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viernes, 18 de enero de 2019

El final de Mork...¿O Robin Williams?



 Hitchcock cuidaba la figura del actor. ¿Razones?, muchas pero la más relevante de todas es que el actor no sólo es la figura de sí mismo sino la de todos. En el cine, la personalidad del actor es colectiva; el público que le sigue de cerna, tras sus actuaciones, ve en él una proyección de lo que son y en las películas en que aquél participa no son más que  fragmentos de sus propia vida. La muerte del héroe que encarna el actor afecta emocionalmente a su público. Programar en un film la muerte del héroe es atentar contra aquellos que, de alguna forma, lo atribuyen cierta iconicidad.
El actor, desde el preciso instante que encarna a un personaje, deja de ser en su individualidad para convertirse en un ente que, en su interpretación conjuga todo el sentir y el parecer de la humanidad. Es por eso que interiorizamos los padecimientos del héroe; sus dolores, su angustia y el deseo de venganza son nuestros. Al final del film no nos queda más que un personaje que acuñamos e interiorizamos como una parte de nosotros que anduvo por lugares insospechados que sólo pudo ser realizada a partir de la magia del celuloide. ¿Quién, de los que disfrutaron la serie Hulk, el hombre increíble, puede negar que experimentó la soledad de David Barner? ¿O pudo alguno los seguidores de la serie Raíces ser indiferente al dolor que padeció Kuntakinte  al ser castigado por su resistencia a llamarse Tobie? Estos actores fueron tragados por el personaje, como Marlon Brando lo fue por  Don Corleone y Johnny Deep por Jack Sparrow.
El público, después que asimila a un personaje, por las razones anteriormente expuestas, es incapaz de separarlo del actor; éste y el personaje son uno mismo; y muchas veces el actor,  cuando aparece en un contexto muy distinto al acostumbrado, es producto del desprecio y la apatía (algo que suele suceder con los protagonistas de series de televisión).  Por eso Hitchcock se cuidaba de atribuir a sus estrellas papeles que comprometieran su iconicidad moral. Solamente lo hacía si quería hundir a la estrella, con sucedió con Tippi Hendren protagonista de Marnie la ladorna[1].
Robin Williams no es la excepción al respecto. El personaje que encarnó en la afamada serie de televisión Mork and Mindy grabó en nuestra memoria un personaje que perviviría más allá de los resolutos personajes a que diera vida el afamado actor. En lo que a mí se refiere, Mork estaba presente en los grandes filmes que una vez en el estrellato protagonizara Williams; por ejemplo, la posible sonrisa y, en su conjunto, el rostro alegre, que manifestaran los héroes de filmes como Papá por siempre, Buenos días Vetnam, Jumanjie, El regreso de Peter Pan, La memoria de los muertos o Locas vacaciones sobre ruedas, eran de exclusividad de Mork quien, tras la felicidad de los personajes nos producía nostalgia.
En Jumanjie  Mork emerge con toda naturalidad; es él quien lucha por la sobrevivencia; es él quien corre en la sala manifestando una niñez perdida en un tiempo desconocido. Y, al final del film parece que finalmente logró su sueño reprimido de ser amado por Mindy. El extraterrestre pudo completar su misión en la tierra, por fin entendió, tras el amor al género humano.
Ahora digo Mork, no robin Williams. El segundo sucumbió a finales de los ochentas; quedó atrapado en una de esas conversaciones con los alienígenas que demandaban del segundo razones de su peregrinación en La Tierra. Pero el primero, Mork, asimiló su papel de humano mezclándose entre ellos, contaminando con su insoslayable sonrisa nuestra privacidad.
La felicidad de Mork, quien después de todo no podía ser otro que Robin Williams, frecuentaba todos los filmes en los que trabajara el actor. Hitchcock tenía razón, era totalmente nocivo comprometer la particularidad del actor, o la actriz, quien a la larga no era más que un ícono que representaba los más puros ideales de los espectadores. Y Robin Williams se comprometió tanto con el papel que dejó estampada en la memoria de los espectadores una ficción que sin darse cuenta lo reemplazaba.
Este desplazamiento que Mork hace al actor puede ilustrarse mejor a partir del relato Broma Póstuma de Virgilio Díaz Grullón; en el mismo se habla de un hombre que fue suplantado por una estatua cuyo parecido era asombroso; una vez decidido a "interpretar" el papel de la estatua en el museo, fue suplantado por esta quien asumió su personalidad dejando al actor sumergido en una ficción permanente. Algo parecido al relato, Mork desplaza a Williams de su realidad y empieza a ser lo que aquél era: un ser complejo, lleno de pasiones y preocupaciones existenciales.
Ahora es a Mork a quien le toca interpretar; actúa y piensa, inclusive, como Robin Williams. Hace lo que éste: actúa en una película allí, posa para una fotografía por allá, comparte con sus seres queridos por aquí y recibe premiaciones por sus actuaciones por acá. Las generaciones recientes le llamarán Robin Williams; nosotros, los que conocemos su pasado, sabemos que es Mork, el enamorado de Mindy, el extraterrestre enviado a La Tierra a conocer el extraño comportamiento de los terrícolas
Pero, más allá de la límpida sonrisa,  hay algo en Mork que marca la sospecha. Una lucha férrea se desarrolla en su interior: su mismicidad combate con Williams cuya tristeza, dice la prensa, es inerme. Y parece cierto; he visto películas en cuyas escenas Williams emerge marcado por un sufrimiento espantoso: en La memoria de los muertos, la depresión de su esposa destroza aún más su espíritu atribulado; en Patch Adams el asesinato de su prometida lo sumerge por largo instante en el desencanto por la humanidad; en Papá por siempre, el ser separado de sus hijos lo atormenta; en El comediante presidente,  la lucha por el poder y la incomprensibilidad de las personas lo obligan a dimitir de sus funciones.
Pero en The Final Cuts encontramos la "gota que derramó el vaso". Williams, ya no Mork, lucha por reconstruir un pasado destruido; su tristeza incontrolable, esa que la prensa norteamericana llama "depresión constante" caló hasta lo más profundo llevando a Williams a un final espantoso que no logramos entender los amigos de Mork. Al ver esto mi desprecio hacia el film férreo; no admitía esa conducta no propia de Mork. Mork era feliz, los problemas eran insignificantes; su alegría no tenía barreras; el suicidio no estaba en su vocabulario ni en su parecer.
Era eso, precisamente eso, lo que advertía Hitchcock a la hora de atribuir a sus estrellas papeles que comprometieran su iconicidad moral. El actor no es sólo un intérprete, es el papel mismo; el personaje que cobra vida en la magia del celuloide. Hitchcock sabía que una vez que el actor se exhibe su vida, inmediatamente, cobra pluralidad. Ya no tiene privacidad; sus sentimientos son percibidos por el público mediante cada personaje que encarna. Podría fingir felicidad, inclusive, más allá de esa mueca trashumante está su dolor, dolor que sólo los que le siguen de cerca pueden percibir.
Hoy la prensa publica la muerte de Robin Williams, el personaje de Mork; dice que se suicidó, que la continua depresión acabó con lo poco que quedaba del extraterrestre. Y como era Mork el que actuaba en vez de aquél, y como  el actor es el personaje, o sea que Mork era, después de todo, Robin Williams, podemos decir que Mork, el extraterrestre y furtivo enamorado de Mindy, se suicidó.
La muerte de Robin Williams ha sido muy sentida porque ella simboliza el absurdo y el sentido pesimista de la vida; porque no se entiende que un sujeto que encarnaba la felicidad fuera capaz de enfrentar su propio dolor de una manera tan abrupta. Las razones sólo él las sabrá; sus personajes guardarán algún secreto. Sería recomendable preguntarle las verdaderas razones a  Mork, el extraterrestre encargado de conocer lo complicado de la humanidad; pero es imposible, Robin William arrancó de cuajo la alegría de Mork y lo sumergió en el más denso silencio, como nos dejó a todos nosotros, sumergidos en la más absurda interrogante.
Por: José E. Flete-Morillo.-


[1] . Ver Hitch y yo, de Evans Hunter y  Hitchcock  de Guillermo del Toro.

5 comentarios:

E.E Lopez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
E.E Lopez dijo...

Para algunas personas al leer esto simplemente estarían denotando la realidad de lo descrito, pero para alguien que se introduce en cada linea escrita se da cuenta que cada palabra da a conocer un sentimiento y recuerdos bellos de un personaje y persona que formo parte de nuestras vidas,quien al mirar un film y ver que este actor era el protagonista no se sentaba o buscaba algo de comer y empezaba a disfrutar de lo que a de venir? Pero nadie se dio, cuenta que esa hermosa sonrisa había en algun momento determinado dejado de ser real.


Me encanto leer cada linea, y el sentimiento transmitido atravez de Excelente .

Andi dijo...

Muy buena lectura 😊

Unknown dijo...

El mejor papel de Robin fue presentarse al mundo como un actor sano y feliz, cuando en realidad se encontraba sumido en la más profunda depresión, que finalmente lo llevaría a ahorcarse con un cinturón en su casa de San Francisco.

Anónimo dijo...

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