La felicidad del patán
Hace muchos años, un canal televisivo del país transmitía,
en horario vespertino una serie animada (muñequitos) titulada, si mal no
recuerdo, La carrera de los autos locos, entre
cuyos corredores resaltaban la bella Penélope
y el más tramposo de los corredores, Pierre Nodoyuna (creo que así se
llamaba), este último acompañado de su fiel copiloto Patán, un canino que no hacía más que disfrutar de los fracasos y
maldades de su amo. Cada vez que el "malvado" Pierre Nodoyuna ejecutaba una
de sus trampas, el nombrado can emitía una risa tan peculiar que el televidente
se veía provocado a la hilaridad; pero no sólo reía celebraba las perversidades
de su amo sino, también, los fracasos.
Cada vez que recuerdo estos dibujos animados, en especial la
figura del "can que ríe", soy remitido a aquellos personajes cuya
vida se cimenta sobre la tarea de fastidiar a los demás. Son cómplices de
cuantas truhanerías sucedan; se ríen de las maldades que hacen aquellos a
quienes se alían y, como si fuera poco, algo muy típico de su desproporcionada
manera de ver las cosas, hacen de estos baluartes de moralidad y rectitud,
cuando en realidad fueron todo lo contrario.
El patán se regodea en sus groserías. Los ideales, las
virtudes y cualquier cosa que remita a algún ideal o beatitud son considerados
por él como meras ramplonerías y como si fuera poco se ufana de excrementar
sobre ellas. Es un verdadero grosero. Cuando
percibe que alguien siente respeto por algún ideal o persona proclive a
ello, teje en su contra todo un discurso con miras a ridiculizarlo.
El patán es feliz porque se sabe despreciado. Y como está
consciente de esto se enfoca en aliarse a sujetos cuyo ideal se reduce a un
vaso de cerveza o, como mucho, a un simple plato de comida. Sus amigos no son
los que persiguen las virtudes, por estos siente un profundo desprecio; los
tolera porque no tiene otra opción, pero, si pudiera los desaparecería en un santiamén. Sus verdaderos amigos son
aquellos para quienes la desvergüenza es un chiste y el escamoteo un mérito.
El patán es osado, atrevido. Tiene unas ocurrencias que
cualquier persona con dos dedos de frente, en su lugar, sentiría profunda
vergüenza. Tan lejos llega su osadía que se atreve a pedir que se honre la
memoria de estafadores, malhechores, violadores y proxenetas alegando que
"alguna vez extirparon las pulgas" del perro de algún vecino. Pero
eso no es todo, es tan creído que considera que semejante pedido es el
"mayor logro de la historia". Y se atreve a ofenderse si alguien
objetare su solicitud (en estos casos lo mejor es seguirle la corriente y dejar
que sea el tiempo que se encargue de inducirlo al olvido).
La felicidad del patán es hiperbólica. Se ríe de todo, no
porque sea feliz sino porque su tozudez no le permite entender el drama que
ante sus ojos se desarrolla. Se ría tanto del decapitado como de la madre que
llora la muerte de su hijo. Se ríe de cualquier desastre, sin importar lo
dramático del mismo. El asunto es reír y hacerse el simpático cuando en
realidad no deja de ser un maldito
pesado y ridículo que no ve más allá de su nariz. Es exageradamente
insuperable. Es él con y sin sus consecuencias. Es extremadamente feliz porque
no sabe el valor de las cosas sencillas ni de las cosas extremadamente
comprometedoras. Es un vulgar trepador, y punto.
Una recomendación. El patán es peligroso, no por lo que es
ni por lo que hace sino por su comportamiento: aparenta tener pudor, educación
y comedimiento; incluso, finge compromiso en las cosas que así lo demandan;
pero en realidad es un impúdico y un vulgar mentiroso. De las cosas serias hace
una comedia y de las rastrerías un estandarte para el que exige tributo e
imitación.
Por: José E.
Flete-Morillo.-

1 comentario:
Wao nuestra sociedad esta llena de patanes
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