Cine, filosofía, gratitud, belleza, fe, filósofo, teología. odio, duda.

martes, 15 de enero de 2019

Hal Stewart: el retrato de un perfecto imbécil.-

Megamente, Tráiler
Hace ya cierto tiempo que tuve la oportunidad de ver esta película, Megamente; y lo cierto es que, a que, a pesar de que ya ha transcurrido cierto tiempo, este es el momento en que se me ocurre escribir algo al respecto. La sinopsis resulta brevísima: es una película de animación, dirigida por Tom McGrath, en la que  Metroman declina en sus obligaciones de héroe, el villano, Megamente,  asume el compromiso de su rival y un imbécil obtiene  superpoderes siendo este tiro del destino el más nefasto y desacertado que jamás se haya visto.
Y no quiero entrar en detalle en lo que se refiere directamente a la película sino que es el último inciso del párrafo anterior lo que me encamina a tratar un punto muy propio de sociedades con crisis de valores: me refiero al tema del imbécil flagrado de poder. Considero que este film es el más apropiado para analizar la personalidad del imbécil con sus sucesivas triquiñuelas por alcanzar el poder y de los resultados abominables que encontramos cuando se empodera.
Una breve definición del diccionario nos arroja un poco de luz en torno a la personalidad del imbécil: “falto de razón”.  Claro está, se trata de una definición que luce un tanto insípida; parece que debe decir algo más para completar la idea que tratamos de desarrollar. Pero si acudimos al concepto de razón que René Descartes maneja, entenderemos que esa ínfima definición del diccionario dice mucho más de lo que pensamos:
  “El buen sentido es la cosa del mundo mejor repartida, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que incluso los que son más difíciles de contentar en cualquier otra cosa, no acostumbran desear de él más de lo que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se equivoquen sino que, más bien, esto muestra que el poder de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es lo que propiamente se ll ama buen sentido o razón, es igualmente en todos los hombres; y así, la diversidad de nuestras oposiciones no viene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que dirigimos nuestros pensamientos por vías distintas y no consideramos las mismas cosas” (El discurso del método).
Entendamos el término buen sentido por sentido común, pues de esta forma nos será fácil desprender que Descartes, al hablar de personas con sentido común, se refiere a quienes pueden entender con suma facilidad cual es su roll en la sociedad y con cuales deberes debe cumplir, lo mismo que conoce cuáles son los derechos que le compete. Entonces, partiendo de esta aseveración, tenemos que según el diccionario, un imbécil es aquél que carece de sentido común para asumir su roll en la sociedad, además de atropellar el derecho que los demás tienen de ser y hacer lo que por ley les corresponde.
El imbécil, como falto de razón que es, carece de la habilidad de distinguir una cosa de la otra; por eso es que se encuentra en una encrucijada cuando tiene que actuar basado en el criterio de prioridad, no sabe cuando tiene que favorecer una cosa sobre la otra, todo le da igual, sólo sabe que algo tiene que hacer pero no sabe cómo ni cuándo y menos por qué. La realidad se le torna un capricho y en base a esto ejecuta sus acciones. Su sentido común es totalmente nulo; apenas sólo tiene referencia de sí mismo y de sus apetitos primarios. Es capaz de las cosas más absurdas: cómo hablar de negocios en un funeral con alguno de los dolientes más cercanos del difunto.
Es un error equiparar al imbécil con el idiota o con el bruto; estos dos últimos viven en la pequeñez de su mundo rumiando su realidad y justificándola con un conformismo que sólo tiene sentido para ellos mismos; muchas veces admiten su incompetencia para cualquier función que enrole a otros además de ellos; una especie de humildad ramplona les impide asomarse al mundo de incidencias colectivas. En cambio el imbécil no se conforma con saber de su incompetencia para hacer algo bien sino que, asumiendo que los demás son idiotas, es tiene la osadía de autoemblemarse, de presentarse como la solución al conflicto en cuestión, a pesar de no saber ni un carajo que acción demanda el momento. Es tan copetudo, perdonando la hipérbole, que apenas sabiendo algunas que otras cosas triviales se atreve a conferenciar sobre neurocirugía, cardiología o cualquier otro saber que demande especialización.    
En Megamente, Megamind, el personaje de Hal Stewart representa a la perfección la personalidad del imbécil: su único mundo era él mismo, su sentido de obviedad le impedía tener noticias de que el mundo a su derredor se estaba hundiendo; no entendía que más allá de su amor por Rosanne estaba la imperiosa necesidad de salvar el mundo; estaba ofuscado en su declaración de amor, tanto que ignoraba que Metrociudad carecía de protector pues el perverso de Megamente, por fin, “había aniquilado a Metroman”.
Es interesante ver cómo el director, Tom McGrath, además de las acciones, se vale del personaje de Hal Stewart para retratar al imbécil en todas sus dimensiones: una sonrisa estúpida propia de un sujeto con una proyección de la vida muy pobre, en el mejor de los casos; un acento que indica que se trata de una persona carente de identidad, una persona que desconoce sus puntos de partida y de llegada; adolece de una logorrea crónica, habla sin pausa ignorando que el otro tiene algo necesario que decir; la incoherencia es su norma lógica de procedencia, fue capaz de invitar Roxanne a una fiesta sólo para dos con castillo inflable, golosinas y refrescos; la desproporción de su cuerpo, en relación de los otros personajes, es una especie de metáfora del no-humano que no hace más que completar la estadística de la humanidad, es una especie de res extensa.
La personalidad del imbécil, que es la misma que Tom McGrath metaforiza en la figura de Hal Stewart, entra en contradicción con la afirmación de Descartes, para quien todo ser humano es un ente pensante provisto de la facultad de distinguir una cosa de otra, de ver más allá de su nariz:
“…En cuanto a la razón, o el sentido, en tanto que es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”, quiero creer que está toda entera en cada uno, y seguir en esto la opinión común de los filósofos, que dicen que no hay más y menos sino entre los accidens, y no ente las formes, o naturalezas, entre los individus de una misma especie (Ibídem).
Y reparo precisamente en una expresión que extraemos de la cita a propósito del imbécil; es aquella en la que Descartes deja claramente por sentado que existen individuos en quienes la razón escasea. Cuando leemos de manos del filósofo “quiero creer que está toda entera en cada uno…”, vemos como aflora una duda sobre el mismo juicio; se niega lo que se afirma: no todos somos beneficiados con la razón, algunos andan al margen de ella y otros, a pesar de carecer de ella fingen tenerla cuando en realidad es todo lo contrario.
 Los individuos carecen del sentido común, o sea los imbéciles, no proceden de la misma forma que los demás frente a situaciones que demandan alguna reacción: su mismisidad le domina y sus apetitos primigenios se convierten en el centro fundamental de sus acciones.  De ahí que Hal, mientras que todos temían ante la amenaza del villano,  él pensaba solamente   en juego, comida y sexo.
Este tipo de personas es propio de comunidades donde la irresponsabilidad es el estilo de vida; allí se encuentran en sus aguas pues la indiferencia de todos les permite actuar sin ser advertidos en sus actos. Medran sin temor a ser sorprendidas en sus mojigaterías, nadie se interesa en lo que hacen sólo aquellos que reparan en los pingües beneficios de aliárseles. Es en comunidades indiferentes que el imbécil se fortalece pues, aunque carece de facultad creativa, está dotado de habilidad, de ésta se vale para reptar hacia cualquier status que se le antoje.

Cualidades del imbécil.-
Es difícil que las personas, imbéciles o no, lleven a cabo un roll de determinado sin dejar rastros cualitativos. Y hablar de cualidades en este tipo de personas no resulta tan difícil por la virtud de filtrase en los grupos sociales y corroer el equilibrio colectivo sin ser lesionado por acusación alguna. Es tal y como es, todo un imbécil; pero ello no le quita ciertas virtudes que muchos, a pesar del beneficio de la razón, dejan escapar, sea por irresponsabilidad, indiferencia o descuido.
Sin embargo, cualquiera, debido a lo ineludibles de sus cualidades, pensaría que algún indicio racional se asoma por la personalidad del imbécil; pero no es así, lo que sucede es que debido a su imperceptibilidad puede mostrar lo que no es al grado de engañar a cualquiera vendiéndole la imagen de un ente racional. Sus cualidades no son producto de la razón, las desarrolla instintivamente: ya sea producto de algún anhelo de querer ser lo que no puede o por simple mimetismo, ya que es propenso a imitar lo que otros hacen sin reparar en la efectividad del asunto o de su aplicabilidad. Lo que hace es mirando a saciar un hambre multidireccional: social, sentimental, fraternal, económica o intelectual; esta última nunca la sacia aunque, es innegable, simula hacerlo, pero se evidencia lo contrario en su odio furtivo a los de esta clase.

Habilidad.-
Antes de proceder a explicar el sentido de habilidad del imbécil, es preciso aclarar que existe una notable diferencia entre la habilidad y la inteligencia. Una persona puede ser inteligente, pero no hábil, o hábil y carecer de inteligencia. O puede darse el caso de poseer ambas virtudes lo que resulta una gracia poco frecuente.
Una persona inteligente, además de dominar informaciones con cierta profundidad, crea datos y los transforma; se resiste a los “planteamientos acabados” y los cuestiona en procura de presentar una alternativa diferente que supere a lo anterior. En fin es capaz de transformar su realidad respetando el sentido de pertenencia del otro y la colectividad. La persona inteligente se maneja en base a principios, el deber le constriñe a actuar al margen de la moral y del bien común. El “imperativo categórico” le resulta una especie de sensor que le embiste cuando se aleja de los valores pre-establecidos socialmente. De ahí que le resulte difícil escalar en ciertas esferas sociales puesto que prefiere “jugar limpio”. Crecer le toma tiempo ya que prefiere el “curso natural de las cosas”­.
Por ejemplo: volviendo al filme de McGrath, Megamente, a pesar de ser el villano, procedía basado en los cánones que regulaban la lidia entre el bien y el mal;  asumía su roll de anti-héroe, de ser el lado opuesto de Metroman, procuraba a toda costa de ser un oponente digno. Desde que entendió su misión en la vida se dio por completo a su papel, sin infringir las reglas a pesar de infringirlas (Parte de su papel, además de ser “ingeniosamente malo”, era el de “darle qué hacer a la policía, mantener ocupados tanto al héroe como  a sus aliados).  Como villano, se somete a ciertos parámetros que regulan su villanía; esto responde a los posibles cuestionamientos que surjan con relación a su traje de archienemigo y su música rock que no es más que una metáfora de su rebelión contra el status quo de la ciudad, además ser el preámbulo que anuncia su maligna aparición. Todo lo expuesto ente párrafo es un indicador de que la personalidad de este villano está previamente elaborada en función de los arquetipos racionales.  A este modelo de conducta racional responden otros personajes como Servil, Roxanne y Metroman. “Sólo un ser racional, afirma Kant, posee la voluntad de obrar por la representación de las leyes, esto es, por principios” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
El hábil es totalmente diferente al inteligente: no se rige por principios morales, la razón es nula, su norte es la satisfacción personal, su egotismo es desmesuradamente ramplón y ordinario. La razón, si es que alguna vez estuvo en él, es reemplazada por el instinto vulgar de la autoconservación. Es nihilista inverecundo en estado de evolución truncada. Por eso se le hace fácil trepar en sociedades que para gobernar no exige a sus ciudadano que la capacidad de corromperse y corromper.  Su facilidad de infiltrase en los círculos cerrados es asombrosa pues tiene la manera de identificar a quienes son propensos al tráfico de influencias. El hábil no tiene problemas en cambiar de caballo: su animalidad le anuncia cuando el peligro se asoma. Su voracidad le permite sacrificar a quienes le plazca, aun sean sus mejores amigos; no olvidemos que se trata de alguien que es inmune a las normas y al compromiso. Por lo tanto su deslealtad no asombra a nadie.
Y es esa habilidad la que ciñe al imbécil. Como es carente de todo precepto moral puede nadar en todas las aguas sin temor a reproches, su inhabilidad racional no le permite reparar siquiera en las normas sociales, pues las desconoce; incluso ignora que pertenece a una sociedad con reglas previas a su existencia. No le preocupa su reputación, no sabe qué es eso ni para qué sirve. El nublazón de su entendimiento le impide reflexionar sobre todo lo que implique valor moral. No obstante, pese a su condición de anacéfalo, en su instinto de preservación ha evolucionado al tal grado que le permite correr en pos de todo lo que se llame beneficio propio.
Platón, en El mito de la caverna, hace una reflexión que describe perfectamente el estado de habilidad del imbécil:
“¿No has observado hasta dónde llevan su sagacidad esos hombres conocidos con el nombre de embaucadores? ¿Con qué penetración su alma ruin discierne todo lo que les interesa? Su vista no está ni debilitada ni turbada, y como la obligan a servir como instrumento de su malicia, son tanto más maléficos cuanto son más sutiles y perspicaces”.
Gracias a su habilidad, el imbécil puede sobrevivir en cualquier ambiente a pesar de los riesgos. Puede peligrar, sentirse amenazado, incluso al borde del exterminio, pero su habilidad animalizada le permite salir airoso haciendo que otros, los incautos, se encarguen de recibir los daños. Claro está que esto lo consigue no posterior a una reflexión sino por instinto.

Camuflaje.-
Otra cualidad del imbécil es el camuflaje; naturalmente, ésta surge como producto de su habilidad de sobrevivir en cualquier ambiente, más en aquellos donde solamente logran permanecer los más voraces.
El camuflaje, visto en la naturaleza, es la manera como ciertos animales (el camaleón, por ejemplo) evaden el peligro o para atrapar a su presa sin que ésta se aperciba de su presencia. Este instinto de evasión,  les permite capturar el ambiente y diseminarse en él sin temor a las amenazas, de esta manera forman parte de un medio al que no pertenecen; no son de ese lugar, pero están ahí, medrando sin ser percibidos, alimentándose de lo que no les pertenece. Muchas veces devorando a especies inferiores e indefensas, otras veces evadiendo las amenazas de las que les  superan.
El imbécil no es menos, poseyendo este aspecto instintivo, se disemina en ambientes donde sólo por vía de la razón es posible estar: hace lo que los demás, se comporta como los demás y hace los que los demás hacen. Recordemos que no es inteligente, pero su alto sentido de habilidad le permite imitar acciones con tal perfección que resulta muy difícil notar las diferencias entre la mimesis y el original. Es como si se tratara de un juego de las siete diferencias en el que hay que ser muy perceptivo para destacarlas.
La forma del imbécil camuflajearse es un poco variada, va desde la simple imitación hasta la repetición de complejos discurso. Estructuralmente está dotado de ciertos sensores que se activan según el ambiente respondiendo adecuadamente al momento. La naturalidad de esta conducta le sirve para engatusar a los incautos  quienes, una vez ya entumecidos, resultan ser la presa de sus trampas más sutiles.
Una de las formas de evasión que emplea el imbécil es la simulación. Puede aparentar interés por una situación equis, como preocupación por un problema social; pero todo es mera apariencia,  en su condición irracional no está capacitado para conjeturar sobre problemas de esta magnitud. Otra forma de simular es mediante el discurso: presenta un lenguaje moderado, luce educado, se expresa correctamente, inclusive se muestra cordial y amable; y su capacidad de manifestar que posee dominio de la información es asombrosa. Pero todo se trata de un mero juego de apariencias: basta una mera pregunta capciosa y su animalidad abrupta queda puesta en evidencia.
Pero no quiero abandonar este punto sin hacer alusión a su exquisitez en el vestir. Es comparable con el pavo real que, a pesar de su deslumbrante plumaje sigue siendo un animal, carente de razón y del sentido de la creatividad. Pero una leve reflexión al respecto no va a mal y para ello, el film en cuestión, Megamente, es propicio y muy oportuno, principalmente por el personaje de Hal Stewart.
La desproporción del cuerpo de Stewart, como ya sabemos, no es al azar sino que responde a la intensión de señalar lo grotesco del personaje; su sonrisa estúpida y lo desorbitado de sus ojos al hablar, añadiendo a todo esto un tono de voz fuera del contexto de los personajes, una hiperbólica representación del imbécil. Tal retrato prefija la idea, a su vez,  de un sujeto incorregible a pesar de los esfuerzos de hacerlo lucir aceptable a la sociedad.
Si observamos, cuando se produce la metamorfosis de Hal, lo que se obtienes es una ridícula representación del superhéroe, o sea que los valores son parodiados a tal grado que al observar la transformación lo que se percibe, más bien, es una parodia de los valores. A pesar del elegante traje con una gran “T” escarlata, símbolo de soberanía y honor, seguía siendo el más miserable de los de su especie. A pesar de su elegante disfraz de superhéroe, seguía siendo un ente animalizado.
La metamorfosis de Hal en Titán nos sirve para explicar el aspecto simulador del imbécil. Porque es interesante, y no creo que venga a menos, analizar un ente que, disfrazado de una personalidad que dista mucho de su “yo”, se nos presenta ocultando la ferocidad y la vileza que se esconden tras los artilugios de la cortesía y los buenos modales. Por más exquisitez al vestir, y por más demostraciones de buenos modales, y por más visos de conocimientos mimetizados, el imbécil será lo que es: un non hominis atrapado en su estado más deplorable de la humanidad, el desconocimiento de su propia mismisidad.
No es fácil reconocer a un imbécil a simple vista ya que se pierde entre las multitudes; incluso, aún hablando (aunque solamente imita y repite sonidos) resulta un poco complejo. Sin embargo existe una manera de provocar que se ponga en evidencia su verdadera personalidad: tentarle con un poco es suficiente para del traje de casimir inglés emerja el más vil de todos los animales, perdonando estos la comparación.
El imbécil siente una profunda abstracción por los buenos trajes. Pero su mayúsculo deleite está en los sitios masificados, en especial los espacios donde se retoza constantemente con el poder. Porque allí las decrecidas ambiciones de mando nublan el sentido común de los incautos y es difícil que se perciba su dantesca personalidad animalizada. Allí puede medrar sin problema, incluso puede darse el caso de que se forme escuela en torno a su imbecilidad. 

El imbécil y el poder.-
Una de las acciones más erradas de los seres humanas es la de poner el poder en manos de los imbéciles. Aquí se demuestra el lado flaco de la democracia: el principio que reza “todos los seres humanos tienen derecho a elegir y ser elegidos” ha sido la mayor prueba de que el convencionalismo no siempre es la acción ni la salida más correctas; todo lo contrario, cuando se recurre a ello es porque existe alguna mala fe, pues de alguna forma lo que se persigue es que el sentimiento de culpabilidad por una acción errada sea compartida en la misma dimensión por todos. Y no son pocos los casos registrados en la historia en los que podemos detectar una incidencia colectiva en la ostentación del poder de parte de los imbéciles.
Tiene el enorme talento de cometer una serie de patochadas y la suerte de que no se lo tomen en cuenta; no se entiende cómo puede ser que un individuo de esta naturaleza siendo tan acentuado en sus disparates puede salir impune y excusado por la misma plebe frenética que demanda sanción para los corruptos. Peor aún, sé de casos en los que esta camada de truchimanes es copada por acólitos que le manifiestan su aprecio y fidelidad.
A pesar de su carencia de ingenio, el imbécil es proclive a sentir pasión por todo lo que guarde alguna relación con el poder. Desde que siente un leve aire de mando, empieza a dar ciertos indicios de su innata vocación para el despotismo: mira con desdén a sus interlocutores, al hablar frunce el seño como tratando de demostrar la obviedad de su saber (lo que es mera repetición de conocimientos sin fuentes precisas), siempre tiene un traje terciado sin importar el clima, crea una paranoia enfermiza y, lo peor de todo, cierto delirio de mesianismo se percibe en sus conversaciones sobre el cargo que la irresponsabilidad de otros le designó.
Lo más sorprendente es que aún no “tiene la sartén por el mango”, todavía no es el mandamás, sólo se trató de una leve pizca de poder. ¿Qué sucedió? Recordemos el caso de Hal, no era más que un camarógrafo; pero el estar en los medios de comunicación, aunque sea manipulando una cámara, y ser el compañero de trabajo de una reportera de prestigio a quien se vinculaba directamente con el superhéroe de la ciudad, era suficiente para desarrollar en él el delirio de grandeza que su animalidad escondía. Esto explica el porqué de su acento gangoso y su obviedad al hablar.
El poder surte cierto efecto secundario en quienes: pone en evidencia lo que realmente somos. Muchas veces nos jactamos de ser una cosa, pero basta un poco de poder y olvidamos nuestras preocupaciones por el otro, el discurso patriótico se torna un recurso de evasión y vemos en nuestros amigos a los más enconados adversarios.

El imbécil potentado.-
El poder es lo más efectivo para poner en evidencia lo ruin y abyecto del imbécil. Es aquí donde el camuflaje se desvanece y se puede apreciar, en alta definición, la verdadera personalidad de este truculento personaje. Toda su exquisitez al vestir, su discurso mimético, su cordialidad absurda y su filantropía de pasquín pasan a ser meros recursos de ramplonería retórica. Ya no tiene necesidad de seguir ocultándose, ya es el mandamás, ahora puede defecar libremente sobre quien le venga en gana sin temor a ser enfrentado ni corregido. Ahora tiene un séquito de chupamedias que  argumentan en pro de sus imbecilidades y hasta tienen el coraje de reírse de sus chiste más absurdos. Peor aún, hay quienes rompiendo los límites de la adulación y el tumbapolvismo enarbolan todo un culto en torno a su personalidad atribuyéndole virtudes mesiánicas. Véase el caso de Lilís y Trujillo.
Es peligroso dejar el poder en manos de los imbéciles, y este ha sido el fallo de la cultura democrática. No obstante, el imbécil, gracias a su habilidad ha sabido aprovechar este lado flaco de la sociedad en la cual ha reptado desde que su razón fue opacada por su instinto. Carente de ingenio, creatividad y por ende de valores, ha sabido manejarse adecuadamente en función de una democracia insípida; una democracia que no pasa de ser un más que un mito forjado por culturas que ser resisten a prescindir de la nefasta idea del poder por abolengo.  Son este tipo de culturas y sociedades las que han servido de pasto fértil para saciar el hambre de poder de los imbéciles.
Ahora que es el mandamás, el imbécil pone de manifiesto que no ha sido más que eso, un imbécil. Pero no le importa, ya tiene el poder para hacer lo que su instinto le ordene. Ahora bien, hay casos en que una vez en el poder, éste evoluciona a un estado mayor: se convierte en caprichoso. Ahora todo lo que hace es empujado por el capricho; así que puede erigir una estatua en honor a la abuela del que fuera su mentor en los albores de la política, no importa cuán inhóspita fuera aquella en vida; puede incluso designar puestos por mero sentimentalismo o agradecimiento, no importa que se trate de un rufián o, en el peor de los caso, osa  en poner la seguridad de la nación en manos de un extranjero que merodeaba por el país con fines turísticos.
El imbécil ha logrado el poder gracias a su habilidad de garrapata de trepar socialmente. Pero necesita mantener el poder. Y a pesar de que está jerárquicamente situado hay quienes le cuestionarán sus sandeces y acciones irracionales; estos, además le aventajan porque poseen méritos que la sociedad misma les reconoce. ¿Qué hará el imbécil al respecto? ¿De qué manera enfrentará a esos que le aventajan por el uso de la razón? ¿Cómo empleará su imbecilidad contra aquellos que tienen la luz del ingenio y la creatividad?  Siendo un imbécil, ¿Qué hará para retener el poder?
Sucede que para el imbécil el escenario ha cambiado rotundamente: ya todos le conocen, saben que no domina ni un ápice de lo que decía, que todo su discurso es simple regurgitación de palabrerías, de cosas de las que no sabe nada por no pensar. Ahora que su animalidad es conocida por todos, ¿qué hará? La historia nos ha enseñado que el estado primigenio del despotismo es la imbecilidad, que son los imbéciles los que han puesto en peligro a la humanidad. Son los imbéciles quienes una vez en el poder se resisten a salir de ese escenario por carecer de los méritos necesarios para preservarlo.
Volvamos al film, Megamind, para tener una idea más clara de lo que versa el párrafo anterior. Cuando Hal Stewart se transforma en Titán, Megamente tiene la idea de que tiene el reemplazo perfecto de su antónimo, Metroman. Mas, cuando por fin  decide enfrentarse con su nuevo adversario, repara en la ausencia de éste y acude en su búsqueda; y,  grande es la sorpresa que recibe, su creación está jugando nintendo, rodeado de grandes bolsas de dinero y artefactos electrónicos que robó. Viendo el escenario, el villano le sanciona por actuar contrario a su papel de superhéroe, reproche que Titán no acepta aclarándole que “no desperdiciará la gran oportunidad que ahora tiene  de sacar ventaja sus superpoderes”.
La actitud de Titán es el perfecto retrato de un imbécil resistiéndose a abdicar al poder. Como no puede convencer a Megamente de unírsele en su villanía y como no puede ser amado por Roxanne de manera voluntaria, utiliza el terror, la retaliación y el abuso para impedir ser despojado de aquello que logró reptando mediante el engaño, el abuso y el terror. En su dificultad, está convencido de que no posee meritos para equiparase con los demás, para vivir una vida normal como un ente social que es, así que procede fulminado todo lo que  encuentre a su paso. Roxanne apela a la compasión pero lo que hace es acrecentar su furor. No puede entender su raciocinio está nublado por la sombra de su animalidad; el instinto lo domina y lo que quiere es saciar su sed de venganza destruyéndolo todo.
De igual forma reacciona el imbécil cuando es confrontado. No dialoga, no discute, no puede hacerlo porque para dialogar o discutir sobre un conflicto cualquiera se necesita el beneficio de la razón y, por ende, tener la virtud de escuchar las razones de quienes nos discrepan. Pero, el imbécil, como no piensa, como no está en la condición de res-cogitan, se siente amenazado y, gracias a su instinto de conservación, se vale del abuso de poder para acallar a sus detractores. Las ideas no son su plato fuerte, es por tal razón que no puede hacer propuestas gubernamentales y, y mucho menos, aceptarlas; de ahí que cuando alguien bajo su gestión hace reformas, propone ideas, o simplemente hace algo bien, lo mira como un rival porque sospecha que le quiere desplazar del cargo, y lo persigue.
Una gran necedad que puede cometer una persona normal, racional, sea intelectual o no, es aconsejar a un imbécil potentado porque recibe el consejo como una sanción que viene de “alguien que pretende desplazarlo”. “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”  dijo el Maestro (Mateo 7: 6).   Aconsejar a individuos de esta calaña es procurarse la muerte, es un acto suicida; aparentará asimilar el consejo mientras que en  su interior está maquinando cómo destruir al consejero. Pretender ayudarlo es como “amolar cuchillo nuestra propia garganta”; Es un riesgo que no aconsejo correr, hay que dejarlo que se hunda; a veces hay es más remediable ayudar a su exterminio. Pues una vez que se le ayude a superar el conflicto se hace cargo de eliminar a todo aquél que presenció su vergonzosa humillación. Nicholas Hytner, en  su film La locura del Rey Jorge, presenta el trato brutal que el Rey Jorge III da en agradecimiento al único hombre leal que le quedó en su reino.
El imbécil potentado sólo escucha a quienes son como él, por considerarlos una réplica de sí mismo. A estos protege y cuida con tal recelo que se atreve a designarlos en cargos que no les cuadra; lo mejor del caso es que no se sabe por qué lo hace, nadie, ni siquiera él mismo puede dar una respuesta a su absurda decisión ( es obvio, ya que no piensa). Se rodea de ellos, hace una cuadrilla a su imagen y semejanza y le asigna responsabilidades que ellos no están capacitados para llevar; pero eso no importa, ahora él es el mandamás y su capricho instintivo le aconseja usar el poder como le venga en gana. ¿Y si algo sale mal? No importa, además él nuca previene las cosas.
Es este tipo de personas las de las que Dante proyecta en el infierno diciendo:
“Ese que ves fue en el mundo una persona soberbia; ninguna virtud ha honrado su memoria, por lo que su sombra es siempre presa del furor. ¡Cuántos se tienen allá arriba por grandes reyes que se verán sumidos como cerdos en el pantano, sin dejar en pos de sí más que horribles desprecios!”(La divina comedia).
Hal Stewart, Titán, es la perfecta ejemplificación de lo que es el imbécil antes y después del poder. El director de esta animación, McGrath, dio las pinceladas, a mi entender propicias, para hacer del personaje alguien repulsivo en todas sus dimensiones. La manera como enfoca a Hal antes de su mutación describen perfectamente la vida truculenta del imbécil en su estado de formación y en su rol social; con igual destreza trabaja lo trabaja cuando se transforma en Titán, lo cual figura al imbécil ya encumbrado en el poder. El estilo de McGrath revive La metamorfosis  de Franz Kafka en la que el personaje central es convertido en un “horripilante bicho”.

Tipos de imbéciles.-  
Alberto Cortez, en una de sus producciones, nos habla de un pariente que, a pesar de su adiestramiento militar y de sus conocidas acciones envalentonadas, paradójicamente le tenía miedo a los imbéciles (Cortez emplea el término “pendejos”); la justificación de su temor se basaba en que son muchos. Y es cierto, más allá del chiste y de la hilaridad que pueda producir el relato, uno de los peligros que encierra la realidad existencial de los imbéciles es su masificación. Son fértiles, se reproducen con mucha facilidad y por doquier dejan rastros de su presencia.
La especie de los imbéciles no es homogénea; posee una variedad cuyos tipos se comportan en función del ambiente en que medran. Entre esos tipos tenemos los siguientes: burócrata,  religioso,  bacanal,  linajudo, ilustrado, catervista y con iniciativa.

-.El imbécil burócrata: Es aquel que es propio de los lugares de mando; habita en las oficinas gubernamentales y en cualquier otro lugar donde se maneje el poder. No se reconoce ningún mérito que le haya valido para ocupar el cargo que ostenta, sólo se sabe que fungió como chupamedias de algún truhán y que, en un momento de crisis política, llegó a ocupar el sitial que tiene. Es propenso a la corrupción, a la extorsión y al chantaje. Se maneja con cuidado en los asuntos de acosos sexuales y se rodea de una serie de sátrapas y aduladores quienes se encargan de magnificar una labor administrativa caótica. Cómo carece de creatividad e ingenio, se vale de la paranoia para acusar de conspirador a todo aquél que quiera desempeñar bien su cargo. Es propenso a la soberbia y la agresión verbal o física, según lo demande la ocasión. Desde que asume el poder, comienza a desarrollar una creciente inclinación al despotismo.
-.El imbécil religioso: Guarda cierto parentesco con el burócrata, con la salvedad de que su espació de acción es el mundo religioso. Aunque puede adaptarse al hábitat político, prefiere el religioso por lo factible de la ausencia de la razón; el sentimiento religioso es el recurso que más le conviene para trepar socialmente. Allí hace las veces de calié y de adulón con el fin de formar parte de los núcleos de poder. Cuando logra su cometido utiliza el chantaje y el terror a la condenación eterna para mantener a sus correligionarios bajo control. No cree en nada pero hastía demandando fe. Es arrogante, hipócrita y despiadado con los más humildes. En lo que se refiere a la manipulación, nadie le lleva ventaja.

-. El imbécil bacanal: También se le puede atribuir el adjetivo de festivo. Es dado a fiestas y parrandas. Su único norte es el de la satisfacción placentera. No tiene de que jactarse sino de haber visitado los más cotizados centros de expendios de bebidas alcohólicas o de ser el que más ha copulado en su hábitat. No respeta amigos ni hermanos, es alérgico a la lealtad. Es todo un experto promoviendo fiestas, éste es su mérito. Su mayor sueño es morir copulando en una fiesta; esto es producto de su exhibicionismo rampante. Detesta todo lo que se llame compromiso, en especial lo que tenga que ver con la palabra responsabilidad. El hedonismo es su estilo de vida.

-. El imbécil linajudo: Este presume de su apellido, de lo que también se vale para trepar socialmente, en caso de que ya no le dé resultado el engaño. Aunque provenga de una familia paupérrima, instalada ancestralmente en el más recóndito lugar de su país, presume  de que su apellido es extranjero. En otros casos, se atreve a decir que es pariente del presidente por tener el mismo apellido. Es típico de su personalidad que, cuando se encuentra en una discusión muy acalorada, enrostre en tono elevado su apellido  mientras se da repetidas y fuertes palmadas en el pecho. Ahora bien, puede darse el caso de que el individuo presuma de su nacionalidad, de su sector, en fi, de ser de equis lugar; de ser así, estamos ante un imbécil topográfico.

-. El imbécil ilustrado: Este es el más sutil e imperceptible de todos. Como tiene la habilidad de absorber grandes cantidades de informaciones y repetirlas sin ningún tipo de problema, se le atribuye el calificativo de inteligente; cuando esto sucede se pavonea entre las multitudes; hay casos en que, estando con personas que desconocen su alma miserable y su brutalidad oculta, habla con algunos de sus conocidos sobre un proyecto que tiene planificado desarrollar juntos; eleva la voz, habla sobre temas legendarios, y sobre culturas que a nadie le importa un carajo, pero no importa, lo que quiere es lucir, aparentar algo que no es. En realidad este tipo de imbécil lo que procura es ocultar algún complejo que lo está matando interiormente, un complejo que se desarrolló en su infancia o en su adolescencia. Cuando le toca dirigir a alguien que le aventaja en información y conocimiento, recurre al maltrato y a la humillación emocional.

-.El imbécil catervista: Es el imbécil de masa. Abunda en los escenarios políticos. Es dado al mimetismo, o sea que hace lo que los demás con el propósito de ser aceptado por la colectividad. No tiene más referencia que la colectiva. La alta sensibilidad del olfato le permite detectar el triunfo sin que los demás lo perciban. Como los demás imbéciles, desconoce todo lo que tenga que ver con moral, lealtad, fidelidad o compromiso, le resulta fácil “cambiar de caballo”; lo que lo difiere de los demás es que opera en manada y tiene un código que sólo descifran los que son de su clan. En lo que respecta a la institucionalidad, se muestra impávido ante las situaciones de crisis; Por el contrario, mientras los demás están buscando solución al problema que apremia, su meta es pescar en mar revuelto; en el área institucional, su comportamiento es parasitario: no da ni aporta nada, solamente consume. Su comportamiento responde a la situación social, cambia de color según el momento y los beneficios que le reporte; pero le importa un comino el bienestar social o colectivo. No piensa en las posibles consecuencias, solamente piensa en el momento. Aunque medra en la colectividad no se identifica con los individuos verticales; siente un profundo desprecio mesclado con odio por este tipo de personas; prefiere la compañía de sus iguales, con estos forma una “camada de imbéciles”.

-.El imbécil con iniciativa: Es el más peligroso de todos los imbéciles. Es una especie lenta en su reproducción pero lo poco que existe de este género amenaza el equilibrio de la convivencia social. Aventaja a las anteriores en el sentido de que tiene acceso a unos leves y escasos chispazos que suelen desprenderse de la razón; sin embargo, a pesar de este milagro, no deja de ser un ente animalizado. El peligro de este tipo de imbécil consiste en que puede llegar a tener conocimiento de lo que está haciendo y de lo perniciosos de su acción pero no aborta ese proyecto, prefiere llevarlo a su fin aunque esto tenga un resultado desastroso. Y, cuando esto ha sucedido, emprende una campaña de justificación de su mal proceder. Es propenso a generar ideas absurdas y descabelladas, ideas que, valiéndose de la jerarquía, las aplica y hace que los demás ejecuten, y hasta exige que sean aupadas.
Es propenso al delirio de mesías. Cuando asume el poder, producto de haber “pescado en mar revuelto, asume una actitud mesiánica: como todo está mal, como hay que arreglar “el desorden que encuentra”, elabora una serie de proyectos que no tienen ni pies ni cabeza; se les ocurren una serie de ideas absurdas que sólo tienen sentido en su mundo de imbecilidades. Producto de su delirio de mesías, se le desarrolla el de megalomanía: se cree un ser especial, un ser único en  su especie, con las cualidades de  un dios, alguien que ha sobrepasado los límites de la perfección; pero lo peor de todo esto es que está rodeado de una serie de aduladores que le hacen creer su gran mentira: estos le llenan de regalos, le hacen reconocimientos absurdos; en resumidas cuentas, es tal el culto que erigen en torno a su personalidad y son tantos los lambiscones que le sirven de apologetas que, al presenciar todo este espectáculo, nos figuramos que se trata de un dictador. Y no nos equivocamos, pues cuando el imbécil con iniciativa llega a saborear este estilo de vida, procede a manifestar sus dotes naturales de imbécil, y se comporta como tal. Desde entonces, todo entra en estado de crisis, todo a su derredor se torna un pandemonium; y lo peor es que la situación tiene apariencia de empeorar porque al alfeñique, no conforme con el caos que ha creado, se le siguen ocurriendo ideas que hacen del “enfermo recuperable un cadáver en estado de putrefacción”.
Pero las hazañas del imbécil con iniciativa aun no han terminado. Producto de su animalidad tiene que dejar campo abierto para que otros se encarguen de enmendar sus errores, errores con un elevado precio que todos tenemos que pagar, “pro-imbéciles”­ o no. Mas las imbecilidades no tienen fin; en el momento en que estamos olvidando una historia incongruente de nuestra realidad social, una llamada telefónica nos interrumpe: es este imbécil que tiene una “brillante idea” y quiere que nos involucremos en su nuevo proyecto.


Por José E. Flete-Morillo.-

1 comentario:

Anónimo dijo...

SE LE FUE EL ALMA A USTED ESCRIBIENDO AHI CARAJO

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