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jueves, 17 de enero de 2019

Refranes y sabiduría popular.-






En la sabiduría popular se tejen reflexiones que, por su cumplimiento y aplicabilidad a los problemas del ser humano, perviven al tiempo y a la dinámica sociocultural. La sabiduría popular es producto de una profunda reflexión durante el trayecto de la vida; los problemas de la vida son vistos una y otra vez, luego, teniendo como base semejante experiencia surge la sentencia cómo síntesis discursiva de todo ese ejercicio reflexivo.
Los refranes pertenecen a esa reflexividad popular y como tal tienen cumplimiento en el accionar del ser humano en sociedad gracias a que el mismo es observados por aquellos que se valen del interés y la suspicacia para avocarse a una conclusión aleccionadora. Difícilmente los refranes erren en sus sentencias, su uso es oportuno y con la brevedad que los caracterizan sintetizan el más largo discurso produciendo en el receptor la sensación de vencimiento.
Nuestra sociedad ha sabido dar explicación a ciertos comportamientos llamativos gracias a la utilidad de los refranes; los momentos más preocupantes, las acciones más escandalosas y los misterios más incomprensibles son comprensibles gracias a estas sentencias populares. Lo que cuesta a muchos resolver mediante sendas especulaciones, en los refranes encuentran atajos, es decir, sin subterfugio alguno, podemos comprender en dos tres palabras.
La logicidad permea en un conjunto de palabras cuya concatenación no tienen más grandeza que la simplicidad de su coherencia. La forma se reduce en dos o tres palabras pero la misma es apenas punto de partida de un significado cuyo significante se disemina en las entrañas mismas del pueblo que crea, esparce y hace de esos refranes su trascendencia.Existen miles de libros dedicados a reflexionar sobre el valor moral del comportamiento humano pero los mismos, a pesar de su densa numerabilidad, se destrozan ante el escaso poder adquisitivo de la población privando así a muchos de disfrutar de interesantes  reflexiones que gracias a lo anterior, se convierten en privilegios de pocos. Sin embargo, los refranes, debido a que emanan de las entrañas mismas del pueblo, bifurcan en la colectividad democratizando así el poder de convencimiento que muchos, desde la república de las letras,  intentan monopolizar sin ningún tipo de remordimiento.
No hay aspecto de nuestra vida que no sea comprendido por algún refrán; desde la fe hasta la objetividad más férrea de la ciencia, y desde la singularidad más egoísta hasta el más soñado altruismo colectivista,  los refranes perviven como una fuerza invisible cuyo final está condicionado a la permanencia del mismo pueblo. "Dios aprieta pero no ahorca" dicen unos en pro de la fe mientras que los menos crédulos ripostan con un "A Dios rogando y con el mazo dando"; otros, mediante "hijo de gato caza ratón" explican la transferencia de carácter que tardíamente la genética, en comparación con los refranes,  ha intentado explicar; los pesimistas, por su parte entienden que su vida se reduce a estar "amolando y siempre boto", mientras que los más conservadores entienden que "quien anda con cojo al año cojea".
Cada aspecto de la vida es comprendido por el saber popular y explicado mediante estas sentencias que, me atrevo a afirmar, muy pocos se atreven a refutar; pero como "donde quiera se cuecen habas", estoy seguro que hay quienes osan invalidar la aplicabilidad de los mismos; pero aún semejante insistencia  no es más que un "amagar y no dar" ya que aún el mismo intento es una especie de suicidio que el pueblo siembre en sus individuos como forma de probarse a sí mismo.
Por mi parte, respeto la comprobabilidad de los refranes y me valgo en ellos pues me han servido para comprender cosas de mis congéneres que, cuando se me nubla la razón por el desengaño, se me hace difícil comprender. Gracias a los refranes he aprendido a dudar de quienes gritan constantemente sus virtudes pues semejante acción no pasa de ser un intento de disimilar sus carencias; "dime de qué privas y te diré de qué careces" es lo que llegué a escuchar de mis padres cuando algún arrogante interrumpía su quietud, por ejemplo. Con la sencillez de los refranes lo complicado de la vida tiene sentido y nos resulta fácil su comprensión.

Por: José E. Flete-Morillo.-

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