.-
[1].
Ética a Nicómaco.
[2]
. Recomiendo en todo caso el film Alfie de…. Donde se presenta a un
personaje cuya finalidad es el placer mismo. Este personaje es útil para
comprender la consistencia del personaje que Alfonso Rodríguez nos presenta en
Carlitos.
[3]
. Aquí se registra una nota discordante, pues el personaje central, no advierte
la voluptuosidad de su hada madrina y la trata con indiferencia; ésta situación
puede considerarse una incongruencia puesto que, si él realmente estaba
“desesperado” por tener una aventura con una mujer que llenara sus expectativas
culturales, no hubiera perdido ni un segundo en cortejar a esa voluptuosidad
que se acercó a él voluntariamente.
[4]
. Este flagelo viene de él mismo, recordemos que él es víctima de sí mismo; él
odia al personaje que ve en el espejo: se ve a sí mismo como una representación
grotesca de su propia existencia.
[5]
Lo absurdo de todo eso que en aquella sala donde yo me encontraba había
mujeres, a pesar de que encajaban perfectamente en la burlesca descripción que
presentaba el director a través de su personaje, se reían a boca llena
representando con ello un goce masoquista.
[6]
. Recomiendo la película El nombre de la
rosa donde los personajes del pueblos son presentados en su estado
meramente primitivo.
[7] .
Actitud de este tipo lo manifiesta Hitchcock en Marnie, la ladrona. Ver: Hitch
y yo de Edward Hunter.
[8] Es
así como lo presenta el director; la actitud del héroe despierta la sospecha de
que él mismo se desprecia.
[9]
Repetimos la escena de la sección de negocios, allí donde se habla de
“estándares internacionales”, concepto que remite a una validez
convencionalista, o sea, que por ser de carácter internacional es lo
verdadero.
[10] .
Coalición internacional de sitios de conciencia, http://www.sitesofconscience.org/es/temas/racismo.
[11]
. Un ejemplo de ello lo constituye el hecho de que las personas con rasgos
africanos son vejados, por citar un caso, en lo laboral: a pesar de su
formación perciben un salario menor que el de rasgos caucásicos; en el Estado
esto es muy evidente, allí nombramientos son por capricho sobre todo en lo
referente a lo racial; hay casos en que los cargos altos son designados por
asunto de imagen. Recuerdo un caso de mi experiencia, en un evento cultural del
país: se me solicitó que buscara estudiante apara tales fines y lo hice
procurándolos de un sector populoso de la capital, me los rechazaron por sus
rasgos físicos justificando que del país invitado al evento vendrían personas
de rasgos caucásicos y se llevarían una impresión desagradable. Nadie hizo nada
al respecto, ni siquiera las autoridades responsables del evento cultural. Todo
pasó como algo trivial, de poco interés.
[12]
. Entre a YOUTUBE.COM y busque los anuncios dominicanos de los 80´s hacia abajo
y verá que estaban restringidos a los “prietos” (uso este dominicanismo
adrede), estos eran vistos en anuncios deprimentes como el spot publicitario
del antiguo periódico “Sol” (El canillita) o el spot político de Corporán De
los Santos.

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