Megamente, Tráiler
Hace ya cierto tiempo que tuve la oportunidad de ver esta película, Megamente; y lo cierto es que, a que, a pesar de que ya ha transcurrido cierto tiempo, este es el momento en que se me ocurre escribir algo al respecto. La sinopsis resulta brevísima: es una película de animación, dirigida por Tom McGrath, en la que Metroman declina en sus obligaciones de héroe, el villano, Megamente, asume el compromiso de su rival y un imbécil obtiene superpoderes siendo este tiro del destino el más nefasto y desacertado que jamás se haya visto.
Hace ya cierto tiempo que tuve la oportunidad de ver esta película, Megamente; y lo cierto es que, a que, a pesar de que ya ha transcurrido cierto tiempo, este es el momento en que se me ocurre escribir algo al respecto. La sinopsis resulta brevísima: es una película de animación, dirigida por Tom McGrath, en la que Metroman declina en sus obligaciones de héroe, el villano, Megamente, asume el compromiso de su rival y un imbécil obtiene superpoderes siendo este tiro del destino el más nefasto y desacertado que jamás se haya visto.
Y no quiero
entrar en detalle en lo que se refiere directamente a la película sino que es
el último inciso del párrafo anterior lo que me encamina a tratar un punto muy
propio de sociedades con crisis de valores: me refiero al tema del imbécil
flagrado de poder. Considero que este film es el más apropiado para analizar la
personalidad del imbécil con sus sucesivas triquiñuelas por alcanzar el poder y
de los resultados abominables que encontramos cuando se empodera.
Una breve
definición del diccionario nos arroja un poco de luz en torno a la personalidad
del imbécil: “falto de razón”. Claro está, se trata de una
definición que luce un tanto insípida; parece que debe decir algo más para
completar la idea que tratamos de desarrollar. Pero si acudimos al concepto de
razón que René Descartes maneja, entenderemos que esa ínfima definición del
diccionario dice mucho más de lo que pensamos:
“El
buen sentido es la cosa del mundo mejor repartida, pues cada uno piensa estar tan
bien provisto de él que incluso los que son más difíciles de contentar en
cualquier otra cosa, no acostumbran desear de él más de lo que ya tienen. En lo
cual no es verosímil que todos se equivoquen sino que, más bien, esto muestra
que el poder de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es lo
que propiamente se ll ama buen sentido o razón, es igualmente en todos los
hombres; y así, la diversidad de nuestras oposiciones no viene de que unos sean
más razonables que otros, sino solamente de que dirigimos nuestros pensamientos
por vías distintas y no consideramos las mismas cosas” (El discurso del método).
Entendamos
el término buen sentido por sentido común,
pues de esta forma nos será fácil desprender que Descartes, al hablar de
personas con sentido común, se refiere a quienes pueden entender con suma
facilidad cual es su roll en la sociedad y con cuales deberes debe cumplir, lo
mismo que conoce cuáles son los derechos que le compete. Entonces, partiendo de
esta aseveración, tenemos que según el diccionario, un imbécil es aquél que
carece de sentido común para asumir su roll en la sociedad, además de
atropellar el derecho que los demás tienen de ser y hacer lo que por ley les
corresponde.
El imbécil,
como falto de razón que es, carece de la habilidad de distinguir una cosa de la
otra; por eso es que se encuentra en una encrucijada cuando tiene que actuar
basado en el criterio de prioridad, no sabe cuando tiene que favorecer una cosa
sobre la otra, todo le da igual, sólo sabe que algo tiene que hacer pero no
sabe cómo ni cuándo y menos por qué. La realidad se le torna un capricho y en
base a esto ejecuta sus acciones. Su sentido común es totalmente nulo; apenas
sólo tiene referencia de sí mismo y de sus apetitos primarios. Es capaz de las
cosas más absurdas: cómo hablar de negocios en un funeral con alguno de los
dolientes más cercanos del difunto.
Es un error
equiparar al imbécil con el idiota o con el bruto; estos dos últimos viven en
la pequeñez de su mundo rumiando su realidad y justificándola con un
conformismo que sólo tiene sentido para ellos mismos; muchas veces admiten su
incompetencia para cualquier función que enrole a otros además de ellos; una
especie de humildad ramplona les impide asomarse al mundo de incidencias
colectivas. En cambio el imbécil no se conforma con saber de su incompetencia
para hacer algo bien sino que, asumiendo que los demás son idiotas, es tiene la
osadía de autoemblemarse, de presentarse como la solución al conflicto en
cuestión, a pesar de no saber ni un carajo que
acción demanda el momento. Es tan copetudo, perdonando la hipérbole, que apenas
sabiendo algunas que otras cosas triviales se atreve a conferenciar sobre
neurocirugía, cardiología o cualquier otro saber que demande especialización.
En Megamente, o Megamind, el
personaje de Hal Stewart representa a la perfección la personalidad del
imbécil: su único mundo era él mismo, su sentido de obviedad le impedía tener
noticias de que el mundo a su derredor se estaba hundiendo; no entendía que más
allá de su amor por Rosanne estaba la imperiosa necesidad de salvar el mundo;
estaba ofuscado en su declaración de amor, tanto que ignoraba que
Metrociudad carecía de protector pues el perverso de Megamente, por fin, “había
aniquilado a Metroman”.
Es
interesante ver cómo el director, Tom McGrath, además de las acciones, se vale
del personaje de Hal Stewart para retratar al imbécil en todas sus dimensiones:
una sonrisa estúpida propia de un sujeto con una proyección de la vida muy
pobre, en el mejor de los casos; un acento que indica que se trata de una persona
carente de identidad, una persona que desconoce sus puntos de partida y de
llegada; adolece de una logorrea crónica, habla sin pausa ignorando que el otro
tiene algo necesario que decir; la incoherencia es su norma lógica de
procedencia, fue capaz de invitar Roxanne a una fiesta sólo para dos con
castillo inflable, golosinas y refrescos; la desproporción de su cuerpo, en
relación de los otros personajes, es una especie de metáfora del no-humano que
no hace más que completar la estadística de la humanidad, es una especie de res extensa.
La
personalidad del imbécil, que es la misma que Tom McGrath metaforiza en la
figura de Hal Stewart, entra en contradicción con la afirmación de Descartes,
para quien todo ser humano es un ente pensante provisto de la facultad de
distinguir una cosa de otra, de ver más allá de su nariz:
“…En cuanto
a la razón, o el sentido, en tanto que es la única cosa que nos hace hombres y
nos distingue de los animales”, quiero creer que está toda entera en cada uno,
y seguir en esto la opinión común de los filósofos, que dicen que no hay más y
menos sino entre los accidens, y no
ente las formes,
o naturalezas, entre los individus de
una misma especie (Ibídem).
Y reparo
precisamente en una expresión que extraemos de la cita a propósito del imbécil;
es aquella en la que Descartes deja claramente por sentado que existen
individuos en quienes la razón escasea. Cuando leemos de manos del filósofo “quiero creer que está
toda entera en cada uno…”, vemos como aflora una duda sobre el mismo juicio;
se niega lo que se afirma: no todos somos beneficiados con la razón, algunos
andan al margen de ella y otros, a pesar de carecer de ella fingen tenerla
cuando en realidad es todo lo contrario.
Los
individuos carecen del sentido común, o sea los imbéciles, no proceden de la
misma forma que los demás frente a situaciones que demandan alguna reacción: su
mismisidad le domina y sus apetitos primigenios se convierten en el centro
fundamental de sus acciones. De ahí que Hal, mientras que todos
temían ante la amenaza del villano, él pensaba solamente en
juego, comida y sexo.
Este tipo de
personas es propio de comunidades donde la irresponsabilidad es el estilo de
vida; allí se encuentran en sus aguas pues la indiferencia de todos les permite
actuar sin ser advertidos en sus actos. Medran sin temor a ser sorprendidas en
sus mojigaterías, nadie se interesa en lo que hacen sólo aquellos que reparan
en los pingües beneficios de aliárseles. Es en comunidades indiferentes que el
imbécil se fortalece pues, aunque carece de facultad creativa, está dotado de
habilidad, de ésta se vale para reptar hacia cualquier status que se le antoje.
Cualidades
del imbécil.-
Es difícil
que las personas, imbéciles o no, lleven a cabo un roll de determinado sin
dejar rastros cualitativos. Y hablar de cualidades en este tipo de personas no
resulta tan difícil por la virtud de filtrase en los grupos sociales y corroer
el equilibrio colectivo sin ser lesionado por acusación alguna. Es tal y como
es, todo un imbécil; pero ello no le quita ciertas virtudes que muchos, a pesar
del beneficio de la razón, dejan escapar, sea por irresponsabilidad,
indiferencia o descuido.
Sin embargo,
cualquiera, debido a lo ineludibles de sus cualidades, pensaría que algún
indicio racional se asoma por la personalidad del imbécil; pero no es así, lo
que sucede es que debido a su imperceptibilidad puede mostrar lo que no es al
grado de engañar a cualquiera vendiéndole la imagen de un ente racional. Sus
cualidades no son producto de la razón, las desarrolla instintivamente: ya sea
producto de algún anhelo de querer ser lo que no puede o por simple mimetismo,
ya que es propenso a imitar lo que otros hacen sin reparar en la efectividad
del asunto o de su aplicabilidad. Lo que hace es mirando a saciar un hambre
multidireccional: social, sentimental, fraternal, económica o intelectual; esta
última nunca la sacia aunque, es innegable, simula hacerlo, pero se evidencia
lo contrario en su odio furtivo a los de esta clase.
Habilidad.-
Antes de
proceder a explicar el sentido de habilidad del imbécil, es preciso aclarar que
existe una notable diferencia entre la habilidad y la inteligencia. Una persona
puede ser inteligente, pero no hábil, o hábil y carecer de inteligencia. O
puede darse el caso de poseer ambas virtudes lo que resulta una gracia poco
frecuente.
Una persona
inteligente, además de dominar informaciones con cierta profundidad, crea datos
y los transforma; se resiste a los “planteamientos
acabados” y los cuestiona en procura de presentar una alternativa
diferente que supere a lo anterior. En fin es capaz de transformar su realidad
respetando el sentido de pertenencia del otro y la colectividad. La persona
inteligente se maneja en base a principios, el deber le constriñe a actuar al
margen de la moral y del bien común. El “imperativo
categórico” le resulta una especie de sensor que le embiste cuando se
aleja de los valores pre-establecidos socialmente. De ahí que le resulte
difícil escalar en ciertas esferas sociales puesto que prefiere “jugar limpio”. Crecer
le toma tiempo ya que prefiere el “curso natural de las
cosas”.
Por ejemplo:
volviendo al filme de McGrath, Megamente, a pesar de ser el villano, procedía
basado en los cánones que regulaban la lidia entre el bien y el mal; asumía
su roll de anti-héroe, de ser el lado opuesto de Metroman, procuraba a toda
costa de ser un oponente digno. Desde que entendió su misión en la vida se dio
por completo a su papel, sin infringir las reglas a pesar de infringirlas
(Parte de su papel, además de ser “ingeniosamente
malo”, era el de “darle qué hacer a la policía, mantener ocupados
tanto al héroe como a sus aliados). Como villano, se
somete a ciertos parámetros que regulan su villanía; esto responde a los
posibles cuestionamientos que surjan con relación a su traje de archienemigo y
su música rock que no es más que una metáfora de su rebelión contra el status quo de
la ciudad, además ser el preámbulo que anuncia su maligna aparición. Todo lo
expuesto ente párrafo es un indicador de que la personalidad de este villano
está previamente elaborada en función de los arquetipos racionales. A
este modelo de conducta racional responden otros personajes como Servil,
Roxanne y Metroman. “Sólo un ser
racional, afirma Kant, posee la voluntad de obrar por la representación de las
leyes, esto es, por principios” (Fundamentación
de la metafísica de las costumbres).
El hábil es
totalmente diferente al inteligente: no se rige por principios morales, la
razón es nula, su norte es la satisfacción personal, su egotismo es
desmesuradamente ramplón y ordinario. La razón, si es que alguna vez estuvo en
él, es reemplazada por el instinto vulgar de la autoconservación. Es nihilista
inverecundo en estado de evolución truncada. Por eso se le hace fácil trepar en
sociedades que para gobernar no exige a sus ciudadano que la capacidad de
corromperse y corromper. Su facilidad de infiltrase en los círculos
cerrados es asombrosa pues tiene la manera de identificar a quienes son
propensos al tráfico de influencias. El hábil no tiene problemas en cambiar de
caballo: su animalidad le anuncia cuando el peligro se asoma. Su voracidad le
permite sacrificar a quienes le plazca, aun sean sus mejores amigos; no
olvidemos que se trata de alguien que es inmune a las normas y al compromiso.
Por lo tanto su deslealtad no asombra a nadie.
Y es esa
habilidad la que ciñe al imbécil. Como es carente de todo precepto moral puede
nadar en todas las aguas sin temor a reproches, su inhabilidad racional no le
permite reparar siquiera en las normas sociales, pues las desconoce; incluso
ignora que pertenece a una sociedad con reglas previas a su existencia. No le
preocupa su reputación, no sabe qué es eso ni para qué sirve. El nublazón de su
entendimiento le impide reflexionar sobre todo lo que implique valor moral. No
obstante, pese a su condición de anacéfalo, en su instinto de preservación ha
evolucionado al tal grado que le permite correr en pos de todo lo que se llame
beneficio propio.
Platón, en El mito de la
caverna, hace una reflexión que describe perfectamente el estado de
habilidad del imbécil:
“¿No has
observado hasta dónde llevan su sagacidad esos hombres conocidos con el nombre
de embaucadores? ¿Con qué penetración su alma ruin discierne todo lo que les
interesa? Su vista no está ni debilitada ni turbada, y como la obligan a servir
como instrumento de su malicia, son tanto más maléficos cuanto son más sutiles
y perspicaces”.
Gracias a su
habilidad, el imbécil puede sobrevivir en cualquier ambiente a pesar de los
riesgos. Puede peligrar, sentirse amenazado, incluso al borde del exterminio,
pero su habilidad animalizada le permite salir airoso haciendo que otros, los
incautos, se encarguen de recibir los daños. Claro está que esto lo consigue no
posterior a una reflexión sino por instinto.
Camuflaje.-
Otra
cualidad del imbécil es el camuflaje; naturalmente, ésta surge como producto de
su habilidad de sobrevivir en cualquier ambiente, más en aquellos donde
solamente logran permanecer los más voraces.
El
camuflaje, visto en la naturaleza, es la manera como ciertos animales (el
camaleón, por ejemplo) evaden el peligro o para atrapar a su presa sin que ésta
se aperciba de su presencia. Este instinto de evasión, les permite
capturar el ambiente y diseminarse en él sin temor a las amenazas, de esta
manera forman parte de un medio al que no pertenecen; no son de ese lugar, pero
están ahí, medrando sin ser percibidos, alimentándose de lo que no les
pertenece. Muchas veces devorando a especies inferiores e indefensas, otras
veces evadiendo las amenazas de las que les superan.
El imbécil
no es menos, poseyendo este aspecto instintivo, se disemina en ambientes donde
sólo por vía de la razón es posible estar: hace lo que los demás, se comporta
como los demás y hace los que los demás hacen. Recordemos que no es inteligente,
pero su alto sentido de habilidad le permite imitar acciones con tal perfección
que resulta muy difícil notar las diferencias entre la mimesis y el original.
Es como si se tratara de un juego de las siete diferencias en el que hay que
ser muy perceptivo para destacarlas.
La forma del
imbécil camuflajearse es un poco variada, va desde la simple imitación hasta la
repetición de complejos discurso. Estructuralmente está dotado de ciertos
sensores que se activan según el ambiente respondiendo adecuadamente al
momento. La naturalidad de esta conducta le sirve para engatusar a los incautos quienes,
una vez ya entumecidos, resultan ser la presa de sus trampas más sutiles.
Una de las
formas de evasión que emplea el imbécil es la simulación.
Puede aparentar interés por una situación equis, como preocupación por un
problema social; pero todo es mera apariencia, en su condición
irracional no está capacitado para conjeturar sobre problemas de esta magnitud.
Otra forma de simular es mediante el discurso: presenta un lenguaje moderado,
luce educado, se expresa correctamente, inclusive se muestra cordial y amable;
y su capacidad de manifestar que posee dominio de la información es asombrosa.
Pero todo se trata de un mero juego de apariencias: basta una mera pregunta
capciosa y su animalidad abrupta queda puesta en evidencia.
Pero no
quiero abandonar este punto sin hacer alusión a su exquisitez en el vestir. Es
comparable con el pavo real que, a pesar de su deslumbrante plumaje sigue
siendo un animal, carente de razón y del sentido de la creatividad. Pero una
leve reflexión al respecto no va a mal y para ello, el film en cuestión,
Megamente, es propicio y muy oportuno, principalmente por el personaje de Hal
Stewart.
La
desproporción del cuerpo de Stewart, como ya sabemos, no es al azar sino que
responde a la intensión de señalar lo grotesco del personaje; su sonrisa
estúpida y lo desorbitado de sus ojos al hablar, añadiendo a todo esto un tono
de voz fuera del contexto de los personajes, una hiperbólica representación del
imbécil. Tal retrato prefija la idea, a su vez, de un sujeto
incorregible a pesar de los esfuerzos de hacerlo lucir aceptable a la sociedad.
Si
observamos, cuando se produce la metamorfosis de Hal, lo que se obtienes es una
ridícula representación del superhéroe, o sea que los valores son parodiados a
tal grado que al observar la transformación lo que se percibe, más bien, es una
parodia de los valores. A pesar del elegante traje con una gran “T” escarlata,
símbolo de soberanía y honor, seguía siendo el más miserable de los de su
especie. A pesar de su elegante disfraz de superhéroe, seguía siendo un ente
animalizado.
La
metamorfosis de Hal en Titán nos sirve para explicar el aspecto simulador del
imbécil. Porque es interesante, y no creo que venga a menos, analizar un ente
que, disfrazado de una personalidad que dista mucho de su “yo”, se nos presenta
ocultando la ferocidad y la vileza que se esconden tras los artilugios de la
cortesía y los buenos modales. Por más exquisitez al vestir, y por más
demostraciones de buenos modales, y por más visos de conocimientos mimetizados,
el imbécil será lo que es: un non hominis atrapado
en su estado más deplorable de la humanidad, el desconocimiento de su propia
mismisidad.
No es fácil
reconocer a un imbécil a simple vista ya que se pierde entre las multitudes;
incluso, aún hablando (aunque solamente imita y repite sonidos) resulta un poco
complejo. Sin embargo existe una manera de provocar que se ponga en evidencia
su verdadera personalidad: tentarle con un poco es suficiente para del traje de
casimir inglés emerja el más vil de todos los animales, perdonando estos la
comparación.
El imbécil
siente una profunda abstracción por los buenos trajes. Pero su mayúsculo
deleite está en los sitios masificados, en especial los espacios donde se
retoza constantemente con el poder. Porque allí las decrecidas ambiciones de
mando nublan el sentido común de los incautos y es difícil que se perciba su
dantesca personalidad animalizada. Allí puede medrar sin problema, incluso
puede darse el caso de que se forme escuela en torno a su imbecilidad.
El imbécil y
el poder.-
Una de las
acciones más erradas de los seres humanas es la de poner el poder en manos de
los imbéciles. Aquí se demuestra el lado flaco de la democracia: el principio
que reza “todos
los seres humanos tienen derecho a elegir y ser elegidos” ha sido la
mayor prueba de que el convencionalismo no siempre es la acción ni la salida
más correctas; todo lo contrario, cuando se recurre a ello es porque existe
alguna mala fe, pues de alguna forma lo que se persigue es que el sentimiento
de culpabilidad por una acción errada sea compartida en la misma dimensión por
todos. Y no son pocos los casos registrados en la historia en los que podemos
detectar una incidencia colectiva en la ostentación del poder de parte de los
imbéciles.
Tiene el
enorme talento de cometer una serie de patochadas y la suerte de que no se lo
tomen en cuenta; no se entiende cómo puede ser que un individuo de esta
naturaleza siendo tan acentuado en sus disparates puede salir impune y excusado
por la misma plebe frenética que demanda sanción para los corruptos. Peor aún,
sé de casos en los que esta camada de truchimanes es copada por acólitos que le
manifiestan su aprecio y fidelidad.
A pesar de
su carencia de ingenio, el imbécil es proclive a sentir pasión por todo lo que
guarde alguna relación con el poder. Desde que siente un leve aire de mando,
empieza a dar ciertos indicios de su innata vocación para el despotismo: mira
con desdén a sus interlocutores, al hablar frunce el seño como tratando de
demostrar la obviedad de su saber (lo que es mera repetición de conocimientos
sin fuentes precisas), siempre tiene un traje terciado sin importar el clima,
crea una paranoia enfermiza y, lo peor de todo, cierto delirio de mesianismo se
percibe en sus conversaciones sobre el cargo que la irresponsabilidad de otros
le designó.
Lo más
sorprendente es que aún no “tiene la sartén por
el mango”, todavía no es el mandamás, sólo se trató de una leve pizca de
poder. ¿Qué sucedió? Recordemos el caso de Hal, no era más que un camarógrafo;
pero el estar en los medios de comunicación, aunque sea manipulando una cámara,
y ser el compañero de trabajo de una reportera de prestigio a quien se
vinculaba directamente con el superhéroe de la ciudad, era suficiente para
desarrollar en él el delirio de grandeza que su animalidad escondía. Esto
explica el porqué de su acento gangoso y su obviedad al hablar.
El poder
surte cierto efecto secundario en quienes: pone en evidencia lo que realmente
somos. Muchas veces nos jactamos de ser una cosa, pero basta un poco de poder y
olvidamos nuestras preocupaciones por el otro, el discurso patriótico se torna
un recurso de evasión y vemos en nuestros amigos a los más enconados
adversarios.
El imbécil
potentado.-
El poder es
lo más efectivo para poner en evidencia lo ruin y abyecto del imbécil. Es aquí
donde el camuflaje se desvanece y se puede apreciar, en alta definición, la
verdadera personalidad de este truculento personaje. Toda su exquisitez al
vestir, su discurso mimético, su cordialidad absurda y su filantropía de
pasquín pasan a ser meros recursos de ramplonería retórica. Ya no tiene
necesidad de seguir ocultándose, ya es el mandamás, ahora puede defecar
libremente sobre quien le venga en gana sin temor a ser enfrentado ni
corregido. Ahora tiene un séquito de chupamedias que argumentan
en pro de sus imbecilidades y hasta tienen el coraje de reírse de sus chiste
más absurdos. Peor aún, hay quienes rompiendo los límites de la adulación y el
tumbapolvismo enarbolan todo un culto en torno a su personalidad atribuyéndole
virtudes mesiánicas. Véase el caso de Lilís y Trujillo.
Es peligroso
dejar el poder en manos de los imbéciles, y este ha sido el fallo de la cultura
democrática. No obstante, el imbécil, gracias a su habilidad ha sabido
aprovechar este lado flaco de la sociedad en la cual ha reptado desde que su
razón fue opacada por su instinto. Carente de ingenio, creatividad y por ende
de valores, ha sabido manejarse adecuadamente en función de una democracia
insípida; una democracia que no pasa de ser un más que un mito forjado por
culturas que ser resisten a prescindir de la nefasta idea del poder por
abolengo. Son este tipo de culturas y sociedades las que han servido
de pasto fértil para saciar el hambre de poder de los imbéciles.
Ahora que es
el mandamás, el imbécil pone de manifiesto que no ha sido más que eso, un
imbécil. Pero no le importa, ya tiene el poder para hacer lo que su instinto le
ordene. Ahora bien, hay casos en que una vez en el poder, éste evoluciona a un
estado mayor: se convierte en caprichoso. Ahora todo lo que hace es empujado
por el capricho; así que puede erigir una estatua en honor a la abuela del que
fuera su mentor en los albores de la política, no importa cuán inhóspita fuera
aquella en vida; puede incluso designar puestos por mero sentimentalismo o
agradecimiento, no importa que se trate de un rufián o, en el peor de los caso,
osa en poner la seguridad de la nación en manos de un extranjero que
merodeaba por el país con fines turísticos.
El imbécil
ha logrado el poder gracias a su habilidad de garrapata de trepar socialmente.
Pero necesita mantener el poder. Y a pesar de que está jerárquicamente situado
hay quienes le cuestionarán sus sandeces y acciones irracionales; estos, además
le aventajan porque poseen méritos que la sociedad misma les reconoce. ¿Qué
hará el imbécil al respecto? ¿De qué manera enfrentará a esos que le aventajan
por el uso de la razón? ¿Cómo empleará su imbecilidad contra aquellos que
tienen la luz del ingenio y la creatividad? Siendo un imbécil, ¿Qué
hará para retener el poder?
Sucede que
para el imbécil el escenario ha cambiado rotundamente: ya todos le conocen,
saben que no domina ni un ápice de lo que decía, que todo su discurso es simple
regurgitación de palabrerías, de cosas de las que no sabe nada por no pensar.
Ahora que su animalidad es conocida por todos, ¿qué hará? La historia nos ha
enseñado que el estado primigenio del despotismo es la imbecilidad, que son los
imbéciles los que han puesto en peligro a la humanidad. Son los imbéciles
quienes una vez en el poder se resisten a salir de ese escenario por carecer de
los méritos necesarios para preservarlo.
Volvamos al
film, Megamind, para
tener una idea más clara de lo que versa el párrafo anterior. Cuando Hal
Stewart se transforma en Titán, Megamente tiene la idea de que tiene el
reemplazo perfecto de su antónimo, Metroman. Mas, cuando por fin decide
enfrentarse con su nuevo adversario, repara en la ausencia de éste y acude en
su búsqueda; y, grande es la sorpresa que recibe, su creación está
jugando nintendo, rodeado de grandes bolsas de dinero y artefactos electrónicos
que robó. Viendo el escenario, el villano le sanciona por actuar contrario a su
papel de superhéroe, reproche que Titán no acepta aclarándole que “no desperdiciará la
gran oportunidad que ahora tiene de sacar ventaja sus
superpoderes”.
La actitud
de Titán es el perfecto retrato de un imbécil resistiéndose a abdicar al poder.
Como no puede convencer a Megamente de unírsele en su villanía y como no puede
ser amado por Roxanne de manera voluntaria, utiliza el terror, la retaliación y
el abuso para impedir ser despojado de aquello que logró reptando mediante el
engaño, el abuso y el terror. En su dificultad, está convencido de que no posee
meritos para equiparase con los demás, para vivir una vida normal como un ente
social que es, así que procede fulminado todo lo que encuentre a su
paso. Roxanne apela a la compasión pero lo que hace es acrecentar su furor. No
puede entender su raciocinio está nublado por la sombra de su animalidad; el
instinto lo domina y lo que quiere es saciar su sed de venganza destruyéndolo
todo.
De igual
forma reacciona el imbécil cuando es confrontado. No dialoga, no discute, no
puede hacerlo porque para dialogar o discutir sobre un conflicto cualquiera se
necesita el beneficio de la razón y, por ende, tener la virtud de escuchar las
razones de quienes nos discrepan. Pero, el imbécil, como no piensa, como no
está en la condición de res-cogitan, se
siente amenazado y, gracias a su instinto de conservación, se vale del abuso de
poder para acallar a sus detractores. Las ideas no son su plato fuerte, es por
tal razón que no puede hacer propuestas gubernamentales y, y mucho menos,
aceptarlas; de ahí que cuando alguien bajo su gestión hace reformas, propone
ideas, o simplemente hace algo bien, lo mira como un rival porque sospecha que
le quiere desplazar del cargo, y lo persigue.
Una gran
necedad que puede cometer una persona normal, racional, sea intelectual o no,
es aconsejar a un imbécil potentado porque recibe el consejo como una sanción
que viene de “alguien
que pretende desplazarlo”. “No deis lo santo a
los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las
pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” dijo el Maestro (Mateo
7: 6). Aconsejar
a individuos de esta calaña es procurarse la muerte, es un acto suicida;
aparentará asimilar el consejo mientras que en su interior está
maquinando cómo destruir al consejero. Pretender ayudarlo es como “amolar cuchillo
nuestra propia garganta”; Es un riesgo que no aconsejo correr, hay que
dejarlo que se hunda; a veces hay es más remediable ayudar a su exterminio.
Pues una vez que se le ayude a superar el conflicto se hace cargo de eliminar a
todo aquél que presenció su vergonzosa humillación. Nicholas
Hytner, en su film La locura del Rey
Jorge, presenta el trato brutal que el Rey Jorge III da en
agradecimiento al único hombre leal que le quedó en su reino.
El imbécil
potentado sólo escucha a quienes son como él, por considerarlos una réplica de
sí mismo. A estos protege y cuida con tal recelo que se atreve a designarlos en
cargos que no les cuadra; lo mejor del caso es que no se sabe por qué lo hace,
nadie, ni siquiera él mismo puede dar una respuesta a su absurda decisión ( es
obvio, ya que no piensa). Se rodea de ellos, hace una cuadrilla a su imagen y
semejanza y le asigna responsabilidades que ellos no están capacitados para
llevar; pero eso no importa, ahora él es el mandamás y su capricho instintivo
le aconseja usar el poder como le venga en gana. ¿Y si algo sale mal? No
importa, además él nuca previene las cosas.
Es este tipo
de personas las de las que Dante proyecta en el infierno diciendo:
“Ese que ves
fue en el mundo una persona soberbia; ninguna virtud ha honrado su memoria, por
lo que su sombra es siempre presa del furor. ¡Cuántos se tienen allá arriba por
grandes reyes que se verán sumidos como cerdos en el pantano, sin dejar en pos
de sí más que horribles desprecios!”(La divina comedia).
Hal Stewart,
Titán, es la perfecta ejemplificación de lo que es el imbécil antes y después
del poder. El director de esta animación, McGrath, dio las pinceladas, a mi
entender propicias, para hacer del personaje alguien repulsivo en todas sus
dimensiones. La manera como enfoca a Hal antes de su mutación describen
perfectamente la vida truculenta del imbécil en su estado de formación y en su
rol social; con igual destreza trabaja lo trabaja cuando se transforma en
Titán, lo cual figura al imbécil ya encumbrado en el poder. El estilo de
McGrath revive La
metamorfosis de Franz Kafka en la que el personaje central es
convertido en un “horripilante bicho”.
Tipos de
imbéciles.-
Alberto
Cortez, en una de sus producciones, nos habla de un pariente que, a pesar de su
adiestramiento militar y de sus conocidas acciones envalentonadas,
paradójicamente le tenía miedo a los imbéciles (Cortez emplea el término “pendejos”); la
justificación de su temor se basaba en que son muchos. Y
es cierto, más allá del chiste y de la hilaridad que pueda producir el relato,
uno de los peligros que encierra la realidad existencial de los imbéciles es su
masificación. Son fértiles, se reproducen con mucha facilidad y por doquier
dejan rastros de su presencia.
La especie
de los imbéciles no es homogénea; posee una variedad cuyos tipos se comportan
en función del ambiente en que medran. Entre esos tipos tenemos los siguientes:
burócrata, religioso, bacanal, linajudo,
ilustrado, catervista y con iniciativa.
-.El imbécil
burócrata: Es aquel que es propio de los lugares de mando; habita en las
oficinas gubernamentales y en cualquier otro lugar donde se maneje el poder. No
se reconoce ningún mérito que le haya valido para ocupar el cargo que ostenta,
sólo se sabe que fungió como chupamedias de algún truhán y que, en un momento
de crisis política, llegó a ocupar el sitial que tiene. Es propenso a la
corrupción, a la extorsión y al chantaje. Se maneja con cuidado en los asuntos
de acosos sexuales y se rodea de una serie de sátrapas y aduladores quienes se
encargan de magnificar una labor administrativa caótica. Cómo carece de
creatividad e ingenio, se vale de la paranoia para acusar de conspirador a todo
aquél que quiera desempeñar bien su cargo. Es propenso a la soberbia y la
agresión verbal o física, según lo demande la ocasión. Desde que asume el
poder, comienza a desarrollar una creciente inclinación al despotismo.
-.El imbécil
religioso: Guarda cierto parentesco con el burócrata, con la salvedad de que
su espació de acción es el mundo religioso. Aunque puede adaptarse al hábitat
político, prefiere el religioso por lo factible de la ausencia de la razón; el
sentimiento religioso es el recurso que más le conviene para trepar
socialmente. Allí hace las veces de calié y de adulón con el fin de formar
parte de los núcleos de poder. Cuando logra su cometido utiliza el chantaje y
el terror a la condenación eterna para mantener a sus correligionarios bajo
control. No cree en nada pero hastía demandando fe. Es arrogante, hipócrita y
despiadado con los más humildes. En lo que se refiere a la manipulación, nadie
le lleva ventaja.
-. El
imbécil bacanal: También se le puede atribuir el adjetivo de festivo. Es dado
a fiestas y parrandas. Su único norte es el de la satisfacción placentera. No
tiene de que jactarse sino de haber visitado los más cotizados centros de
expendios de bebidas alcohólicas o de ser el que más ha copulado en su hábitat.
No respeta amigos ni hermanos, es alérgico a la lealtad. Es todo un experto
promoviendo fiestas, éste es su mérito. Su mayor sueño es morir copulando en
una fiesta; esto es producto de su exhibicionismo rampante. Detesta todo lo que
se llame compromiso, en especial lo que tenga que ver con la palabra responsabilidad. El
hedonismo es su estilo de vida.
-. El
imbécil linajudo: Este presume de su apellido, de lo que también
se vale para trepar socialmente, en caso de que ya no le dé resultado el
engaño. Aunque provenga de una familia paupérrima, instalada ancestralmente en
el más recóndito lugar de su país, presume de que su apellido es
extranjero. En otros casos, se atreve a decir que es pariente del presidente
por tener el mismo apellido. Es típico de su personalidad que, cuando se
encuentra en una discusión muy acalorada, enrostre en tono elevado su apellido mientras
se da repetidas y fuertes palmadas en el pecho. Ahora bien, puede darse el caso
de que el individuo presuma de su nacionalidad, de su sector, en fi, de ser de
equis lugar; de ser así, estamos ante un imbécil topográfico.
-. El
imbécil ilustrado: Este es el más sutil e imperceptible de todos.
Como tiene la habilidad de absorber grandes cantidades de informaciones y
repetirlas sin ningún tipo de problema, se le atribuye el calificativo de
inteligente; cuando esto sucede se pavonea entre las multitudes; hay casos en
que, estando con personas que desconocen su alma miserable y su brutalidad
oculta, habla con algunos de sus conocidos sobre un proyecto que tiene
planificado desarrollar juntos; eleva la voz, habla sobre temas legendarios, y
sobre culturas que a nadie le importa un carajo, pero no importa, lo que quiere
es lucir, aparentar algo que no es. En realidad este tipo de imbécil lo que
procura es ocultar algún complejo que lo está matando interiormente, un
complejo que se desarrolló en su infancia o en su adolescencia. Cuando le toca
dirigir a alguien que le aventaja en información y conocimiento, recurre al
maltrato y a la humillación emocional.
-.El imbécil
catervista: Es el imbécil de masa. Abunda en los escenarios políticos. Es dado
al mimetismo, o sea que hace lo que los demás con el propósito de ser aceptado
por la colectividad. No tiene más referencia que la colectiva. La alta
sensibilidad del olfato le permite detectar el triunfo sin que los demás lo
perciban. Como los demás imbéciles, desconoce todo lo que tenga que ver con
moral, lealtad, fidelidad o compromiso, le resulta fácil “cambiar de caballo”;
lo que lo difiere de los demás es que opera en manada y tiene un código que
sólo descifran los que son de su clan. En lo que respecta a la institucionalidad,
se muestra impávido ante las situaciones de crisis; Por el contrario, mientras
los demás están buscando solución al problema que apremia, su meta es pescar en mar
revuelto; en el área institucional, su comportamiento es parasitario:
no da ni aporta nada, solamente consume. Su comportamiento responde a la
situación social, cambia de color según el momento y los beneficios que le
reporte; pero le importa un comino el bienestar social o colectivo. No piensa
en las posibles consecuencias, solamente piensa en el momento. Aunque medra en
la colectividad no se identifica con los individuos verticales; siente un
profundo desprecio mesclado con odio por este tipo de personas; prefiere la
compañía de sus iguales, con estos forma una “camada de imbéciles”.
-.El imbécil
con iniciativa: Es el más peligroso de todos los imbéciles. Es una especie lenta
en su reproducción pero lo poco que existe de este género amenaza el equilibrio
de la convivencia social. Aventaja a las anteriores en el sentido de que tiene
acceso a unos leves y escasos chispazos que suelen desprenderse de la razón;
sin embargo, a pesar de este milagro, no deja de ser un ente animalizado. El
peligro de este tipo de imbécil consiste en que puede llegar a tener
conocimiento de lo que está haciendo y de lo perniciosos de su acción pero no
aborta ese proyecto, prefiere llevarlo a su fin aunque esto tenga un resultado
desastroso. Y, cuando esto ha sucedido, emprende una campaña de justificación
de su mal proceder. Es propenso a generar ideas absurdas y descabelladas, ideas
que, valiéndose de la jerarquía, las aplica y hace que los demás ejecuten, y
hasta exige que sean aupadas.
Es propenso
al delirio de mesías. Cuando asume el poder, producto de haber “pescado en mar
revuelto, asume una actitud mesiánica: como todo está mal, como hay
que arreglar “el desorden que encuentra”, elabora una serie de proyectos que no
tienen ni pies ni cabeza; se les ocurren una serie de ideas absurdas que sólo
tienen sentido en su mundo de imbecilidades. Producto de su delirio de mesías,
se le desarrolla el de megalomanía: se cree un ser especial, un ser único en su
especie, con las cualidades de un dios, alguien que ha sobrepasado
los límites de la perfección; pero lo peor de todo esto es que está rodeado de
una serie de aduladores que le hacen creer su gran mentira: estos le llenan de
regalos, le hacen reconocimientos absurdos; en resumidas cuentas, es tal el
culto que erigen en torno a su personalidad y son tantos los lambiscones que le
sirven de apologetas que, al presenciar todo este espectáculo, nos figuramos
que se trata de un dictador. Y no nos equivocamos, pues cuando el imbécil con
iniciativa llega a saborear este estilo de vida, procede a manifestar sus dotes
naturales de imbécil, y se comporta como tal. Desde entonces, todo entra en
estado de crisis, todo a su derredor se torna un pandemonium; y
lo peor es que la situación tiene apariencia de empeorar porque al alfeñique,
no conforme con el caos que ha creado, se le siguen ocurriendo ideas que hacen
del “enfermo
recuperable un cadáver en estado de putrefacción”.
Pero las
hazañas del imbécil con iniciativa aun no han terminado. Producto de su
animalidad tiene que dejar campo abierto para que otros se encarguen de
enmendar sus errores, errores con un elevado precio que todos tenemos que
pagar, “pro-imbéciles” o
no. Mas las imbecilidades no tienen fin; en el momento en que estamos olvidando
una historia incongruente de nuestra realidad social, una llamada telefónica
nos interrumpe: es este imbécil que tiene una “brillante idea” y quiere que nos
involucremos en su nuevo proyecto.
Por José E.
Flete-Morillo.-


1 comentario:
SE LE FUE EL ALMA A USTED ESCRIBIENDO AHI CARAJO
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