La locura del Rey Jorge, Pipía, Cuti Paloviejo
y yo.-
La lealtad suscita problemas muy complejos pues es necesariamente muy
particularista supone una amenaza para
el punto de vista moral basado en el principio de universalidad y neutralidad. Albert
Calsamiglia[1]
La película data del 1994. Relata
la historia de un rey, creo que inglés, su nombre era Jorge. De ahí el nombre
de la pieza fílmica. Han pasado veinte años desde que en el entonces Cine Universitario, en uno de sus
asientos, yo quedara pasmado al contemplar de manera gráfica la manera en que
la mezquindad sumerge a cualquiera en la más férrea humillación. Fue en ese
entonces que comencé a reflexionar en el "trabajo en vano", en eso
que Salomón llama correr tras el viento[2].
La película se titula La locura del Rey Jorge. Este Rey ya no
se comportaba de acuerdo a su investidura; lo que hacía era deplorable: corría
de un lado a otro, comía y bebía sin modales algunos, le agarraba las nalgas y
los senos a cuantas mujeres estaban en la corte y, por si fuera poco se
defecaba donde la necesidad le apremiara. La conclusión era obvia: el Rey había
enloquecido. Ante esta situación, los nobles encontraron lógico destituirlo,
situación que los enemigos naturales de la Corona tratarían de aprovechar al
máximo. Todos se alejaron del Rey, excepto su familia y su consejero, si mal no
recuerdo.
El consejero era la única lealtad
que el Rey Jorge tenía más allá de familia. Tan leal era éste que se granjeó
enemigos además de recibir las consecuencias de la locura de su Rey: cada vez
que hablaba en defensa de aquél los lores estallaba en carcajadas diciendo que
si aquél estaba loco peor era la condición de quien éste que le defendía. Jorge
estaba loco, ya no podía ser el Rey. Lo único que impedía tal decisión era que aquél
pudiera recuperar su locura.
Aprovechando esta salvedad, el
consejero buscó al mejor de los médicos de toda Inglaterra y mientras éste
estaba intentando curar "la mente de Jorge", él seguía combatiendo a
los nobles con sus argumentos en defensa de Rey; su lealtad trascendía
cualquier mezquindad que atentara contra su papel que era defender los
intereses de la Corona. Para eso fue contratado y por eso debía persistir en
ello hasta el último instante.
Milagrosamente (milagro porque
nadie lo esperaba, su familia y el consejero lo deseaban, pero no veían la
posibilidad) el Rey sanó de su locura; volvió a ser mismo (hostil con sus
súbditos, de modales refinados e impetuoso en la forma de dar órdenes). Todos
estaban feliz y volvieron a depositar en él su confianza; incluso, aún los que
estaban en su contra, viendo que su plan había zozobrado se pusieron a su
disposición y celebraron el "retorno del equilibrio" del bienestar de
Inglaterra.
La reacción del Rey Jorge no se
hizo esperar. Feliz, abrazó a sus hijos, saludó a sus nodrizas, felicitó a su
médico, besó a su mujer, nombró en lugares de mando a los nobles que querían
destituirlo por su locura y, como acto final, ordenó delante de todos, incluyendo de sus enemigos ahora aliados, la
destitución del le demostró lealtad hasta la sangre; sí, el Rey Jorge propinó
un buen puntapiés al único que defendió su gobierno.
La actitud del Rey dejó absorta a
su esposa, agradó a los enemigos y provocó indignación en el público que copaba
la única sala que tenía el Cine Universitario,
público del que yo formaba parte. Finalizada la película, palabrotas de todo
tipo eran emitidas en sancionando el acto de mezquindad del Rey Jorge. Incluso,
la persona que estaba a mi lado, al parase, meneando de forma negativa la
cabeza dijo: "Es verdad que nadie
sabe para quién ni para que trabaja...mi abuela decía que más vale caer en
gracia que ser gracioso".
Han pasado veinte años y todavía
recuerdo el impacto y el desacierto que produjo en mí la temática de esa
película. Pero lo peor no terminó en la sala de proyecciones; todavía la
película fluye en mis recuerdos y se concretiza en cada hecho que he vivido antes
y después de ver la película e, incluso, en personas que han entregado sus
energías en defensa de un proyecto que, una vez realizado, beneficia al que
nunca tuvo fe en ello o que, en el menor de los casos, se subió al tren, cuando
ya estaba llegando; pero el que trabajó en ello, el que dejó el forro en el
camino, quedó como el pez fuera del agua "jalando aire y dando
brincos".
Puedo un ejemplo. En mi barrio
existía un candidato a diputado; nadie creía en el proyecto de Miguelito Cabral
(así se llamaba el candidato); solamente Pipía creía que era posible el sueño de
aquél; esperanzado en este sueño y alimentado por una promesa de cambio de
condición socioeconómica, Pipía se lanzó a promover a su candidato por el
barrio y más allá; pidió colaboración, empeño sus prendas, soportó insultos y
burlas; en fin, dejó el forro en las
calles en procuras de que su candidato ganara. Y así fue, Miguelito ganó. Ese
día, embriagado por la emoción que producía el triunfo, el ahora Diputado
invitó a Pipía a beberse unos tragos para celebrar. Entre trago y trago, Pipía
recibió la promesa de que tendría trabajo en el Congreso y que su condición y
la de su familia cambiarían ostensiblemente. Al día siguiente, Pipía lo llamó;
el Diputado recibió la llamada, le dijo que esperara que tenía una reunión
sobre el acto de su juramentación; Pipía
se ofreció para acompañarle éste lo rechazó alegando que ya estaba
tarde. Llegó la juramentación pero Pipía, desde la última conversación, no
recibió llamada; pasaron dos o tres meses y Pipía seguí como "el pez fuera
del agua, jalando aire y dando brincos".
Como no recibía noticia de
Miguelito, ni nada por el estilo, se a
decidió visitar a su casa para tener respuesta, una vez allí, fue su
recibimiento fue frío; la muchacha de servicio, sin dejarle pasar de la puerta,
le preguntó sobre el motivo de su visita y, a la respuesta de éste, le dijo que
"El Diputado no estaba y que no
tenía hora de llegada". Pipía se marchó algo desilusionado; ese día,
según decía su esposa, no comió nada, se la pasó callado, tanto que temía lo
peor. Al día siguiente, a Pipía supo que Miguelito había montado recientemente
una oficina en la avenida Padre Castellanos; esperanzado, y convencido de que su amigo sí lo tenía pendiente (pues ¿quién sería su asistente directo sino él,
quien dejó el forro en las calles por catapultarlo?), se dirigió a su oficina;
para su sorpresa, encuentra allí como secretaria a Jacqueline, la hija de
Ramón, hombre que se burlaba de él cada vez que decía que Miguelito sería
Diputado; la Secretaria le dice que el Diputado no está pero que puede
atenderlo su asistente; sin querer dar crédito a lo que oía (ya Miguelito tenía
un asistente) no tuvo más opción aceptar
lo que se le ofrecía, quizás aquello tendría remedio. Al abrirse la puerta, oh
sorpresa, salió a recibirle Diego. Diego era uno de los críticos más mordaces
que tenía Miguelito; fue éste quien, en una campaña del partido contrario al de
Miguelito, dijo todo tipo de insultos y de truhanerías con el fin de
languidecer la candidatura del interpelado. Y es ese mismo Diego quien ahora
ostenta el cargo de asistente del
Diputado. Pipía no tuvo más que resignarse ante ese trato mezquino que había
recibido. Se dirigió a su casa devastado, no quiso hablar con nadie sino que
sólo quiso dormir. Al día siguiente se despertó como si nada hubiera sucedido;
pero, en lo adelante, su actitud cambió hacia los demás; veía a todo el mundo como una "bola de
mezquinos".
Después de ver la película y de
reflexionar en función de ella sobre mi vivencia personal y la situación de
Pipía la razón por la que Cuti Paloviejo
compartía con muy reducido número de personas y, en cambio, iba de un lado a
otro rodeado de una jauría de perros; fue así como pude comprender la razón por
la que se sentía más confiado de los perros que de ciertas personas.
Por: José E. Flete-Morillo.-


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