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viernes, 25 de enero de 2019

El extremista moral.-




El extremismo es pernicioso desde cualquier ángulo que se le mire. Desde el lugar en que se encuentre, afecta a todos por su forma obtusa manera de ver las cosas. Desde una rendija mira el mundo y arbitrariamente saca conclusiones propias de esos “tremendistas” que Umberto Eco, en Apocalípticos e Integrados, subrayaba.
Todo extremista, por defecto, es tremendista, su discurso está cargado de fantasías en las que él es el centro de todo drama y, matizado de su natural paranoia, emplea todo tipo de mentiras para enarbolar un discurso paranoico mediante el cual venderá una figura de sufrimiento que sólo los incautos incurren en la imprudencia de comprar.
La moral del extremista, o tremendista, se fundamenta en su megalomanía; tal ha sido su engreimiento que se ha creído la mentira de su unicidad. El “menos yo” es su mejor recurso de evasión, todos han errado, o pecado, o simplemente fallado -algo muy propio de los seres humanos- en alguna que  otra tarea, menos él. Él o ella, descuella por encima de la gran mayoría gracias a su “entereza moral”, “los demás padecen de una doblez bulliciosa”…”-Yo no me doblego, yo he sido criado con valores firmes…Otros en mi lugar, en condiciones apremiantes en que me he encontrado, hubieran claudicado y dar el brazo a torcer…En cambio, yo no, pues poseo unos valores de hierro que mejor me hacen morir en vez de doblegarme..!” dicen en voz alta, como si quisieran acallar la duda de algún escéptico.
En realidad, el extremista, gracias a su megalómana forma de pensar, vive pendiente y a la vez ajeno de todo; pendiente, porque piensa que todo debe girar en torno a él; no respeta jerarquía, no hay rango por encima, es enemigo de las normas puesto  que, “al momento de ser formuladas, no se le consultó, por ende, están carentes de fundamento y racionalidad”; para todo tremendista, las normas no pasan de ser trabas que la “burocracia, perniciosa y maldita” instaura para obstaculizar los procesos, pero esta afirmación no responde a la racionalidad sino a su ego, pues las cosas no responden a su capricho amén de la realidad nomástica que le detiene.
Pero, también, vive ajeno a todo porque le importa un bledo el bienestar de los demás y de aquello que nada le concierne. Las cosas que no le conciernen las deja de lado  y ni siquiera tiene la más leve sospecha de  a quien le pueda afectar no cómo;  basta y sobra que no sea de su “competencia”, para dejar que “el diablo se lleve al demonio; pero si de casualidad se alerta de que en algo le perjudica, se vale de un discurso redentorista y no cesa de pregonar la necesidad de velar “por el bienestar común” cuando otrora sólo le bastaba su mismidad con sus consecuencias.
La institucionalidad le asquea por la excesividad burocrática; el papeleo y la efectividad jerárquica le ponen los nervios de punta; dice que “para qué hay que cumplir con tantos pasos”, que “eso aletarga los procesos”; pero en realidad, lo que sucede, es que su engreimiento no le permite que “un empleado, o funcionario, de poca monta le diga a su “encumbrada personalidad” lo que tiene o debe hacer. O sea, el tremendista está más allá del bien y del mal, es una evocación real del monarca francés, Luis XIV, cuyo ego trascendía a la facticidad  del Estado. Es decir, el tremendista o extremista, llega a tal engreimiento que se autoconcibe cualidades divinas y sentencia o, más bien depreca, a todo aquél que omite importancia a “sus sabias orientaciones”.
En ese acontecer nuestro personaje va desarrollando, de manera natural, un comportamiento cínico: despotrica a unos, confabula contra otros, traiciona aquí, chismea por allá, soborna por acá, y cuando se le cuestiona al respecto alega que todo es mentira, que son los demás que no le respetan, que si “algo hizo mal, en el fondo fue procurando el bien común”. Esto me recuerda a un personaje del film Corazón Valiente, dirigido y estelarizado por Mel Gibbson; se trata de un noble que, alcanzado por un marido que demandaba venganza por el ultraje de su esposa, alegó que su accionar respondía a un “derecho” que le asistía como noble.
En cambio, el tremendista muta al llegar la noche. Parece que después de una larga jornada de chismes, mentiras, conspiraciones, embaucamientos, confabulaciones, manipulaciones y traiciones llega a la conclusión de que “todos los seres humanos debemos vivir como hermanos”, de que “al final el mundo no es mundo sin las diferencias”, y procede a “sermonear” a todos a pregonar la necesidad de “vivir en armonía”…Es más es tanto su tremendismo que se autoproclama servidor o servidora aún de aquellos a los que consideró no aptos para ordenarle nada. Y como si fuera poco, plaga las redes sociales de mensajes superfluos, de esos que aunque hablan de bondad, armonía, amor y cosas afines, no surten efecto porque de todos es bien sabido que su comportamiento no permite a nadie oír ni apreciar en forma alguna lo que intenta comunicar.

Por: José E. Flete-Morillo.-


2 comentarios:

Aschley shantal guzman dijo...

excelente lectura

Yabel92 dijo...

muy buen mensaje deja está lectura

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