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martes, 8 de enero de 2019

La locura del Rey Jorge, Pipía, Cuti Paloviejo y Yo







La locura del Rey Jorge, Pipía, Cuti Paloviejo y yo.-

La lealtad suscita problemas muy complejos pues es necesariamente muy particularista supone  una amenaza para el punto de vista moral basado en el principio de universalidad y neutralidad. Albert Calsamiglia[1]

La película data del 1994. Relata la historia de un rey, creo que inglés, su nombre era Jorge. De ahí el nombre de la pieza fílmica. Han pasado veinte años desde que en el entonces Cine Universitario, en uno de sus asientos, yo quedara pasmado al contemplar de manera gráfica la manera en que la mezquindad sumerge a cualquiera en la más férrea humillación. Fue en ese entonces que comencé a reflexionar en el "trabajo en vano", en eso que Salomón llama correr tras el viento[2].
La película se titula La locura del Rey Jorge. Este Rey ya no se comportaba de acuerdo a su investidura; lo que hacía era deplorable: corría de un lado a otro, comía y bebía sin modales algunos, le agarraba las nalgas y los senos a cuantas mujeres estaban en la corte y, por si fuera poco se defecaba donde la necesidad le apremiara. La conclusión era obvia: el Rey había enloquecido. Ante esta situación, los nobles encontraron lógico destituirlo, situación que los enemigos naturales de la Corona tratarían de aprovechar al máximo. Todos se alejaron del Rey, excepto su familia y su consejero, si mal no recuerdo.
El consejero era la única lealtad que el Rey Jorge tenía más allá de familia. Tan leal era éste que se granjeó enemigos además de recibir las consecuencias de la locura de su Rey: cada vez que hablaba en defensa de aquél los lores estallaba en carcajadas diciendo que si aquél estaba loco peor era la condición de quien éste que le defendía. Jorge estaba loco, ya no podía ser el Rey. Lo único que impedía tal decisión era que aquél pudiera recuperar su locura.
Aprovechando esta salvedad, el consejero buscó al mejor de los médicos de toda Inglaterra y mientras éste estaba intentando curar "la mente de Jorge", él seguía combatiendo a los nobles con sus argumentos en defensa de Rey; su lealtad trascendía cualquier mezquindad que atentara contra su papel que era defender los intereses de la Corona. Para eso fue contratado y por eso debía persistir en ello hasta el último instante.
Milagrosamente (milagro porque nadie lo esperaba, su familia y el consejero lo deseaban, pero no veían la posibilidad) el Rey sanó de su locura; volvió a ser mismo (hostil con sus súbditos, de modales refinados e impetuoso en la forma de dar órdenes). Todos estaban feliz y volvieron a depositar en él su confianza; incluso, aún los que estaban en su contra, viendo que su plan había zozobrado se pusieron a su disposición y celebraron el "retorno del equilibrio" del bienestar de Inglaterra.
La reacción del Rey Jorge no se hizo esperar. Feliz, abrazó a sus hijos, saludó a sus nodrizas, felicitó a su médico, besó a su mujer, nombró en lugares de mando a los nobles que querían destituirlo por su locura y, como acto final, ordenó delante de todos, incluyendo de sus enemigos ahora aliados, la destitución del le demostró lealtad hasta la sangre; sí, el Rey Jorge propinó un buen puntapiés al único que defendió su gobierno.
La actitud del Rey dejó absorta a su esposa, agradó a los enemigos y provocó indignación en el público que copaba la única sala que tenía el Cine Universitario, público del que yo formaba parte. Finalizada la película, palabrotas de todo tipo eran emitidas en sancionando el acto de mezquindad del Rey Jorge. Incluso, la persona que estaba a mi lado, al parase, meneando de forma negativa la cabeza dijo: "Es verdad que nadie sabe para quién ni para que trabaja...mi abuela decía que más vale caer en gracia que ser gracioso".

Han pasado veinte años y todavía recuerdo el impacto y el desacierto que produjo en mí la temática de esa película. Pero lo peor no terminó en la sala de proyecciones; todavía la película fluye en mis recuerdos y se concretiza en cada hecho que he vivido antes y después de ver la película e, incluso, en personas que han entregado sus energías en defensa de un proyecto que, una vez realizado, beneficia al que nunca tuvo fe en ello o que, en el menor de los casos, se subió al tren, cuando ya estaba llegando; pero el que trabajó en ello, el que dejó el forro en el camino, quedó como el pez fuera del agua "jalando aire y dando brincos".


Puedo un ejemplo. En mi barrio existía un candidato a diputado; nadie creía en el proyecto de Miguelito Cabral (así se llamaba el candidato); solamente Pipía creía que era posible el sueño de aquél; esperanzado en este sueño y alimentado por una promesa de cambio de condición socioeconómica, Pipía se lanzó a promover a su candidato por el barrio y más allá; pidió colaboración, empeño sus prendas, soportó insultos y burlas; en fin, dejó  el forro en las calles en procuras de que su candidato ganara. Y así fue, Miguelito ganó. Ese día, embriagado por la emoción que producía el triunfo, el ahora Diputado invitó a Pipía a beberse unos tragos para celebrar. Entre trago y trago, Pipía recibió la promesa de que tendría trabajo en el Congreso y que su condición y la de su familia cambiarían ostensiblemente. Al día siguiente, Pipía lo llamó; el Diputado recibió la llamada, le dijo que esperara que tenía una reunión sobre el acto de su juramentación; Pipía  se ofreció para acompañarle éste lo rechazó alegando que ya estaba tarde. Llegó la juramentación pero Pipía, desde la última conversación, no recibió llamada; pasaron dos o tres meses y Pipía seguí como "el pez fuera del agua, jalando aire y dando brincos". 

Como no recibía noticia de Miguelito, ni nada por el estilo,  se a decidió visitar a su casa para tener respuesta, una vez allí, fue su recibimiento fue frío; la muchacha de servicio, sin dejarle pasar de la puerta, le preguntó sobre el motivo de su visita y, a la respuesta de éste, le dijo que "El Diputado no estaba y que no tenía hora de llegada". Pipía se marchó algo desilusionado; ese día, según decía su esposa, no comió nada, se la pasó callado, tanto que temía lo peor. Al día siguiente, a Pipía supo que Miguelito había montado recientemente una oficina en la avenida Padre Castellanos; esperanzado, y convencido de que su amigo sí lo tenía pendiente (pues ¿quién sería su asistente directo sino él, quien dejó el forro en las calles por catapultarlo?), se dirigió a su oficina; para su sorpresa, encuentra allí como secretaria a Jacqueline, la hija de Ramón, hombre que se burlaba de él cada vez que decía que Miguelito sería Diputado; la Secretaria le dice que el Diputado no está pero que puede atenderlo su asistente; sin querer dar crédito a lo que oía (ya Miguelito tenía un asistente) no tuvo más  opción aceptar lo que se le ofrecía, quizás aquello tendría remedio.  Al abrirse la puerta, oh sorpresa, salió a recibirle Diego. Diego era uno de los críticos más mordaces que tenía Miguelito; fue éste quien, en una campaña del partido contrario al de Miguelito, dijo todo tipo de insultos y de truhanerías con el fin de languidecer la candidatura del interpelado. Y es ese mismo Diego quien ahora ostenta el cargo de  asistente del Diputado. Pipía no tuvo más que resignarse ante ese trato mezquino que había recibido. Se dirigió a su casa devastado, no quiso hablar con nadie sino que sólo quiso dormir. Al día siguiente se despertó como si nada hubiera sucedido; pero, en lo adelante, su actitud cambió hacia los demás;  veía a todo el mundo como una "bola de mezquinos".

Después de ver la película y de reflexionar en función de ella sobre mi vivencia personal y la situación de Pipía la razón por la que Cuti Paloviejo compartía con muy reducido número de personas y, en cambio, iba de un lado a otro rodeado de una jauría de perros; fue así como pude comprender la razón por la que se sentía más confiado de los perros que de ciertas personas.
Por: José E. Flete-Morillo.-


[1] . Cuestiones de Lealtad
[2] . Eclesiastés o El Predicador


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